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Los huipiles, trajes típicos de Guatemala
que se consiguen en el mercado de
Chichicastenango, tienen patrones
relativos a la cultura maya que incluyen
el sol y las flores
Los huipiles, trajes típicos de Guatemala que se consiguen en el mercado de Chichicastenango, tienen patrones relativos a la cultura maya que incluyen el sol y las flores | Foto: Pilar Mejía

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Qué hacer en Chichicastenango (Guatemala), donde los pétalos de flores significan agradecimiento y colorean las calles

Un templo que comparten indígenas y católicos, un mercado que cautiva por los colores de sus tejidos y flores, un abuelo que enseña a sus nietos a hacer alfombras de aserrín para Semana Santa... Las tradiciones en Guatemala se funden unas en otras, pasan de mano en mano, resisten.

Juan José Cuéllar Literato y periodista colombiano. Fue parte del equipo de Avianca en revista y colaboró con las publicaciones de Grupo Semana
20 de agosto de 2024

Los ojos arden, lagrimean. El humo blanco y espeso opaca las cosas, las esconde. El incensario se mueve de un lado a otro —la cadencia es lenta— y se puede ver de vez en cuando el fuego en su interior. La mujer en medio de la humareda reza frente a la Iglesia de Santo Tomás, en Chichicastenango. Está de pie, con la mirada agachada y puesta sobre unos pétalos de rosa amontonados, que contrastan con las paredes ennegrecidas. Susurra en k’iche’, una de las 21 lenguas mayas que se hablan en Guatemala. El fuego se consume y el humo empieza a dispersarse: el rezo ha terminado. La mujer se arrodilla, se santigua, guarda en una caja de cartón la lata de pintura que hace de incensario y entra en la iglesia.

Falta poco, unos cinco minutos, para que inicie la misa que se celebrará en español y k’iche’. Chichicastenango, a tres horas de la capital, es una ciudad en la que el límite entre las tradiciones indígenas y españolas se ha difuminado, han terminado por fundirse. A este mestizaje o combinación de creencias y culturas se le conoce como sincretismo. En la Iglesia de Santo Tomás, que se construyó encima de un templo maya dedicado al sol —q’ij, en k’iche’—, hay ocho losas de cemento, grises y sólidas, sobre las que los indígenas maya rezan y posan velas de sebo, maíz, chocolate, pétalos de rosa, pan y botellitas de cusha, un licor a base de frutas fermentadas.

La superficie de la losa, que parece rugosa como la de las calles o los andenes, es lisa por la acumulación de cera derretida. A pocos pasos, los católicos oran de rodillas frente al sagrario y, al salir, algunos de ellos dejan encendida una vela sobre la piedra.“Aquí en Chichicastenango se fusionaron las dos culturas”, dice Juan León Cortés, pintor y guía espiritual maya k’iche’. Estamos en su taller, el cual comparte con su hermano gemelo Miguel León. Desde la ventana se puede ver cómo el sol impacta de lleno sobre el cementerio de la ciudad: una hilera de mausoleos y tumbas de colores vivos, los mismos tonos que los gemelos usan en sus cuadros.

Tres mil personas trabajan los jueves y domingos en el mercado de Chichicastenango
Tres mil personas trabajan los jueves y domingos en el mercado de Chichicastenango | Foto: Pilar Mejía

Miguel explica que en Chichicastenango los mayas k’iche’ y católicos no solamente comparten la iglesia, sino también el cementerio: “Si la tumba o cruz es de color verde o azul, eso quiere decir que el fallecido es un hombre indígena; si es rosada, una mujer; si es amarilla, un niño; y si es blanca puede ser la tumba de un católico o de un indígena que haya muerto de viejo, que haya sido un abuelo”.

Juan es más elocuente y habla mejor español que su hermano. Este, en cambio, es tímido: casi no ve directamente a los ojos y habla en voz baja. “Desde la perspectiva cosmogónica maya, escrita en el Popol Vuh, que de hecho se encontró a comienzos del siglo XVIII aquí en Chichicastenango, nosotros somos hombres de maíz. Por esta razón, en el Templo del Sol —que es la misma Iglesia de Santo Tomás— la gente agradece por la vida, el trabajo y las semillas, y por eso pone pétalos de flores, chocolate y licor”, afirma Juan. “Las velas de sebo y el incienso son para los ancestros.

Las alfombras que se aprecian en las vías procesionales durante la Semana Santa en Antigua son elaboradas por familias y amigos
Las alfombras que se aprecian en las vías procesionales durante la Semana Santa en Antigua son elaboradas por familias y amigos | Foto: Pilar Mejía

El humo llega hasta las otras dimensiones y transmite la información que la persona quiere dar”, complementa Miguel, quien ha asentido a todo lo que su hermano ha dicho. “¿Y la gente dónde consigue, por ejemplo, los pétalos de flores o las velas de sebo?”, pregunto. “En el mercado”, responden casi al mismo tiempo. Los días de mercado —jueves y domingo— Micaela Quino se levanta a las tres de la mañana. Hacia las cuatro llega a su “champa”, nombre con el que se conoce a los puestos comerciales, y empieza a barrer y a ordenar las artesanías y los huipiles. A las 6 de la mañana está todo listo para recibir a los clientes. Se mantendrá hasta las cuatro de la tarde, hora en la que el mercado cierra. Los otros días de la semana se dedica de seis a ocho horas a tejer huipiles junto a sus hijas. Tiene 50 años y desde hace 25 esta ha sido, en pocas palabras, su rutina. —Hay dos tipos de huipiles: los de diario, que es como el que tengo puesto y que se venden en gran parte del mercado, y los ceremoniales, que solo pueden usar las mujeres de los cofrades, los indígenas que resguardan las imágenes de la iglesia.

