Especiales Semana

UN PRESIDENTE CON CORAZON

Samper es un liberal de centro-izquierda a la antigua. ¿Cómo se ajusta eso con los vientos ideológicos neoliberales de estos días?

5 de septiembre de 1994

A LO LARGO DE toda su carrera, Ernesto Samper ha sido objeto de múltiples críticas por sus bandazos ideológicos. Ha sido tildado de izquierdista, de populista, de demagogo y hasta de oportunista. Ahora que llegó a la Presidencia de la República, determinar cuál es su verdadera ideología adquiere relevancia pues, al fin y al cabo, de sus convicciones dependerá el rumbo que tome el país.

Hay que comenzar por aclarar que pocas personas pueden ser tan diferentes de César Gaviria. El Presidente saliente es un neoliberal. Su pensamiento y su obra de gobierno fueron de derecha aunque él no se sienta totalmente a gusto con esta clasificación y prefiera autodenominarse de centro.

Ernesto Samper es más de izquierda, aunque al igual que Gaviria, tampoco le gusta su clasificación y prefiere ser considerado de centro. Obviamente, la izquierda como tal no es la misma desde que se cayó el comunismo y Samper le ha hecho a su agenda los ajustes necesarios. Pero aún así, no hay que equivocarse: el nuevo Presidente de la República es un hombre de una gran sensibilidad social, de convicciones liberales tradicionales y un crítico del modelo neoliberal que se impuso en Colombia en el último cuatrienio.

Samper es, claro está, un político, y como tal reconoce que los vientos ideológicos han cambiado y que el revolcón de Gaviria no puede ser desmontado. Considera, sin embargo, que es conveniente hacerle múltiples ajustes y frenar el avance de este proceso a la derecha. El mismo, en su peculiar estilo de expresarse, ha definido su objetivo de "meterle corazón" a todo el proceso.

Samper tiene la fortuna de que así como el neoliberalismo de Gaviria fue una tendencia mundial en su momento, el revisionismo que él piensa aplicarle es ahora la moda. Casi todos los gobiernos que se embarcaron en el modelo de Ronald Reagan y de Margaret Thatchter tienen hoy un 'Samper' a bordo o en camino.

Los promotores del modelo neoliberal se inspiraron en el pensador japonés Francis Fukuyama, autor de un publicitado libro titulado 'El fin de la historia', que se convirtió en la cartilla de navegación de decenas de dirigentes en el mundo, mientras caía el Muro de Berlín. Las teorías de Fukuyama eran sencillas. Así como Marx había dictaminado como inevitable el derrumbe del capitalismo, el japonés pronosticó la inevitabilidad de la integración de la economía mundial. Tarde o temprano las economías cerradas estaban llamadas a desaparecer y el mundo iba a estar constituido por grandes bloques geoeconómicos que garantizarían la prosperidad. Según Fukuyama, para llegar a eso sólo era necesario aplicar simultáneamente la democracia representativa con el liberalismo económico, y las fuerzas del mercado producirían el milagro. En otras palabras, todos los países debían seguir la receta de derribar sus barreras comerciales y reducir el tamaño del Estado, para con ello optimizar la producción y distribución de los bienes y recursos.

Esta reivindicación nipona de las teorías de Adam Smith contagió al mundo entero. Los primeros fueron Reagan y la señora Thatcher. Luego se sumaron otros líderes europeos, como el canciller alemán Helmuth Kohl y el primer ministro francés de la primera cohabitación Jacques Chirac, e incluso, con algunos matices, dirigentes socialistas como Felipe González en España y Michel Rocard en Francia. El retroceso del Estado y de las fronteras comerciales le dio un nuevo impulso en Europa a los ideales de integración del continente, en una nueva concepción que quedó plasmada en el tratado de Maastricht, con sus audaces propuestas de crear una sola moneda para todo el viejo mundo.

América no se quedó atrás. Estados Unidos, Canadá y México, soñaban con un solo y gigantesco mercado común. En Suramérica, surgieron bloques comerciales similares como el Mercosur y el G-3, y hasta los políticos de trayectoria populista como Carlos Andrés Pérez y Carlos Menem se convirtieron a la causa cuando llegaron al poder.

Desde el punto de vista económico, el revolcón de César Gaviria no fue sino la adaptación de Colombia a este proceso. Pocos contaban, sin embargo, con la recesión mundial. Para que las teorías de Fukuyama funcionaran se necesitaba una economía en expansión. En los últimos años lo que se vivió fue la recesión más fuerte desde la de 1930. Las tasas de crecimiento de los países se estancaron, los productos básicos llegaron a sus niveles más bajos y el desempleo aumentó. En estas condiciones, la selva capitalista idealizada por Fukuyama, en lugar de producir la prosperidad anunciada, dejó a unos pocos leones demasiado poderosos y gran parte del resto de la fauna tendida en el camino.

Como consecuencia de lo anterior, muchos de esos procesos comenzaron a hacer crisis y los mandatarios iniciadores de los revolcones empezaron a ser reemplazados por un 'Samper'. Bill Clinton desplazó al seguidor de Reagan, George Bush. El tandem Thatcher-John Major terminó por colocar a su partido, el conservador, al borde de la derrota, como se encuentra ahora. En el mundo subdesarrollado de América Latina, los efectos no sólo fueron electorales. En Venezuela, las medidas de ajuste de Carlos Andrés Pérez desencadenaron 'el caracazo' y en México, la rebelión de Chiapas.

Esta serie de estrellones de los revolcones ha implicado incluso un cambio de lenguaje en el epicentro del sistema capitalista. En los documentos del Banco Mundial, la terminología se ha modificado, y ya no se habla tanto de "eliminar barreras arancelarias" ni de "privatizar", sino de "inversión social" y "redistribución del ingreso". No se trata necesariamente de echar para atrás los procesos de apertura ni las privatizaciones, pero sí de darle al modelo neoliberal una base social que lo haga viable y evite que naufrague por cuenta de las grandes masas incapaces de sobrevivir en el capitalismo salvaje. Es ese justamente el "corazón " de que habla Ernesto Samper.

Toda esta evolución le da cierta lógica histórica a la llegada al poder del nuevo Presidente. Si no fuera porque esta tendencia revisionista se ha impuesto, probablemente Samper no hubiera pasado de ser un socialdemócrata tardío y frustrado, y el país estaría en manos de Andrés Pastrana, que parecía en materias económicas ser mucho más que Samper, el continuador de Gaviria. Pero al parecer en Colombia terminó pasando lo que ya venía sucediendo en el mundo entero: que la gente quería una pausa y que el hombre indicado para hacerla era Ernesto Samper.