UN LIBRO BARRO

"adiós Omayra", un libro con pretensiones literarias que no es más que la descripción conocida de la tragedia de Armero.

2 de enero de 1989

Tres años después de la tragedia de Armero que sumergió al país en el estupor y el horror, aparece un libro firmado por Eduardo Santa acerca de aquellos hechos tan dolorosos como de incalculable magnitud, "Adiós Omayra", editado por Alfaguara en su primera publicación de libros colombianos. Con el subtítulo "La castástrofe de Armero" se busca abarcar las verdaderas dimensiones de los hechos que el título apenas simboliza con un lánguido "Adiós, Omayra", mientras la carátula muestra a la niña en su agonía. Algún sociólogo de la comunicación seguramente podrá interpretar bajo los códigos de lo llamativo, esta manera de presentar un documento. Pero, ¿se trata de un documento? Aquí comienzan los problemas del libro. Propiamente no ha de ser un documento.
Se inicia el texto con la alegre descripción -pero ya atravesada por presentimientos funestos del viaje en bus que un grupo de estudiantes realiza a Armero con el fín de conocer el Serpentario. Ellos llevarán al lector al centro del interés que el autor ha dispuesto como motivo central del libro.
Pero antes están las anécdotas y observaciones personales, intrascendentes, los comentarios cotidianos desplegados como un esfuerzo para recrear el ambiente que vivía la población antes de la tragedia. Entonces van apareciendo unos personajes típicos y reales -el alcalde, el boticario, el payaso en lo que el autor considera puede ser la reconstrucción más o menos fiel de las últimas horas vividas en la ciudad desaparecida. Luego presenta el pequeño mundo de Omayra Sánchez, su familia, sus amigas y su colegio. Después vendrá la descripción de lo que todo el mundo conoce, los primeros rumores de la actividad del volcán, las alarmas ahogadas por las instrucciones oficiales la espantosa avalancha que borró a la población de la faz de la tierra y luego, los episodios finales del reconocimiento y rescate de los pocos sobrevivientes. No hay duda de que las intenciones del autor al escribir su libro fueron las mejores. Aquí tendríamos que preguntarnos, más que por las intenciones, por el grado de preparación y claridad que tenía Eduardo Santa al iniciar su trabajo. Ni novela, ni documento, ni crónica periodística, ni estudio, ni ensayo, ni historia contemporánea. Poco importan las clasificaciones. El libro pudo establecer una relación más íntima con los hechos que describe, sobrepasando aun el propio saber. De ahi las diversas instancias, la discontinuidad, la dificultad, incluso la modestia de la escritura. Estos esfuerzos resultan, sin embargo, desmentidos o traicionados, por la manera como se realiza el trabajo. En las solapas se lee que el autor "relata (...) todo el proceso de la catástrofe de Armero que su pluma rescata plenamente para la literatura y la historia". En realidad, ni para la literatura, ni para la historia. Para alcanzar los propósitos históricos aludidos era necesario internarse en una amplia y rigurosa investigación, consultar las más variadas fuentes e ir copiando los más elementales documentos. Nada de esto ha hecho el autor. Ahora bien, si se tratara de satisfacer la justa necesidad de la impugnación frente a las autoridades implicadas en el pecado de la desidia, para ello los argumentos documentados, las pruebas concluyentes resultan más convincentes que la expresión de acusaciones tan vagas como bien conocidas.

Por otra parte, la magnitud de los hechos es tal, que resolver literariamente lo que pudo ser una descripción verídica, escrupulosa, profundamente humana de tales hechos, demandaba la presencia vigorosa de un escritor de primer orden, y Eduardo Santa no lo es. Entonces lo que se advierte aquí, inmediatamente, es a un escritor sobrepasado por el tema. El escritor con limitados medios expresivos, que intenta someter el mundo catastrófico que tiene en su mente al circulo estrecho de descripciones que resultan precarias y circunstanciales.

"Es muy probable que las capacidades intelectuales de Eduardo Santa estén muy por encima de los logros obtenidos en este trabajo, pero él no parece haber encontrado la manera de conciliar la necesidad de una obra seria y bien documentada y una obra personal, de íntimas resonancias y de algún valor literario. Puesto que en "Adios Omayra" no hay nada nuevo que no hayan dicho los periódicos en su momento, el libro en su configuración puramente descriptiva pierde todo su interés. Toca, eso sí, la sensibilidad de la gente tan bien dispuesta ante esa ambivalencia entre la atracción y el horror de las descripciones de lo catastrófico. Si en este género literario, periodístico o histórico Eduardo Santa no ha podido sobresalir es porque parece haber perdido de vista los conceptos de contenido y forma para organizar con paciencia y meditación un proyecto ambicioso, que pudo traducirse en un libro a la altura de sus reconocidas capacidades intelectuales. --
Enriaue Pulecio