Los huipiles siempre han sido una vestimenta, pero hoy en día en el mercado han adaptado su diseño de flores y soles a carteras, cubrelechos, centros de mesa —cuenta Micaela.El mercado de Chichicastenango cubre las cuadras alrededor de la Iglesia de Santo Tomás. Además de huipiles, artesanías, velas, frutas y verduras, se pueden conseguir flores. Las personas que las venden se reparten en los 18 escalones que separan la iglesia de la plaza central y que a su vez representan los 18 meses del calendario solar maya.

Ahora bien, Chichicastenango no es el único lugar en Guatemala donde los pétalos de flores significan agradecimiento y colorean las calles. Flores de aserrín — ¿De qué color va este cuadrado, abuelito Luis?—El abuelo me dijo que yo haga los cuadrados.—Entonces, ¿yo qué hago?—Los círculos, ¿no, abuelito?— ¿De qué color?—Hay muy poquito rojo, mejor azul.—Más bien deberías estar pendiente de Matías, para que no camine encima de la alfombra.—No, echa azul aquí y el poquito de rojo acá, y cuidado con el molde. Yo cuido a Matías— aclara el abuelo para saldar la discusión. Así es una conversación entre los primos Montiel y su abuelo un sábado por la tarde. Matías es el más pequeño, tiene dos años y hace poco caminó encima de una alfombra que sus primos hacían. Por eso no lo dejan acercarse.

El mercado de Chichicastenango cubre las cuadras alrededor de la Iglesia de Santo Tomás. Además de huipiles, artesanías, velas, frutas y verduras, se pueden conseguir flores. Las personas que las venden se reparten en los 18 escalones que separan la iglesia de la plaza central y que a su vez representan los 18 meses del calendario solar maya. | Foto: Pilar Mejía pilarmejia8 Fotógrafa colombiana. Es parte del equipo fotográfico de Grupo Semana. Apoyo logístico: Instituto de Turismo de Guatemala, INGUAT.

José Adrián tiene siete años, Marco Javier, diez y Rudy Alberto, doce. Los cuatro son nietos de Luis Montiel, quien desde hace 55 años los Jueves Santos pasa la noche junto a familiares y amigos trabajando en una alfombra para la procesión del Señor Sepultado, el cual entra el viernes en la mañana a la Iglesia de la Merced, a pocas cuadras de su casa.

Antigua, Guatemala, es famosa por las alfombras que se elaboran a lo largo de las vías procesionales durante Cuaresma y Semana Santa. Las alfombras se hacen con pino, flores, arena y aserrín teñido de colores, y los motivos generalmente son patrones mayas —inspirados en huipiles— y flores. El origen de la tradición viene de España: se conocen alfombras para el Corpus Christi en Barcelona en el siglo XIV.

Sin embargo, esta tradición también la tenían los mayas, quienes con pino y pétalos de rosa alfombraban las calles por las que pasaban sus ídolos. La noche del Jueves Santo de 2013 cayó un aguacero que deshizo cualquier intento de alfombra. En la madrugada Luis Montiel lloró: en sus más de 50 años nunca había fallado. “Las alfombras empiezan a hacerse desde las siete de la noche y se terminan de hacer a las ocho de la mañana del Viernes Santo, algunas veces a pocas cuadras de que pase la procesión”, comenta.

El trabajo intenso de toda una familia, de una noche en vela, de semanas de preparación, se esfuma bajo los pies de los cucuruchos —o cargueros de las efigies— en menos de un minuto. ¿Qué pasa por la cabeza de un alfombrero cuando su trabajo, delicado, sutil y a la vez voluminoso, se deshace frente a sus ojos? ¿Qué piensa? Luis Montiel habla del orgullo por cumplir un año más, pero también habla sobre el tiempo que pasó con sus manos rellenando de aserrín los moldes y formando figuras de flores; habla de un momento de paz y tranquilidad, una especie de meditación, durante la que aprovecha para agradecer por sus nietos, por la vida y el trabajo, del mismo modo que los indígenas maya k’iche’, a kilómetros de distancia, lo hacen en las losas de la Iglesia de Santo Tomás, en Chichicastenango, también con flores.

Por:

Juan José Cuéllar Literato y periodista colombiano. Fue parte del equipo de Avianca en revista y colaboró con las publicaciones de Grupo Semana

Artículo publicado originalmente en la edición 70 de la revista Avianca