Tranvía de la calle California con el Bay Bridge al fondo
Tranvía de la calle California con el Bay Bridge al fondo | Foto: Getty Images

TURISMO

Turismo en San Francisco: cuatro barrios icónicos

¿Cómo describir la sensación de estar en casa? La escritora Brittany Shoot visitó algunos de sus lugares favoritos en cuatro barrios icónicos para entender ese sentido único de comunidad, diversidad y libertad que hace que tantos, como decía Tony Bennett, dejen su corazón en San Francisco.

Texto: Brittany Shoot periodista estadounidense radicada en San Francisco. Ha escrito para The New Yorker, The Economist y The Guardian. Cuando no está en trabajo de reportería o visitando sus lugares favoritos en la ciudad, le gusta sumergirse en el océano helado y hacer kayak en la bahía
16 de septiembre de 2024

Haight y el renacer del pinball El epicentro del Verano del Amor, que invadió a San Francisco y a todo un país hace 50 años, se encuentra en una esquina: la intersección de las calles Haight y Ashbury.

En sus inmediaciones, el parque Golden Gate fue el escenario de conciertos improvisados de algunos vecinos del barrio como The Grateful Dead y Jefferson Airplane, cuyos integrantes vivían en las mansiones de estilo victoriano de las calles adyacentes. Además de la posibilidad de encontrarse con algunos hippies contemporáneos, que arrastran a miles de turistas al barrio, la calle Haight también está llena de tiendas de ropa vintage, clubes de música en vivo y rodeada de un área residencial. A solo una manzana de distancia, se encuentra una verdadera institución de San Francisco, y una de sus tiendas más inusuales: Free Gold Watch; el estudio de estampado de ropa con una doble vocación como salón de máquinas de pinball.

San Francisco (Estados Unidos) | Foto: iStock

Desde la entrada pueden escucharse los zumbidos y las sirenas característicos del juego de pinball que retumban en las paredes. Y al adentrarme en el estudio, con coloridas obras de arte llenando sus paredes, descubro que hay tanta gente como máquinas. Era una vista frecuente. Como mucha gente de mi edad, crecí presionando con todas mis fuerzas los botones para tratar de mantener la pequeña bala plateada en juego. Pero con el paso de los años, el interés en este hobby-deporte disminuyó. Solo en los últimos años he visto, con gran emoción, cómo resurge el gusto por este juego, con estas máquinas que ahora son consideradas reliquias.

Matt Henri, el dueño de Free Gold Watch, comparte ese entusiasmo, aunque reconoce no haber sido consciente de que estaba reviviendo una vieja pasión en su establecimiento. Como un antiguo residente de Haight, vecino del estudio donde vende las coloridas camisetas, solo empezó a jugar pinball seis años atrás durante un viaje a Las Vegas. Allí se encontró con un lugar que se autodenomina: el Hall de la Fama del pinball, una enorme bodega de más de 400 máquinas. Con tanto espacio libre en su tienda, pensó que sería divertido incluir un par de juegos. “Pensamos en llevarlos a la tienda y contactamos a un mecánico local de máquinas de pinball —el tipo de oficios que se encuentran en San Francisco— y nos ofreció cuatro ejemplares”, cuenta Henri.

Hoy, el centro de su negocio son las máquinas y no tanto las camisetas, con más de 50 juegos rotando según las preferencias del público. Los miércoles, el local se llena a reventar con algunos de los jugadores más avanzados del DPSF, el Departamento de Pinball de San Francisco. Henri, haciendo uso de su vocación inicial, ayudó a diseñar el logo para la liga de pinball y, con mucho orgullo, reconoce ser uno de los gestores de esta nueva moda o, más bien, del renacimiento de estos juegos en toda la ciudad. “Existen al menos tres ‘barcades’ —la mezcla entre bares y sitios de máquinas de juego— que se abrieron después de nosotros”, me dice recostado en la máquina que cambia billetes por monedas de 25 centavos. “Ahora que tenemos a muchas personas respaldando esta comunidad de jugadores, ese tipo de negocios también pueden progresar”, agrega.

