TURISMO
Ciudades perdidas | Así es Teyuna, para el viajero que quiera descubrirla
Muros de piedra sustentan terrazas escalonadas. Dentro de las terrazas, anillos de piedra que corresponderían a las viviendas.
Miércoles 17 de julio. La cotidianidad Si el cerdo daba un paso en falso, caía por el precipicio. Me inquieté tanto que olvidé el agotamiento por lo empinado del camino. Intenté que mis pasos no fueran torpes: cualquier cosa espantaría a ese pobre animal. Al niño que surgió tras nosotros —un equipo periodístico y de realización audiovisual—, las piedras no le restaban agilidad. Descalzo, pelo negro y abundante; con una gallina viva en una mochila, le habló al cerdo en un idioma desconocido para el grupo y lo llevó al camino. Él y otros dos niños —gallina y pavo en sus mochilas—, tomaron otra dirección.
De vestidos blancos y desgastados, eran del pueblo indígena Kogi que, junto a los Arhuaco, Wiwa y Kankuamo, habita en la Sierra Nevada de Santa Marta, macizo colombiano que se eleva desde el mar Caribe hasta sus picos nevados —Colón y Bolívar— hacia los 5.780 metros. Eran las 12.19Continuamos. Volvían los pasos pesados. De repente, encontramos rastros de una sociedad cuya esencia, se dice, aún habita el territorio.
Unos cuantos escalones; los restos de un muro. Un metate o piedra de moler. Piedras silenciosas.Con un suspiro terminaba la subida más complicada de un camino de cuatro días. Continuábamos hacia una ciudad que llaman ‘Perdida’.Martes 16 de julio. La lluvia 13.18. Iniciamos el camino con un objetivo: la denominada ‘Ciudad Perdida’, uno de los cerca de 250 asentamientos tairona —conjunto de pueblos que habitó la Sierra y se diezmó hasta desaparecer como unidad cultural hacia el año 1600, en medio de la colonización española—. Los poblados se extendían desde las bahías del Caribe hasta los 2.700 metros de altitud, con unos 250.000 habitantes, según un documento guía del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Icanh.
Antes de empezar nuestro camino, Bunkwa Pinto, indígena kogi de 34 años, nos advirtió que el lugar se llama Teyuna y que es un sitio sagrado. 15.38. Llovía. Fuerte, muy fuerte. Los truenos no cesaban. Rugían, agresivos. La tierra se fue convirtiendo en barro.18.22. Escampó. Ya estábamos en el primer campamento. Una aplicación de mi celular contabilizó 20.385 pasos, 255 por ciento por encima de mi actividad física habitual.Jueves 17 de julio.
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El silencio de las piedras
Tercera jornada de caminata. Cruzamos el río Buritaca. Aunque la corriente venía más o menos tranquila, cada uno se agarraba de una cuerda amarrada entre dos rocas. Ya nos encontrábamos a 900 metros sobre el nivel del mar.
Poco después, apareció el primero de los cerca de 1.200 escalones de piedra que debíamos subir.En la cuenca alta del Buritaca, cuyo sonido se fue perdiendo durante nuestra subida, existieron unos 26 asentamientos tairona, señala el documento del Icanh. Una sociedad jerarquizada, avanzada en alfarería, orfebrería y agricultura. Con talladores de piedra que desarrollaron redes de caminos. Según se cita en el artículo Ciudad Perdida. Un paisaje cultural en la Sierra Nevada, escrito por María Victoria Uribe y Álvaro Osorio, publicado por la Universidad del Magdalena, la ocupación de Teyuna se podría establecer entre los siglos XI y XVI.
Tras ser abandonado, el lugar fue cubierto por la densa vegetación hasta la década del 70 del siglo XX, cuando los guaqueros saquearon gran parte del patrimonio. Desde 1976, los académicos documentan, restauran y consolidan estructuras de la ciudad. Cerca de culminar los 1.200 escalones encontramos un mamo —líder espiritual— que vive cerca de Ciudad Perdida, Rumaldo Lozano. Eran las 6.51. ‘Mambeaba’ —mascaba hoja de coca, una tradición sagrada— y, en un par de ocasiones, sacó de una de sus tres mochilas su poporo: recipiente hecho del fruto del calabazo, un arbusto local, con un extremo en cal endurecida, pétrea, donde los indígenas consignan pensamientos, vivencias.
Una señal de identidad para el hombre adulto. Hablamos unos seis minutos con él. Vestimenta y gorro blancos. Botas de caucho. Pelo largo negro. Pequeñas gotas de sudor en el labio superior. Delgado. Nos dijo que su gorro representa el nevado. Que el blanco, la pureza de la nieve. Que ‘Teyuna’ significa ‘templo’ o ‘lugar sagrado’. Que se preparó cinco años para ser mamo. En un lugar lejano, nos indicó, aprendió la historia de las plantas, la tierra, las estrellas…Continuó con su propio camino.
Llegamos a Teyuna a las 7.18 y a los 1.200 metros sobre el nivel del mar. Muros de piedra sustentan terrazas escalonadas. Dentro de las terrazas, anillos de piedra que corresponderían a las viviendas. En los metates observamos diferentes estilos de tallado. Unos rústicos. Otros, más lisos. Contabilizaba 50.192 pasos en tres días. Unos metros más adelante vimos una piedra tallada con indicaciones que evocan la idea de un mapa. ¿Las líneas pueden ser ríos que bajan de la Sierra? ¿Los huecos, lagunas o sitios sagrados? ¿La piedra es, en sí, un mapa de la Sierra? Es un misterio.
