INTERNET

¿Qué hacer con las redes sociales?

Prohibirlas, dividirlas, limitar por ley el tiempo de uso, expulsar a los adolescentes o convertirlas en bienes públicos. Estas y otras ideas se abren paso para solucionar un problema mundial.

Álvaro Montes
11 de enero de 2020
| Foto: foto: istock

El fotógrafo Jesús Abad Colorado escribió en Twitter que los héroes en Colombia sí existen y utilizan un celular para grabar asesinatos o atropellos en las calles. Y Adriana Lucía aseguró que la jornada pacífica de artistas por el paro se convocó exclusivamente a través de las redes sociales. Pero también jugó un papel fundamental WhatsApp para construir la aterradora noche de pánico que vivieron los caleños el 21 de noviembre. No se puede juzgar la utilidad de las redes sociales por lo que ha acontecido durante las últimas tres semanas, sino por lo que se hace con ellas desde hace diez años o más. Los peores gobernantes ganan elecciones manipulando conciencias en las plataformas digitales más populares, y hasta han orquestado desde Facebook genocidios étnicos, como el de los rohinyás.

Es claro que se trata de un grave dolor de cabeza de la humanidad. El mundo parece que no aguanta más trincheras de manipulación ideológica, información falsa y odio visceral. Todavía hay quienes creen que las redes sociales pueden ser tribunas de expresión democrática, un sueño acariciado con ilusión una década atrás, cuando estas apenas asomaban las narices en la sociedad. Pero en realidad el uso tóxico predomina sobre el saludable.

Hace poco, Jack Dorsey, fundador y CEO de Twitter, tomó la valiente decisión de cerrarle las puertas a la publicidad política en la red preferida por los políticos. No es cualquier cosa. Aplica para todos los países en donde opera Twitter, que renuncia de este modo a una de sus fuentes de ingresos más fuertes, alarmado por la envergadura que adquirió la tecnopolítica basada en “informaciones engañosas no comprobadas y profundas falsedades a una creciente velocidad, sofisticación y escala superlativa”, según dijo el propio Dorsey. De cara a las presidenciales de este año en Estados Unidos, Donald Trump se queda sin uno de sus canales predilectos.

Los colombianos se entregan a la incontinencia digital diaria, trinando sin cesar noticias falsas y veneno político, prisioneros sin saberlo de estrategias bien diseñadas en bodegas digitales y granjas de bots, financiadas por partidos políticos poderosos y asesoradas por brillantes estrategas digitales. Mientras tanto, muchos países meditan acerca de la mejor manera de ponerle fin a este problema. Estas son ideas interesantes, algunas de las cuales podrían hacerse realidad en el mediano plazo.

En primer lugar, suena la de dividir a las grandes empresas tecnológicas. Cuando la precandidata demócrata Elizabeth Warren lo propuso, pocos prestaron atención porque marcaba apenas 1 o 2 por ciento en las encuestas. Pero ella ha mejorado sus posibilidades de ganar la nominación de su partido para enfrentar a Trump y podría llegar a convertirse en la próxima mandataria norteamericana.

Desde entonces, los directivos de Facebook, Google y demás gigantes tecnológicos ya no pueden conciliar el sueño. Warren prometió que fraccionaría a las cinco grandes compañías (Amazon, Google, Facebook, Apple y Microsoft) para limitar su poder y obligarlas a jugar en un solo tipo de negocio. Por ejemplo, Facebook ya no podría vender a terceros los datos de sus usuarios ni hacer negocio con los perfiles, ni podría ser la plataforma para hacer de todo sin control alguno.

Elizabeth Warren, precandidata demócrata, prometió que si gana fraccionará a Apple, Amazon, Microsoft, Google y Facebook.

Estados Unidos tiene algo de tradición en esto de dividir monopolios, reducir por decreto su tamaño y asegurar la libre competencia. La novedad es que, de llegar a concretarse, acabaría con las plataformas digitales que revolucionaron nuestros días y simbolizan el milagro de la economía digital. La prensa norteamericana reveló hace poco una grabación privada de una reunión de Mark Zuckerberg con sus colaboradores más cercanos, en la que despotricó de Warren y advirtió que hará lo que esté a su alcance para enfrentarla.

