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Torre CN, uno de los símbolos más reconocibles de la ciudad.
Torre CN, uno de los símbolos más reconocibles de la ciudad. | Foto: Jorge Luis Vasconez

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Toronto: la ‘Silicon Valley del norte’ en cuyas calles se escucha hablar en inglés, chino, español, portugués y francés

¿Cómo sería la ciudad más poblada de Canadá sin el carácter multicultural de sus gentes? Entre alguna panadería japonesa, un plato iraní, un bosque en medio de calles o un laboratorio químico, los protagonistas de esta historia conforman un relato global que ocurre en un par de manzanas de Toronto.

Texto: Alejandro Soifer periodista y docente argentino. Vive en Toronto, donde realiza un doctorado en estudios hispánicos
11 de septiembre de 2024

El 13 de junio de 2019, cerca de la medianoche, las calles de Toronto se sacudieron. Por primera vez en casi veintiséis años de haberse establecido, el equipo de baloncesto de los Toronto Raptors ganó un título de la NBA. Durante largas horas y hasta bien entrada la madrugada, en una gran catarsis colectiva y con un renovado orgullo de pertenecer a Toronto, los habitantes de la metrópoli se concentraron en la calle Yonge, una de las dos arterias que, junto con la calle Bloor, la dividen en los cuatro puntos cardinales.

Estructuras victorianas de ladrillo, que antiguamente albergaron una destilería, hoy reúnen bares, restaurantes y tiendas Distillery District
Estructuras victorianas de ladrillo, que antiguamente albergaron una destilería, hoy reúnen bares, restaurantes y tiendas Distillery District | Foto: Getty Images

La fiesta empezó, y terminó, como pocas veces se había visto en Canadá. En ese trayecto de fanáticos ondeando las banderas de su equipo, automóviles haciendo sonar sus bocinas, banderas de Canadá y el canto repetitivo e hipnótico que emergía de la multitud (“Let’s Go /Rap-Tors!”) desfilaba también la vida de una ciudad que durante muchas décadas mantuvo una lucha interna por encontrar una identidad y el respeto que se merece. Yendo desde Yonge y Bloor en dirección sur, los fanáticos, la gente común, los ciudadanos, los recién llegados a Canadá, todos aquellos que esa noche decidieron salir de sus casas y sumarse al festejo colectivo, pasaron por las iluminadas puertas de restaurantes que se multiplican cada día formando una geografía culinaria comprimida: afganos al lado de parrillas coreanas, comida tradicional de la India, panaderías japonesas cuyas paredes limitan con tradicionales casas de dumplings chinos…También, restaurantes mexicanos, pizzerías italianas y en menor medida, lugares donde conseguir una tradicional “American burger”.

Curiosamente, si alguien quisiera probar una de las preparaciones más típicamente canadienses (aunque en la provincia francófona de Quebec lo consideran recelosamente una especialidad propia), el poutine, un gran plato de papas fritas rociadas con una espesa salsa y trozos de queso, no lo conseguiría en el trayecto de dos kilómetros que va desde Yonge y Bloor hasta Yonge y Dundas.

Esa diversidad pasa desapercibida para tres millones de habitantes de los cuales casi la mitad (47 por ciento) no nacieron en Canadá —censo de 2016—. Rohit Pinto y su esposa, Marie-dale, ambos de 35, emigraron desde el estado de Goa —en el occidente de la India— en octubre de 2018. La misma multiculturalidad los llevó a un nuevo comienzo aquí: “Para decirlo simple —cuenta Rohit—, queríamos construir una vida en un lugar que tuviera verdadera coherencia en la diversidad. La primera noche, un amigo nos llevó del aeropuerto a un restaurante del Medio Oriente. Le contamos a la mesera que era nuestra primera cena en Canadá y se puso casi más contenta que nosotros. Al final, de bienvenida, nos dio una bolsa llena de regalos y comida”.Rohit, un verdadero foodie, ahora prepara sus platos para homenajear amigos y compañeros de trabajo. Los domingos suele pasear por Kensington Market, un pequeño barrio que, durante los meses de calor, se convierte en peatonal en los días festivos.

