TURISMO
Ciudades perdidas | Pompeya, la ciudad espejo
Al desnudo está la ira del Vesubio: los momentos posteriores a la erupción del volcán —en el sur de Italia, pegado a Nápoles— el 24 de agosto del año 79 de nuestra era.
Con cada paso por la Vía de la Abundancia, la avenida principal de Pompeya, y a cada mirada por sus estancias, se siente uno cómplice, a cielo despejado, de una intimidad obscena. Llega al anfiteatro y respira desde las gradas el inmenso óvalo vacío, capaz de congregar en su día a 20.000 asistentes.
Transita el foro y el área comercial entre columnas de varios estilos arquitectónicos, arcos conmemorativos y los restos de una basílica construida en el siglo II a. C. Husmea en los recovecos de las viviendas populares o las villas aristocráticas, organizadas con un pionero sistema de gestión de aguas. Se acerca hasta la necrópolis de extramuros o imagina el trajín de las calles dedicadas a sectores públicos que mantienen su empedrado…Se empieza como un visitante y pronto se expía la congoja del explorador con ese sol mediterráneo que abrasa.
En 98 hectáreas hay estampas de pánico, serenidad o aflicción. El instante paralizado puede provocar una leve sensación de asfixia. Al desnudo está la ira del Vesubio: los momentos posteriores a la erupción del volcán —en el sur de Italia, pegado a Nápoles— el 24 de agosto del año 79 de nuestra era. Los ríos de lava sepultaron una de las ciudades más prósperas del imperio romano, otorgándole el eterno premio de la vida detenida.
“La fascinación que Pompeya y sus desgraciadas compañeras (Herculano, Oplontis) han ejercido se debe, sobre todo, a que es el único caso en arqueología en el que varias ciudades y toda su población fueron atrapadas en plena actividad, y sus habitantes fueron sorprendidos tratando de huir y de salvar desesperadamente parte de sus pertenencias, quedando todo —personas, animales, edificios y enseres— como congelado para siempre”, resume Alicia María Canto, epigrafista y catedrática del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid.
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Esas ganas de sus gentes por salvarse o la cotidianidad de sus poses resaltan lo efímero de la existencia en esta explanada que vivió su apogeo entre los años 50 y 79 d. C., antes de desmoronarse y servir de pasto para viñedos. Enterradas a seis metros bajo tierra, las ruinas de la ciudad, que acogió a unos 12.000 residentes en su mayor esplendor, son un enigma inconcluso: los últimos datos, por ejemplo, incluso retrasan la erupción a octubre, dos meses después.
Aunque falta una cuarta parte por exhumar y hay lugares solo aptos para estudiosos (como un sótano con 54 esqueletos donde se diferencia la riqueza de sus habitantes por el tono óseo: algunos presentan tiznes cromáticos debido a las joyas que llevaban), se perciben similitudes con el mundo actual.Aún se adivinan, también, las hendiduras de timbres manuales semejantes a los que usamos habitualmente o pinturas con frutas colgadas en las tiendas, que pasarían por un óleo contemporáneo.
“Los pompeyanos eran como nosotros y, quizá, seguimos tan desvalidos: hemos mejorado mucho nuestra capacidad de comunicación, hoy sería posible evacuar con antelación y eficacia, pero todo es relativo. Cerca del Vesubio existe el ‘supervolcán’ de los Campos Flegreos (donde Virgilio ubicaba el Averno, el Infierno), cuya temida erupción podría arrasar Nápoles”, anota Canto sobre las muecas de dolor que observamos en las siluetas de ciudadanos pretéritos. Por esta zona de la región de Campania deambulan cuatro millones de personas al año. Más desde 1977, cuando fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
“No puede haber una ciudad en ruinas más fascinante que esta. Quedan intactas las monedas de un tabernero tras un duro día de trabajo, unas nueces que deleitarían el paladar de cualquier niño insaciable, la propaganda política plasmada en las paredes públicas o el murmullo de sus fuentes”, dice María José López, profesora y autora de la novela Bajo las estrellas de Pompeya. Pompeya confronta a quien la recorre. ¿Estamos dispuestos a mirar cara a cara a nuestros semejantes de otras épocas?
Alberto García Palomo, periodista español. Colabora con medios como El País, El Mundo y Vice.
Artículo publicado originalmente en la edición 76 de la revista Avianca