TURISMO

Moscú desde siete escenarios cotidianos

Una, otra y otra vez, por siglos, Moscú ha sido el centro del mundo. Sus imperios han volteado la mirada hacia ella.

Texto: Armando Pérez López Periodista colombiano. Lleva 36 años viviendo en Rusia, en donde trabajó para la agencia RIA Novosti y sigue desempeñándose como corresponsal de varios medios en español
22 de octubre de 2024
Vista del centro de Moscú a la luz del día
Vista del centro de Moscú a la luz del día | Foto: Getty Images

En Moscú, enorme como el país mismo, pero quizá desproporcionada e indiferente, unos pasos quedos dejan entrever las señas para entender el enigma del ‘alma rusa’. “Pruébelos, son deliciosos”, nos dice, sobre los helados de nata —tan comunes en la era soviética—, una mujer joven, hermosa, de ojos grises, frente a un quiosco de vidrio y madera en los pasillos de la Tienda Estatal Universal.

Abrió hace 125 años como la galería comercial más grande de Europa, sobrevivió un decreto de demolición de Stalin y fue bodega durante la Segunda Guerra Mundial. Un lugar, entre fachadas, calles o monumentos descomunales, donde las señas palpitan, hablan: desde el imperio de los zares hasta la Rusia sin dogmas, pasando por las moronas soviéticas.

La vida, en espiral

La mujer no lo recuerda, era muy niña, pero su abuela le cuenta que compraba aquí los uniformes y los libros para que su madre y su tío pudieran ir a la escuela. Han pasado décadas y de la era soviética solo quedan un restaurante en la tercera planta, un enorme supermercado que ahora vende alimentos rusos e importados, una sala de cine y un famoso salón de exhibiciones que sigue siendo tan lujoso y selecto como en los tiempos de los zares. La vida avanza en espiral. Esta tienda enorme, hoy como hace 125 años, es un símbolo del Moscú exclusivo. Llamada GUM por las siglas en ruso de Tienda Estatal Universal —como la bautizó Lenin—, fue levantada a la manera de un pasaje comercial cubierto cerca del Kremlin y superó en tamaño a la galería Víctor Manuel, de Milán, siendo el comercio más prestigioso de Europa hasta su cierre en 1917.

También sobrevivió a los años en los que la industria nacional poco podía producir más allá de los artículos de consumo popular. Viachesláv, operario eléctrico jubilado, canoso, actualmente miembro de la seguridad de la Tienda, recorre a diario la reconocida fuente del pasaje central y los puentes en forma de arco que unen las tres filas de tiendas en los pisos superiores. Recuerda, con nitidez, los 50 kópeks (medio rublo, menos que un centavo de dólar) que se pagaban por ver a las obreras más atractivas de las fábricas textiles desfilando trajes industriales.

Hoy, junto a los 152 locales de las marcas más prestigiosas del mundo y entre diseños de alto nivel, el salón celebra las pasarelas de moda de los maestros más renombrados del planeta.

Resurrección en piedra

Cerca, con el Kremlin aún próximo, la catedral de Cristo Salvador abruma por sus números a orillas del río Moscova. Este templo en forma de cruz, de 80 metros de ancho, y su cúpula, que suma 103 metros de alto, puede albergar 10 mil fieles y está adornada con frescos e imágenes en una superficie de 22 mil metros cuadrados. Es el edificio ortodoxo más grande de Rusia, una obra de arte religioso sin parangón. Es, también, el nexo entre la sociedad rusa y sus valores creyentes luego de casi siete décadas de ateísmo institucionalizado.En esas décadas, la catedral original sucumbió ante Stalin.

