TURISMO
El relato de Erling Kagge tras alcanzar los polos Norte y Sur y la cima del Everest
“Es porque soy noruego”, bromea, a la vez que insiste en que todos tenemos un explorador dentro.
Como si se tratara de una caminata por un parque de su vecindario, Erling Kagge recuenta sus expediciones a tres de los lugares más extremos de la tierra: los dos polos (el Norte en 1990; el Sur entre 1992 y 1993) y el Monte Everest (1994). Una triple hazaña que solo él ha completado y que, en sus palabras, puede parecer hasta sencilla.
“Es porque soy noruego”, bromea, a la vez que insiste en que todos tenemos un explorador dentro. “El propósito de tu vida es encontrar tu propio polo sur”, agrega. Ya sea para alcanzarlo, pero también, como un incentivo para seguir caminando. Irónicamente, Kagge atravesó miles de kilómetros lejos de su casa, en condiciones insoportables para la vida humana, para aprender a valorar algo sumamente elemental pero, a la vez, tremendamente difícil en nuestras vidas cotidianas, el silencio.
Ese fue el origen de su libro de 2016, Silencio en la era del ruido. En el Hay Festival Cartagena, que lo tuvo como invitado, le pedimos, aunque resulte paradójico, que nos hablara. Y, aunque insistió en que una de las cosas más difíciles era poner palabras para entender los momentos más valiosos de la vida, en estos fragmentos reconstruye su travesía al fin del mundo y hasta el comienzo de sí mismo. “Quise llegar solo y por mi cuenta hasta el Polo Sur, siendo el primero en la historia en lograrlo. Sin embargo, con el paso de los días, el viaje se convirtió más en una expedición al interior de mi ser. Me permitió ver la vida en perspectiva; vivir tan cerca de la naturaleza me hizo entender mejor mi propia existencia. Por supuesto, no creo que la única forma de lograrlo sea la que yo escogí: no tienes que ir hasta el Polo Sur para comprenderla”.
“Podríamos decir que todo ha sido explorado, pero también es correcto decir que el mundo entero se encuentra sin descubrir. Cuando viajas, ves un lugar con ojos muy distintos a los de cualquier otra persona. Es una experiencia tan única como el silencio, tú tienes el tuyo y yo el mío. Si camináramos juntos a través de la selva, mi viaje, mi caminata, sería totalmente distinta a la tuya. Diría, sin temor a equivocarme, que todo, bajo el sol, es completamente nuevo”.
“Todos nacemos exploradores, es nuestro estado natural. Cuando era un niño soñaba con viajar alrededor del mundo, ver tanta gente distinta, navegar por los océanos y, de alguna manera, logré mantener ese espíritu. La vida, de una forma u otra, es una larga expedición”.
“Cuando me preguntan por el siguiente paso, creo que el misterio más grande de la vida está en el interior del ser humano. Por eso me interesa tanto el silencio, porque el universo que tienes en tu cabeza es tan grande como el que nos rodea: tu cerebro puede ser más amplio que el cielo. Para mí, hoy, no se trata de caminar muy lejos; los grandes enigmas me llegan cuando estoy sentado en mi patio”.
“La gente relaciona el silencio con la agresividad, la frustración o la tristeza, por eso se piden minutos de silencio. Pero ese no es el tipo de silencio del que yo hablo. Para mí se trata de una fuerza positiva; entre el ruido, vives a través de la otra gente y sus expectativas, de los dispositivos, de las interferencias… el silencio se trata, en cambio, de vivir por ti mismo. Es una decisión que puedes tomar. ¿Voy a dejar que la vida me pase rápidamente o voy a lograr conocerme?”.
Artículo publicado originalmente en la edición 58 de la revista Avianca