TURISMO
De “ejecutivo superplay” colombiano a tener catorce pasaportes llenos recorriendo el mundo en moto
Cada año, Sebastián Múnera Vélez viaja hacia las más apartadas regiones del planeta para recorrerlas en moto, con la excusa de descubrir sus secretos y también para encontrar la libertad. Por ahora, una parada en los Balcanes.
Al pasaporte PE 068006, que tiene 48 páginas, apenas le quedan un par de hojas aún intactas. El resto del cuadernillo está tachonado con sellos de inmigración, franqueos borrosos y fechas extintas, aunque detrás de su dignidad burocrática, los ideogramas ininteligibles parecen proclamar el hechizo que generan países lejanos y misteriosos.
Y en la primera página todavía se observa la fotografía congelada de su dueño, Múnera Vélez Sebastián —nacido en Medellín, Colombia—, captado con una barba cuidadosamente descuidada, el cabello castaño y corto, y la mirada serena de quien conoce, palmo a palmo, la piel del planeta. Es el decimocuarto pasaporte que le ha expedido la cancillería colombiana a este joven administrador de negocios internacionales de 36 años, que ha dedicado casi diez a recorrer el mundo en motocicleta con el pretexto de descubrir sus maravillas.
Sus datos ya deben repetirse muchas veces en el ciberespacio de las relaciones exteriores del país, porque desde que era un bebé ha presentado esa credencial viajera en varios aeropuertos internacionales. También deben estar archivados en la carpeta de visitantes extraños de los anaqueles turísticos de naciones como Bosnia y Herzegovina, cuyos agentes de inmigración le vieron pasar sobre una poderosa moto BMW GS 1200, cuando se dirigía a conocer la ribera del río Vrbas antes de detenerse en Jajce para ver la famosa cascada que salpica a los turistas justo en el centro de esa ciudad.
Sebastián Múnera Vélez comenzó su apuesta hacia la libertad en 2013 cuando dejó de trabajar en las empresas de su familia. “Era un ejecutivo superplay pero sin corbata”, recuerda. Y también se acuerda que desde los 15 años sentía una gran pasión por las motos y que desde su oficina miraba más allá de las montañas de Medellín como queriendo rebasarlas rumbo a la felicidad.
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Hasta que un día del año 2013, viviendo en Bogotá, decidió colgar no tanto los guayos como sí los relucientes mocasines Ferragamo. Quiso devorarse el mundo a bordo de una motocicleta y a vivirlo en camiseta, jeans y tenis. Poco a poco, su verdadera pasión empezó a asomarse, alegre y confiada, casi que en zapatillas: viajar. Desde entonces se va de Colombia dos o tres veces al mes. Este trotamundos ya había dado un primer grito de independencia en el año 2010, cuando viajó con su amigo motociclista Santiago Barco hasta el Perú por el sur, y atravesó el ombligo del mundo durante 25 días.
De esa experiencia liberadora le queda el recuerdo de haber cruzado un bosque de neblina a bordo de su primera BMW GS y de casi perecer entumecido en medio de una nevada, a 5.200 metros más cerca de la muerte. Pero a ambos la experiencia les sirvió para crear el grupo de moteros que cada año elige una región agreste del planeta para su aventura. Visitarla sobre dos ruedas es el equilibrio de Sebastián.
Al año siguiente, por ejemplo, viajó por Argentina y Chile, salió desde el desierto de Atacama y entró por el norte del país gaucho hasta la ciudad de Mendoza. Allí se unió en su máquina a la caravana del Rally de Dakar, en donde se reencontró con su amiga Marta Mariño, la primera motociclista colombiana en participar de la carrera. En la siguiente aventura cambió la logística del viaje. Múnera y su grupo decidieron irse a Los Alpes, en Europa, y alquilar allí las máquinas en lugar de trastearlas en un jet. En el 2014 fue el turno de Sudáfrica, país en donde gastaron 20 días recorriendo costas y montañas. Al año siguiente viajaron a Marruecos, en donde visitaron palacios fabulosos como la mezquita de Hassam II, pero también se perdieron en una tormenta de arena en pleno desierto del Sahara. “Todavía me sale arena del casco si lo sacudo”, dice.
En 2015 fueron a Nueva Zelanda —luego de viajar a Australia, para aprovechar el vuelo— y se perdieron sin vergüenza en Queenstown, la capital diseñada para emprender aventuras que uno nunca haría. “Yo, por primera vez, salté en paracaídas sobre el Franz Joseph Glaciar”, confiesa Múnera. Por fortuna, la tensión del salto la bajó luego, al visitar el tranquilo pueblecillo de Waikato, en Matamata, en donde se filmaron las diminutas casas de los hobbits de la película El señor de los anillos.
Pero su viaje en busca de la libertad se parece en cierta forma al éxodo que el protagonista principal de esa cinta, Frodo Bolsón, emprende para destruir el Anillo Único: no parece terminar nunca. Posteriormente, su grupo —que ya suma 26 aventureros— eligió visitar la lejana Croacia, y en mayo de este año, regresaron a los Balcanes para meterse a moto limpia por las tripas, otra vez, de Croacia, pero además de Bosnia y Herzegovina, Montenegro, Albania y Grecia. “Siempre escogemos viajar por pequeñas carreteras, pues las motos no son buenas para las autopistas”, explica.
Croacia los sorprendió de entrada. Viajaron desde Zagreb a Mostar, en Bosnia, en un día en el que recorrieron 450 kilómetros, y en donde debieron evitar campos todavía minados con bombas que no explotaron en la Guerra de los Balcanes. Al día siguiente llegaron a Žabljak, en Montenegro. “Es la perla escondida del mundo: un sitio diferente y alucinante, pero que contiene lo mejor de un país: la energía de su gente”, dice.
De Žabljak pasaron a Budva (todavía en Montenegro), se detuvieron en el famoso puente de Djurdjevica y un día después viajaron hacia Ohrid, en Macedonia, a través de Albania. Tras atravesar ese lugar que parecía detenido en el tiempo, cruzaron al norte de Grecia, donde terminaría la gira. Las llantas de sus motos se posaron en las vías abiertas de patrimonios de la Unesco como el Old Bridge Mostar y la misteriosa ciudad de Meteora, y después tomaron rumbo a Delphi, Atenas y Mykonos.
El plan es arrancar para Serbia, Rumania, Bulgaria y Turquía. Pero seguramente deberá sacar otro pasaporte.
Artículo originalmente publicado en la edición 52 de la revista Avianca