Hecho a mano en Potrero Hill…

No solo se trata de andar colina arriba para encontrar unas de las mejores vistas panorámicas del centro de San Francisco. En los últimos años la base de la montaña se ha convertido en el gran atractivo: algunos lo llaman el Design District por su concentración de galerías de arte y tiendas de muebles, para otros es el Do-Re-Mi para incluir los nombres de todos los vecindarios que convergen en el área: Dogpatch, Potrero y Mission. Sin importar como le llamen, existe una razón por la que visito el área con frecuencia: The San Francisco Center for the Book, una meca de artistas, diseñadores y creativos de todo tipo. Para saber qué son, empecemos por averiguar lo que no son: “Ni una galería ni un museo ni un estudio”, dice Chad Johnson el director del lugar, quien lleva 17 años trabajando en el vecindario.

Más bien, el lugar mezcla todas esas ofertas con su amplia selección de libros de artista, fabricación de papel y exhibición del trabajo de estudiantes. Pero no empezó así, el Centro fue fundado sin ánimo de lucro para celebrar las artes de los libros en la costa oeste. Sin embargo, Johnson reconoce que no tardó mucho en cambiar de objetivo: “Cuando la gente empezó a mostrar su trabajo, llegaron muchos otros preguntándose dónde podrían aprenderlo”. Hoy los números de estudiantes, antes modestos, superan los 100 al año. “Mantuvimos el espacio de exhibición, es clave para defender el arte de hacer libros y para la gente detrás de este trabajo”, agrega.

Vistas aéreas de Lombard Street y San Francisco, California
Vistas aéreas de Lombard Street y San Francisco, California | Foto: Getty Images/iStockphoto

El Centro funciona con una mezcla de estudiantes que regresan entusiastas con curiosos amateurs que llegan por primera vez. “Lo llamamos ‘des-encubrimiento’, en vez de descubrimiento”, bromea Johnson para referirse a la forma en que muchos residentes hasta ahora conocen el lugar. Entro a una clase de fabricación de papel e inmediatamente me fijo en la diversidad: la mezcla de géneros, edades y también niveles de experiencia. En un lado del salón escucho las risas celebratorias de un grupo de principiantes que trabajan con una prensa para papel con la cual se pueden realizar intrincados diseños.

“Es una actividad que requiere de tiempo y paciencia”, explica Johnson, un completo apasionado por su trabajo y por la posibilidad de fortalecer su oficio a través de la enseñanza y de la vitrina para mostrar y comercializar el trabajo manual de locales muy talentosos. “Es en realidad algo único. En los días más ajetreados trato de recordar siempre que eso es exactamente lo que deberíamos estar haciendo. Nuestra misión principal es crear un centro de inspiración al que cualquiera pueda entrar y explorar”.

Mission: tartas por poemas

Un atractivo aroma invade tu nariz en el preciso instante en el que atraviesas la puerta. Las obras de arte que cuelgan de las paredes logran cautivar tus ojos. Un encantador letrero de neón que dice ‘Eat Pie’ brilla sobre el marco de la puerta. Adentro, en largas mesas de madera, padres e hijos hacen sus tareas y los ratones de biblioteca se sumergen en sus lecturas mientras comen bocados de una brillante torta con crema de moras.

Es el tipo de experiencia que me hace querer mudarme a ese barrio. Siempre ha tenido ese efecto en mí. La mejor forma de definir este negocio la encuentro en las palabras de Amy Girvan, una de sus clientes más frecuentes: “Me encanta que hagan postres con técnicas ancestrales. Me acuerdan del pie que me preparaba mi abuela pero con tatuajes y opciones veganas”. A lo largo de diez años, Mission Pie ha sido una parada obligada, y deliciosa, en un distrito que siempre está cambiando: The Mission. Se ubica convenientemente en una intersección entre calles residenciales y una ecléctica área rebosada de lugares para comer que incluye, entre mis favoritos, una panadería mexicana, una taquería y el diminuto ‘Old Jerusalem’, amado por los locales con devoción.