Aquí es posible encontrar una mezcla intensa de culturas, ingredientes de cocina y especias de todas partes del mundo. Y también gelato italiano. Esa delicia la busca en sus ratos libres Beatrice Ballarin, de 30 y proveniente de Venecia, donde vivió hasta su adolescencia, desplazándose en botes en vez de tranvías y buses. Aunque, aclara, nunca sacó el registro de conducir y anda en bicicleta por la ciudad haciendo sus propias reglas de tránsito. “¡Soy veneciana! apenas me estoy acostumbrando al asfalto” afirma.

Old Vic, o Victoria College, una de las joyas arquitectónicas de la Universidad de Toronto
Old Vic, o Victoria College, una de las joyas arquitectónicas de la Universidad de Toronto | Foto: Steve Russel / Getty Images

El laboratorio en el que trabaja Beatrice es una de las joyas de la investigación científica de la ciudad y en él se han hecho avances importantes en tratamientos para personas que han sufrido accidentes cerebrovasculares. A diferencia de Rohit, Beatrice no es buena cocinera pero disfruta la buena mesa. Su italianidad está salvada. Más allá del gelato, va cada tanto a comer pizza. En los últimos tiempos se ha dejado llevar también por el encanto de la comida tailandesa. Beatrice encontró dónde desarrollar su carrera en la ciencia y la tecnología. En los últimos años, la ciudad —siempre conocida por ser un centro financiero de importancia—, se ha ido destacando por su innovación tecnológica: la ‘Silicon Valley del norte’. Le pregunté acerca de su experiencia a Ameneh Arabi, una ingeniera química de 30 que llegó hace poco más de un año desde Irán junto a su esposo: “Toronto es definitivamente un espacio de innovación atractivo para gente como yo. Hay muchas oportunidades, en especial en la industria tecnológica. Desde que llegué conocí a muchísima gente con diferentes historias de vida que encontraron aquí pasión por áreas que ni sabían que existían”. Ella trabaja ahora en una start-up financiera cerca de Chinatown, en un corredor que va de la avenida Spadina a la calle Yonge, un sector compuesto por las paralelas Queen St. y King St.

Es el imponente distrito financiero de la ciudad, lleno de rascacielos pertenecientes a los bancos más poderosos del continente. Cuando le mencioné el triunfo de los Toronto Raptors me dijo que, al principio, realmente no le importaba. Todo eso comenzó a cambiar cuando, todos los días, sus compañeros iban a la oficina con jerseys del equipo. Al llegar a la final, se contagió de la emoción. Con el título sintió que “toda la ciudad se había unido para mostrar su alegría y celebrar. Fue muy especial verlo y formar parte”. La euforia compartida por los Raptors también invadió a Vanina Machado, de 28, estudiante de doctorado en lingüística hispánica en la Universidad de Toronto, la mejor de Canadá y una de las reconocidas del mundo. Nacida en esta ciudad, emigró antes de cumplir los dos años a Montevideo con sus padres uruguayos y encabezó el retorno de su familia hace poco menos de una década, cuando decidió estudiar su posgrado en su tierra natal. Sus padres volvieron a emigrar y viven en London, una pequeña ciudad universitaria a 200 kilómetros de Toronto.

Para Vanina, el triunfo de los Raptors fue un momento particular: “Lloré. No estaba en la ciudad y no lo podía creer —dice recordando la consagración—. También soy fanática de los Blue Jays, el equipo de béisbol. Los fui a ver cientos de veces. Desde que volví a pisar Toronto, amo sus equipos; me hacen sentir parte de esta ciudad”. ¿Qué fue eso que la trajo de vuelta?: “Me gustan la libertad, la diversidad, las oportunidades…”Rodrigo Souza, amigo de Vanina, de 29, llegó a Toronto desde Brasil hace menos de un año gracias a su doctorado en la Universidad de York. Con cuatro universidades y casi ciento treinta “colleges” de estudios superiores, la metrópoli respira también por sus estudiantes. Rodrigo se siente cómodo. Uno podría imaginar a Toronto opaca. Nada más lejos de la realidad. Cubierta de parques públicos y cañadas frondosas (llamadas aquí ravines), se gana con justicia eso de ser “una ciudad en medio de un bosque”.

Es fácil olvidarse, entre árboles, que se encuentra uno en una de las metrópolis más activas de América del Norte. Pero basta volver a las calles y escuchar la fluida mezcla de chino, español, portugués, francés y, a veces, inglés para saber que uno está realmente aquí, en la babel de América del Norte.