Inaugurada en 1883 en conmemoración a la victoria de las tropas rusas ante la invasión napoleónica en 1812, fue demolida por una orden en 1931 y en su lugar funcionó una piscina popular hasta 1994. Esta réplica, levantada con un fondo social para su reconstrucción, fue inaugurada en el 2000. No es mucha la gente —no ortodoxa— que logra verla por dentro. Las normas son rigurosas y mujeres de aspecto severo la custodian; más después de que —narra otra mujer que vende boletas a la vuelta para excursiones fluviales por el río— la banda feminista de punk Pussy Riot hiciera una protesta en el altar de la catedral en 2012: cuatro chicas entonaron una canción de protesta contra el presidente ruso Vladimir Putin y le pidieron a la Virgen derrocar al mandatario.

Los hombres, por demás, no pueden entrar en bermudas, en camisetas sin cuello o sin mangas; las mujeres deben cubrirse la cabeza con un manto, no llevar pantalones ni faldas cortas y nadie puede usar cámaras, celulares, bolsos voluminosos o gafas oscuras.

Cara o sello

Mientras acuña monedas con un enorme martillo de 12 kilos con el que golpea un molde sobre un sólido yunque de madera, Igor sonríe. Su técnica sobre el estaño, el cobre o las aleaciones de plata, es tan artesanal como lo fue hace unos 300 años en estas tierras. Cuenta, con una alegría vibrante, que su moneda más exitosa es la que dice ‘sí’ en uno de sus lados y ‘no’ en el otro: “Un regalo gracioso para los inseguros”. Es la calle Arbat.

Algo más de un kilómetro de vía peatonal tomada por pintores, caricaturistas, retratistas a lápiz, artistas, músicos, artesanos, comerciantes o meseros en pugna porque todo el que pase se lleve un pedazo de Moscú con su marca. Es un lugar para tirar rublos en un sombrero luego de escuchar un fragmento clásico o romántico, y para azuzar la curiosidad. Las fachadas, soberbias, recuerdan el paso de príncipes, aristócratas y bohemios.

Catedral de Cristo Salvador, Rusia
Catedral de Cristo Salvador, Rusia | Foto: Getty Images

Es un friso alimentado por la historia. Su presente se divide entre los negocios de las primeras plantas, donde Joseph —estudiante nigeriano que desde hace cuatro años trabaja por horas en los restaurantes— nos habla de sus orígenes, y los apartamentos para turistas; entre la algarabía del día y la vitalidad de la noche.

Arte y frenesí Vital

Vital es la calle Arbat. Pero la palabra es breve, tenue, para una estación donde el voltaje humano sacude el amperímetro. Sentada, desde la cabina donde controla la entrada de los pasajeros a las escaleras eléctricas, la funcionaria del metro se sorprende por la curiosidad que genera su lugar de trabajo: la estación Komsomólskaya, un imponente lugar que parece la sala de un museo por su estilo arquitectónico y su simbología comunista —como todas las estaciones construidas en la era soviética—.

Por allí pasan dos vías del tren subterráneo, la línea del anillo y la línea roja, una de las más largas del metro moscovita. Afuera, en la Plaza de las Tres Estaciones, buses, trolebuses, taxis y los ‘bombila’ o taxistas piratas, multiplican la circulación.“Me gustó más cuando vi las fotos de Komsomólskaya en una revista”, dice ella, convencida de que pocos tienen tiempo de fijarse en si la estación les resulta bonita o fea. Lo que sí tiene claro, es que si ve grupos de extranjeros ingenuos o perdidos, alerta a la policía: es un lugar frenético, multitudinario, y no siempre tan seguro. A las 6 de la mañana, cuando empieza su turno, solo a Yaroslavskaya, una de las tres estaciones inmediatas con las que se conecta—Leningradskaya y Kazanskaya son las otras—, llegan simultáneamente hasta ocho trenes llenos.

En el día se suman centenares de miles de pasajeros, 600 mil de los cuales vienen de pueblos y ciudades vecinas para trabajar en Moscú.Cuenta regresivaAnsiedad. Ocho letras que resumen el clima, en palabras de los vendedores de los quioscos, alrededor del estadio Luzhnikí, el más antiguo e importante de la vasta Rusia. Solo han estado pendientes, durante los últimos meses, del inicio del Mundial de Fútbol, que se disputa entre junio y julio y durante el cual, frente a 81 mil espectadores en Luzhnikí, se jugarán la apertura y la final.