En esta repostería se esfuerzan por utilizar ingredientes orgánicos y frescos de temporada: manzanas, nueces, bayas... Las estrellas son los pies, pero si son como yo terminarán quedándose para probar otros productos y por el ambiente acogedor y el sentido de comunidad que se respira en el lugar. De hecho, hace un par de semanas hice nuevos amigos en un evento llamado Type-in, un encuentro de gente de contextos muy distintos que llevaba sus máquinas de escribir a la tienda para escribir cartas de amor y poemas entre bocados de cada postre. Como muchos de mis negocios independientes favoritos, Mission Pie apoya a músicos locales y presenta una banda en vivo los lunes en la noche.

El faro de North Beach

En el límite entre el histórico distrito italiano de la ciudad y el siempre exuberante Barrio Chino, City Lights es un monumento físico, como pocos, al pasado y el futuro de la ciudad. Fundada en 1953, esta librería de tres pisos se convirtió en editorial solo dos años después. Al entrar, el crujido del piso de madera suena como una acogedora bienvenida. Avanzo y las primeras estanterías, llenas de revistas y diarios locales, me reciben con un encanto especial.

Al fondo, entre torres y torres de libros de ficción, unos jóvenes se congregan alrededor de una mesa de ofertas muy locales: poesía beat en descuento.La escritora local Ruth Galm, autora de la novela Into the Valley, me cuenta que siempre ha visto esta tienda como un refugio sin importar lo que ocurriera en el mundo exterior. Una institución del vecindario con la que siempre podía contar. Creció en el sur de San Francisco y vino al norte de la ciudad a encontrar afinidades literarias. “Iba a City Lights cada vez que necesitaba de la comunidad —dice—. Las palabras, los libros… ¡mi gente siempre estaba ahí!”.City Lights es inseparable de un par de lugares que la rodean y su historia compartida. Al cruzar el callejón de la tienda, el café Vesuvio se ha mantenido ajeno al paso del tiempo. En los años cincuenta y sesenta era el lugar para encontrarse con íconos culturales y escritores famosos, incluyendo al poeta Allen Ginsberg y al cineasta Francis Ford Coppola. Hace diez años, el paso peatonal cubierto de murales fue renombrado en honor al escritor Jack Kerouac.Los escritores todavía abundan en el área. Y Galm reconoce que, en una ciudad donde los precios de la vivienda suben cada vez más, le alegra saber que City Lights se mantiene firme, literalmente, en su terreno. “Estoy muy agradecida de que hayan podido comprar la vivienda cuando tuvieron la oportunidad”, dice, con la satisfacción de que el lugar seguirá estando a su alcance. Una librería del vecindario, tan amada —y necesaria— como siempre.

San Francisco en imágenes y sonidos

Películas: Vertigo, de Alfred Hitchcock (1958). Mrs. Doubtfire, de Chris Columbus (1993). La fuga de Alcatraz, de Don Siegel (1979). Canciones San Francisco (Be Sure to Wear Flowers in Your Hair), de Scott McKenzie (1967). California Dreamin’, de The Mamas and The Papas (1966). I Left My Heart in San Francisco, de Tony Bennett (1962). Save Me, San Francisco, de Train (2009). Series de TV Full House (1987 –1995). y su remake Fuller House. Monk (2002-2009) Looking (2014-2015)

¿Dónde comer?

Boudin Bakery 160 Jefferson St. El lugar para probar el famoso clam chowder. SoMa ‘StreEat’ Food Park 428 11th St. Este carnaval culinario permite probarlo todo de una vez. Tartine Bakery 600 Guerrero St. Sus postres ameritan la fila que se forma desde temprano. Benu 22 Hawthorne St. Tres estrellas Michelin no pueden estar equivocadas.

¿Dónde divertirse?

Hotel Vitale 8 Mission St. Las mejores vistas de toda la bahía sin pararse de la cama. Palace Hotel 2 New Montgomery St. Más de un siglo siendo una insignia de la ciudad. HI San Francisco Downtown 312 Mason St. Un hostal cómodo y muy bien ubicado.

¿Dónde dormir?

Blackbird 2124 Market St. Tres palabras: cocteles de temporada. Teatro Castro 429 Castro St. Sobre todo en sus noches de ‘Sing Along’. The Saloon 1232 Grant Ave. Música en vivo desde 1861.

Artículo publicado originalmente en la edición 56 de la revista Avianca