TURISMO
Turismo en Bolivia: La particular historia de la partitura de un pueblo
En los pueblos de las Misiones Jesuitas de Chiquitos los descendientes indígenas salvaguardan una tradición europea de 300 años.
Abrir algunas cajas misteriosas puede ser bueno. A diferencia de Pandora, cuando el arquitecto suizo Hans Roth se atrevió a destapar una antigua caja de cuero que permanecía escondida detrás de un muro de barro, revivió los sonidos del pasado en los poblados de la región de Chiquitanía, en Bolivia.
Ahí estaban, emparedadas, miles de partituras de música barroca misional escritas a mano y en latín. Fue el primer paso para rescatar una tradición que unió a dos mundos y ahora les da un ritmo inesperado a las vidas de cientos de jóvenes en la Amazonía. Hans, arquitecto y sacerdote jesuita, inició hace cuatro décadas una cruzada para recuperar las edificaciones de las Misiones de Chiquitos, que comprenden seis asentamientos de indígenas fundados entre 1696 y 1760. Para esto, inauguró escuelas de ebanistería, tallado y carpintería.
A su labor se sumó Milton Villavicencio. “Cuando me enteré de que un arquitecto suizo estaba restaurando las iglesias de la Chiquitanía fui a pedirle trabajo. Ese momento marcó mi vida”, dice. Era 1975, tenía 17 años y acababa de llegar a Concepción, un pueblo del oriente boliviano, luego de cinco días de viaje desde Santa Cruz de la Sierra (un trayecto que hoy toma cinco horas en bus).Ese muchacho huérfano, errante y venido de otro pueblo —había nacido en Sucre— pronto se convirtió en uno de los guardianes del patrimonio de la región.
En principio, su misión no fue nada fácil. Para incorporarlo en su equipo, Hans le encargó copiar un dibujo que le pasó en un papel y que Milton plasmó, enorme, en la pared, matizándolo con pigmentos naturales. Su trabajo sorprendió al suizo. Había replicado magistralmente las pinturas originales de un templo misional de Chiquitos. El reto siguiente fue aprender la técnica de pan de oro, usada para restaurar los altares cubriéndolos con delgadas láminas doradas. Solo pudo aprender la tarea, cuenta Milton, con algo de ayuda divina, haciendo alusión a esa fe que parece tocarlo todo en este pueblo.
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Desde entonces, Milton se encargó de restaurar y pintar los retablos de la iglesia de Concepción, la obra de arte más compleja de todos los pueblos misionales, y apreciar de otra forma, entre la espesura de la selva amazónica, la belleza de estos pueblos detenidos en el tiempo.Eso, sin embargo, no fue lo único que lo sorprendió. Milton, como si escuchara un mensaje del pasado mientras reparaba la madera de un arpa, vio cuando se cayó un bloque de papeles envueltos y cubiertos de engrudo. Ya le había pasado al arquitecto suizo, cuando encontró la caja incrustada en la pared. Y ese par de hallazgos fueron el origen de las orquestas en los pueblos: estaban las notas, llegaron los intérpretes y nació el Festival de Música Barroca.
Hoy, esos papeles, la mayoría con más de 200 años de antigüedad, se conservan en el Archivo Musical de Chiquitos, en Concepción. Las cuerdas del pasado¿Por qué esta historia en la Amazonía de Bolivia? En los pueblos de Chiquitos, los jesuitas vieron la música como un elemento de evangelización: violines, chelos y arpas fueron la principal herramienta de colonización pacífica. Setenta y seis años después, la Corona expulsó a los sacerdotes de la zona y ya sin religiosos de la orden, los indígenas se hicieron cargo de los templos, los caciques se volvieron sacerdotes, las orquestas siguieron funcionando y las melodías barrocas y sus violines permanecieron en la cultura.
En el siglo XVII, en la Chiquitanía se hablaba la lengua indígena bésiro en las calles mientras que el latín se reservaba para la música y los ritos religiosos. Hoy, los jóvenes aprenden ambas lenguas e interpretan con maestría 30.000 partituras.A Juan Mario Moreno y a todo su pueblo, la orquesta de San José de Chiquitos, con sus 38 integrantes entre los 9 y los 17 años, les cambió la vida. “Yo tenía 11 años cuando supe que estaban abriendo una orquesta. Recuerdo que me dio mucha curiosidad y fui a la iglesia para unirme al coro. Comencé cantando, pero luego me enamoré del violín”, cuenta.Hoy tiene 27 años y es el director de la orquesta.
“Cuando yo era chico y comenzamos con la orquesta, decir que uno sería violinista de profesión parecía una broma. Me tocó ser de esa primera generación: los padres lo tomaban como un pasatiempo y teníamos que rogarles para ir a los ensayos. Ahora quieren que sus hijos entren a la orquesta porque sienten que es una oportunidad”, agrega. La historia de este joven que estudió música en Colombia y luego en Francia es la de varios muchachos que se han destacado como músicos, más allá de las orquestas de los pueblos. La cultura chiquitana tiene un vínculo tan íntimo con la música, especialmente la barroca, que aquí los niños y jóvenes, a 9.000 kilómetros de Europa, la aprenden como algo que llevan en la sangre.
Artículo publicado originalmente en la edición 51 de la revista Avianca