TURISMO
La ciudad en la que el odio puede transformarse en amor
Desde los balcones del histórico barrio de Las Peñas, de casas de colores y pasillos angostos, es posible contemplar el pasado y el presente de la ciudad que nació en estas calles, hoy llenas de cafés, restaurantes, bares y talleres de artesanías.
A los pies del cerro Santa Ana, a orillas del río Guayas, una voz quejumbrosa repite la solicitud angustiosa de Julio Jaramillo, el ‘Ruiseñor de América’: “Ódiame por piedad yo te lo pido, ódiame sin medida ni clemencia”. Pero ninguno de los que escucha esa súplica parece hacerle caso. En medio de las casas de fachadas azules, amarillas, rosas y verdes, los transeúntes se ven acompañados por los afligidos valses, boleros y pasillos del famoso compositor ecuatoriano, entonados por músicos armados con guitarra y acordeón en las escaleras que conducen hasta el sitio exacto en donde se fundó la romántica ciudad de Guayaquil: esa urbe en donde el odio puede transformarse en amor, sin medida ni clemencia. La cuna de la capital de la provincia del Guayas se encuentra, en efecto, en el escalón 165 de los 444 que conforman las escalinatas Diego Noboa y Arteta, las cuales atraviesan el barrio Las Peñas –la niña de los ojos de Guayaquil– hasta llegar a la cumbre del cerro Santa Ana.
Por estar situado en esa colina de 60 metros de altura, es una tribuna desde la que sus vecinos no han dejado de observar cómo la ciudad se ha ido levantando a orillas del Guayas. Una ciudad que a lo largo de su historia no ha hecho más que reconstruirse después de cada golpe recibido. Unas veces eran las incursiones de los piratas, otras eran las sublevaciones internas dentro del país. Procedieran de donde fuese las embestidas, el Fortín de la Planchada –uno de los baluartes coloniales para la defensa de la ciudad– las repelía.
Los dos cañones que aún se conservan parecen seguir en estado de alerta. Los algo más de 400 años de vida que tiene Las Peñas lo convierten en el barrio más antiguo de la ciudad. Por estar a la orilla de un río, no es extraño que sus primeros pobladores fueran pescadores y artesanos. En general, gente humilde que poco tenía que ver con las familias acaudaladas que acabarían por disfrutar de este lugar. Fue hacia el siglo XVII cuando los pudientes lo escogieron como su sitio de descanso veraniego. Aprovechando la playa de agua dulce que se formaba al pie del cerro, Las Peñas se convirtió en un balneario.
Al comenzar el siglo XX, movidos por la inercia del boom cacaotero que se tomó al país, los grandes hacendados no solo se instalaron en Las Peñas, sino que invirtieron en el barrio hasta transformarlo en lo que hoy podemos imaginar que fue. A lo largo de la calle Numa Pompilio Llona (llamada así desde 1920 en honor a ese reconocido poeta y filósofo guayaquileño), construida con grandes piedras, se suceden 36 hermosas casas patrimoniales. Cada una de ellas hechas de madera y combinando varios gustos de influencia europea: balcones de estilo francés, ventanas tipo chazas y toques navales, por aquello de ser una ciudad portuaria.
Toda esta ostentación deja muy claro que este era un lugar aristocrático en el que vivieron personajes de todos los campos: presidentes del Ecuador como Eloy Alfaro Delgado, Alfredo Baquerizo Moreno, Carlos Julio Arosemena Tola, José Luis Tamayo, Francisco Robles, Carlos Arroyo del Río, y artistas como el pianista francés Antonio Neumane –compositor del himno nacional del país–, los poetas Pablo Neruda y Gabriela Mistral, el escritor Ernest Hemingway y el médico y revolucionario Ernesto ‘Che’ Guevara, quien hizo consultas gratuitas a los vecinos. Todos ellos debieron recorrer alguna vez las escalinatas que unen el pie del cerro con una iglesia y un faro que lo coronan. A lo largo de la subida se suceden cafés, restaurantes, bares y talleres de artesanías. Las palmeras tampoco faltan. Los grandes hitos del lugar son la iglesia de San Francisco de Guzmán, la Capilla del Cerro y el Museo Naval El Fortín del Cerro de Santa Ana.
El faro que remata la cima es un excelente mirador desde el que puede contemplarse el estuario del Guayas (formado por la intersección de los ríos Babahoyo y Daule), lo mismo que Guayaquil y la isla Santay. Un paisaje rodeado de humedales y manglares que deja entrever la conexión de la ciudad con el océano Pacífico.
Otra vía que hay que recorrer es la calle Numa Pompilio Llona. Se trata de una estrecha vía empedrada que nace en el Fortín y muere en la antigua planta de la Cervecería Nacional, sobre la que se levantan suntuosas casonas de madera que reflejan esa tradición maderera, símbolo de identidad de la ciudad puerto.
Su trazado es un sinuoso corredor diseñado originalmente para el paso de carretas tiradas por caballos y fue tan importante en su época que incluso los planos quedaron consignados en los diarios del pirata Guillermo Dampier, capitán de barco inglés, ocasional bucanero y corsario, pero también excelente escritor, botánico y observador científico.
En la Numa Pompilio Llona es obligatorio hacer paradas en los cafés y talleres artesanales para husmear lo que venden, y escuchar nuevamente a los músicos que, a modo de banda sonora del paseo, cantan el verdadero amor del ‘Ruiseñor de América’:
Tú eres perla que surgiste / del más grande e ignoto mar, / y si al son de su arrullar / en jardín te convertiste; / soberana en sus empeños / nuestro Dios formó un pensil / con tu bella Guayaquil / Guayaquil de mis ensueños.
Apenas terminan, los turistas les pagan con todo el ‘suelto’ del que disponen, pues las monedas de Sucre no hacen falta para visitar alguno de los tres museos (cuya entrada es libre) que se suceden al final de la icónica calle, ya en la zona conocida como Puerto Santa Ana: el Museo de la Música Popular Julio Jaramillo, el Museo de los Equipos del Astillero: Barcelona y Emelec, y el Museo de la Cerveza. Es una forma de conocer ese barrio indomable que conserva parte de su memoria sin miedo a mirar hacia delante. Sin medida ni clemencia.
Por:
Galo Martín Aparicio @galomaapEspañol, licenciado en historia y especializado en la creación de guías de viaje. Ha publicado en medios como Vice y El País de España.
*Artículo publicado originalmente en la edición 54 de la revista Avianca.