Ellos, los comerciantes, tienen prohibido vender alcohol y cigarrillos por estos días. Hablan entre los zumbidos de las bicicletas, que cruzan a uno y otro lado: junto a Luzhnikí existe un punto de estacionamiento y alquiler —se paga y se recibe un número personal por Internet para utilizarlas— que se conecta con ciclorrutas, una estación del metro, una red férrea sobre pilares que rodea Moscú y, en particular, con el parque Gorky, en Vorobyovy Gory: una ventana de paz.Suena imponente. Lo es. Lo pintoresco está en otro estadio.

Catedral de San Basilio o Catedral de Vasily el Bendito o Catedral Pokrovsky en el Kremlin de Moscú en la Plaza Roja. Plaza Roja nocturna con gente irreconocible
Catedral de San Basilio o Catedral de Vasily el Bendito o Catedral Pokrovsky en el Kremlin de Moscú en la Plaza Roja. Plaza Roja nocturna con gente irreconocible | Foto: Getty Images

El Spartak, en una singular zona residencial del noroccidente donde, luego de 92 años, el club del mismo nombre tuvo una sede en 2014. El Spartak, por si acaso, es llamado el equipo del pueblo, una esquela rusa.Ojos bien abiertosNo todo tiene tantas líneas de la historia escritas en sus muros, en sus gentes. Esas señas del ‘alma rusa’ también atraviesan una necesidad casi frenética de vanguardia. El puente Bagratión, con tiendas, bares y cafés sobre el Moscova, con parejas de recién casados y novias con los ramos en la mano buscando miradores pintorescos para tomarse fotos, entrelaza siglos bajo su cúpula de vidrio y metal. Desemboca en un distrito de 12 modernos rascacielos —serán 34—, compañías de renombre mundial y cerca de 1.500 empresas medianas.

Un lugar financiero influyente, al que llaman ‘Moscow City’, con miradores de 354 metros de altura y panorámicas inigualables de Moscú. ¿Otro espíritu en la ciudad? ¿Un lenguaje de energías sostenibles, viviendas futuristas y negocios vertiginosos? “Venimos porque hay mucho espacio y el ambiente moderno nos estimula para cumplir la meta de ejercicios. Nos citamos por redes sociales”, cuenta un estudiante universitario mientras completa en grupo su rutina de gimnasia.

Huellas, muchas huellas

A Iliá, un policía, de pie junto al Museo Estatal de Historia —edificado sobre bases que datan de tiempos del zar Pedro ‘El Grande’ a finales del siglo XVII—, le sorprende que muchas veces sean los mismos rusos —de visita en Moscú— quienes más tomen fotos a la Torres Spasskaya o a la Catedral de San Basilio en la Plaza Roja.

El ‘alma rusa’ buscada por los mismos rusos en los ladrillos rojos del esplendor imperial, en la estrella de cinco puntas de rubí y el reloj de Spasskaya —la torre del Salvador, entrada oficial del Kremlin— o en las ‘cebollas’ de San Basilio. Aquí sí que las huellas son visibles. Incluso físicas. Están el cadáver de Lenin en su Mausoleo y, detrás de él, el Panteón donde yacen los cuerpos de Yuri Gagarin —el primer cosmonauta de la historia— y de Iósif Stalin.

Las huellas coloridas de la Catedral, un monumento ortodoxo particular por su reducido tamaño y sus formas inusitadas. En realidad, son nueve capillas independientes comunicadas por pasillos, como si se recorriera una cueva, cuyas paredes de piedra conservan frescos, pinturas y mosaicos de una belleza característica.Son muchos los tiempos en Moscú. Las huellas. Las señas de que la vida avanza en espiral.

Artículo originalmente publicado en la edición 61 de la revista Avianca

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