En el sector central, otra piedra tallada. Con líneas diagonales y hacia abajo. Y con una especie de estrella, como si fuera un lugar de referencia. El cielo estaba azul. Alrededor, palmeras de 40 metros. Al fondo, entre la densa vegetación, una cascada.Caminamos hacia el denominado Eje Central, que correspondería al asentamiento de una —o dos— casas ceremoniales, me explicaría después Ana María Groot, magíster en historia de la Universidad Nacional de Colombia y antropóloga de la Universidad de los Andes. Más adelante se encuentra el último sector de terrazas escalonadas. Desde la parte más alta vi un juego de círculos infinitos. Tal vez, los círculos hipnotizan. Son 169 terrazas. Un área de unas 30 hectáreas que albergaba a cerca de 2.000 habitantes.
Con un centro de poder demarcado, con sectores aledaños, residenciales, como si fueran barrios, todo conectado entre sí por los caminos de piedra. Por su monumentalidad, siempre se ha asumido que Teyuna fue uno de los centros de poder político y religioso de uno de los grupos indígenas más avanzados de Colombia. Más allá de las cifras y las palabras, el silencio, que también hipnotiza. A las 11.48 dejamos Teyuna. Las piedras aún callan secretos. Viernes 19 de julio. El tiempo 6.00. Juanita, una mujer Wiwa, tejía con cabuya, con paciencia y con unos tres o cuatro de los 15 colores que obtienen de plantas y semillas.
Su esposo, Alejandrino, nos indicó que, de ese modo, ella expresa su pensamiento, su conocimiento de la tradición y la historia del sol, la luna, la noche…13.04. Culminamos nuestro recorrido. Mientras bajábamos desde los 450 metros sobre el nivel del mar hasta los 100, agradecimos la lluvia del primer día. Sábado 20 de julio. Los pensamientos Estábamos en un pueblo kogi llamado Waniyacka, en reconstrucción por un incendio en febrero de 2019. Hacía mucho calor. Dolían las plantas de los pies. Entonces, nos invitaron a reunirnos bajo la sombra de un árbol. Allí, Vangelio Sauna me explicó que descargara, en ese lugar, todos los pensamientos que había tenido desde que lo contacté por primera vez, por teléfono, hasta ese mismo instante.Ellos hablaban en su idioma.
Cada uno sacaba su poporo. Poco después apareció el mamo José Gabriel Limaco. Vestimenta blanca. Gorro blanco, con rayas horizontales de color rojo y azul oscuro. En el pelo, largo, se vislumbraban algunas canas. En su mirada, el paso de los años. —¿Qué es el círculo? —le pregunté. —Ustedes escriben en papeles, ¿cierto? Así mismo hicimos cuando al principio Serankua hizo como un mapa, un papel, para trazar cómo vamos a vivir, hasta dónde vamos a llegar. Un gran círculo es como un gran papel— respondió José Gabriel. — ¿Qué es Teyuna?—Es un pueblo nuestro. Nosotros vivíamos allá. Un pueblo como este, grande, que había. Dicen que es una ‘Ciudad Perdida’. Pero en pensamiento todavía estamos allá.— ¿Y qué es el pensamiento?—¿Tú, sin pensar, viniste aquí? Antes de venir, pensaste en que venías para acá. Es la guía de uno. Eran las 11.53. Seguimos caminando.
Esencia de la tierra
1. Silvestre
El Café Kogi es un ‘café silvestre’: los cultivos conviven con especies como mango, zapote, mandarina, guamo, plátano y aguacate. La cosecha se da, por lo general, entre diciembre y finales de febrero.
2. Taza
Se trata de un café de cuerpo —o textura— seco y ligero. El sabor es acaramelado y el grado de acidez es dulce cítrico. El aroma, entre tanto, es intenso.
3. Variedad
Los indígenas utilizan la semilla que le dio a Colombia la fama de producir uno de los cafés más suaves del mundo. Es decir, se trabaja con dos variedades del tipo arábigo: típica y caturra. Clasifica como café excelso.
4. Altitud
Se cultiva entre los 800 y los 2000 metros sobre el nivel del mar en tres departamentos en el norte de Colombia: Cesar, Magdalena y La Guajira.
5. Mensaje
La idea es difundir un mensaje sobre la importancia de la conservación y la búsqueda del equilibrio con el medioambiente. No en vano, se adopta un modelo de trabajo ancestral y espiritual denominado Kualama, palabra en kogi que se refiere a la idea del buen vivir: implementar los cultivos sin hacerle daño al bosque o a la tierra. 400.000kilos de café producen los indígenas al año, de los cuales el programa, que se encarga del mercadeo en Colombia, compra 40.000. A nivel internacional la comercialización está a cargo de un socio alemán. El Programa se denomina La caficultura indígena frente a la vida, la naturaleza y su entorno, y está a cargo del Resguardo Kogi-Malayo-Arhuaco y la Organización Gonawindua.
Por:
Juan Molina Moncada, periodista. Ha colaborado con publicaciones como Semana y Avianca en revista en temas internacionales y de cultura
Artículo publicado originalmente en la edición 76 de la revista Avianca