MEDIOAMBIENTE

El tratado global contra el mercurio prende motores

La primera Conferencia de Estados Parte del Convenio de Minamata tendrá lugar esta semana en Ginebra, Suiza. Entre sus principales desafíos está la definición de cómo será su funcionamiento y cuáles sus prioridades. El asunto es técnico, pero también político.

Carlos Lozano Acosta*
26 de septiembre de 2017
| Foto: Mercuryconvention. org

El mercurio es un elemento que se encuentra en la naturaleza, pero ciertas actividades económicas han disparado su dramática diseminación en lugares donde no debería estar, con efectos devastadores sobre la salud humana y el ambiente. El sistema nervioso, los riñones y el corazón son particularmente sensibles a sus efectos. Asimismo, se acumula en las cadenas alimenticias y contamina las aguas, los suelos y el aire.

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Aunque la toxicidad del mercurio es conocida desde la antigüedad, la gravedad del problema llegó a la opinión pública en 1956, luego de la contaminación masiva que una planta industrial generó en la ciudad de Minamata, Japón, entre las décadas de los treinta y los sesenta. Los efectos han permanecido por varias generaciones. A esa población debe su nombre el tratado que busca controlar y eventualmente “hacer historia” su uso en el mundo, como señala el lema de la reunión.

El Convenio de Minamata entró en vigor en agosto de 2017 y a la fecha ha sido firmado por ochenta y un países. Se propone proteger la salud y el ambiente de los efectos de las emisiones y liberaciones humanas de mercurio, de manera progresiva y de acuerdo a las capacidades de los países. Para ello, adopta una serie de medidas. Una de las más importantes consiste en otorgar un plazo de quince años para eliminar su extracción en el país que se haga parte, o prohibirla inmediatamente, si es que no se estaba realizando al momento de sumarse al tratado. En últimas, Minamata intenta controlar todo el ciclo de vida del mercurio.

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En Colombia, la minería criminal ha contribuido de forma decisiva a la contaminación por mercurio. Por otra parte, el Estado, el sector privado y organizaciones no gubernamentales realizan esfuerzos por mejorar las prácticas productivas de los pequeños y medianos mineros, que también aportan al problema. Algunas zonas, como el bajo Cauca, el Pacífico o el sur del país, presentan niveles alarmantes de ese elemento en el ambiente. La escala de los impactos sobre las futuras generaciones es insospechada y pueden tener efectos muy negativos para las finanzas públicas, el sistema de salud y el desarrollo de regiones enteras. A nadie le conviene un país envenado por mercurio.

Como lo han sostenido las propias autoridades de la Convención, ningún país puede por sí solo controlar la contaminación por mercurio, debido a que su circulación en el ambiente es muy compleja y no conoce fronteras, y a que depende del comercio internacional. Además de severas, las repercusiones son globales. Nadie está a salvo de sus efectos. El consumo de pescado, por ejemplo, es una de las maneras como los ciudadanos que están en las grandes ciudades, en teoría lejos de las fuentes del elemento, pueden contaminarse. El Amazonas, la cuenca de agua dulce más grande del mundo, está afectada por un alto grado de contaminación con ese metal pesado, que se extiende por siete países.

Un primer paso fundamental para el éxito del Convenio es contar con información de buena calidad para la toma de decisiones: cuánto mercurio circula en el mercado, cómo ingresa, qué usos tiene, cómo se dispone y, en lo posible, cuánto hay en el ambiente. Según se acordó, los Estados deben generar información y suministrarla a la Convención, pero hay debate sobre la periodicidad con que tendrían que aportarla. En todo caso, es fundamental garantizar acceso público a esos datos. El financiamiento de las soluciones al problema, y del funcionamiento del tratado mismo, también es un asunto de calado. Lo mismo ocurre con el comité que crea el tratado para verificar el cumplimiento de las obligaciones, lo que podría darle algo de “dientes” al instrumento.

El Convenio de Minamata no es solo un tratado ambiental, sino también de salud pública. Hay expectativa, pues otros acuerdos similares no han sido tan exitosos como su importancia lo demanda, y los costos para la gente y los ecosistemas de la inacción frente al mercurio se incrementan con el tiempo. Sin embargo, los ritmos de implementación de los acuerdos internacionales son largos y este apenas comienza. El tiempo dirá si será un esfuerzo exitoso.

*Coordinador del área de agua dulce de la Asociación Interamericana para la Defensa del Ambiente, AIDA.

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