¿Y qué tal si los países prohíben a los más jóvenes acceder a las redes? Hace poco se supo que Europa estudia imponer la edad mínima de 16 años para utilizar WhatsApp. La idea es poco práctica, por la dificultad de verificar la edad real de los usuarios, pero se basa en la preocupación por el uso enfermizo de las pantallas en la población adolescente. En Colombia, por ejemplo, casi 6 millones de personas entre los 13 y los 16 pasan entre tres y cinco horas diarias viendo a influenciadores juveniles. A la tristemente célebre Epa Colombia 800.000 personas la siguen fielmente. Es claro que hay que hacer algo. WhatsApp prepara una actualización que solo aplicará en Europa y que bloquea las cuentas de cualquier usuario al que compruebe que tiene menos de 16 años.

El problema de la adicción digital llevó al senador republicano Josh Hawley a radicar un proyecto de ley para reducir la dependencia de las redes sociales, que limitaría a 30 minutos diarios el tiempo de permanencia en YouTube, Facebook y Twitter a todos los ciudadanos. Hawley, el senador más joven de Estados Unidos, es un conocido enemigo de las redes, a las que califica como “parásitos de la inversión productiva, de las relaciones significativas y de las sociedades sanas”. El proyecto prohíbe también el scroll infinito, las insignias y los me gusta, estrategias de las plataformas para enganchar a los usuarios.

También discuten en algunos países la idea, nada descabellada, de crear redes sociales públicas, es decir, propiedad de la Nación, como la radio nacional o los canales regionales. Estas tendrían como centro el interés público, operarían sin ánimo de lucro y en ellas estaría prohibido el troleo, las noticias falsas, el bullying y otras formas nocivas de conducta digital. La dificultad de evitar todo eso es grande. Las redes sociales se nutren de lo que publican los usuarios, así que no es claro cómo garantizaría el juego limpio en una red pública. Pero la propuesta original viene de uno de los grandes forjadores de las redes, el fundador de Tumblr, Mark Coatney, y su propuesta ha ganado simpatizantes en los círculos de poder en Estados Unidos.

Bernie Sanders, otro de los grandes opcionados en la carrera de los demócratas, además de dividir a las grandes tecnológicas, incluye en su plataforma programática la prohibición de la videovigilancia y el reconocimiento facial por parte de la Policía, y controles severos a las tecnologías de inteligencia artificial.

Europa medita acerca de lo mismo. “La revolución tecnológica necesita ética o nos esclavizará”, dijo Richard.

Clarke, asesor de seguridad de los presidentes Bush y Clinton, durante un influyente congreso de tecnologías de la información realizado hace poco en Ereván, Armenia, y que reunió a las más importantes compañías del mundo en el negocio de machine learning, inteligencia artificial y automatización.

Quedan cada vez menos creyentes en el poder de las plataformas tecnológicas para mejorar el mundo. Para ellos, el filósofo de moda Byung-Chul Han escribió un ensayo que causa sensación por estos días, titulado ‘En el enjambre’, en el que pone los pies en la tierra acerca de la ilusión de participación que las redes sociales proyectaron. La cultura digital, dice el filósofo, ha creado un nuevo tipo de masa que –a diferencia de la masa de trabajadores, la cual tenía unidad ideológica– “carece de alma” y está compuesta por individuos aislados, gritando desde su individualidad, lo que impide la formación de un poder social coherente que pueda contrarrestar al poder establecido. En pocas palabras, la supuesta discusión política en las redes no es más que ruido sin posibilidad de convertirse en una fuerza organizada, afirma el filósofo.

Las decisiones de Estados Unidos y Europa en relación con las redes sociales tendrán impacto global, y están cerca de ocurrir, probablemente, en el transcurso de 2020. Traerían algún viento fresco en la salud digital de los seres humanos.