UNA PEQUEÑA HISTORIA
En la era del computador, pocos recuerdan que los primeros números de SEMANA se hicieron 'con las uñas'.
El 12 de mayo de 1982, en medio de una gran estrechez económica y ante la mirada escéptica de muchos observadores, nació la revista SEMANA. El nombre de la publicación, en letras amarillas, resaltaba sobre una portada terracota en la que había además un enorme titular en letras blancas: "Terrorismo, qué hay detrás". El objetivo de la revista, según su primero y único editorial, era "colocar la información por encima de grupos y presiones, de servidumbres e intereses que puedan limitarle al colombiano su derecho a saber qué ocurre, cómo y por qué". Y a eso se ha dedicado la revista desde entonces.Cinco años antes del nacimiento de SEMANA, un joven estadounidense llamado Steve Jobs _residente en Cupertino, California_ había sorprendido al mundo con un invento que para entonces parecía demasiado exótico: el computador personal. Nadie se imaginaba en ese entonces el papel que el invento de Jobs jugaría en el desarrollo de los medios de comunicación. Pero hoy, cuando SEMANA cumple 15 años de existencia _y su página en Internet es considerada una de las mejores del país_ es necesario hacer un gran esfuerzo para recordar cómo se armaba la revista sin un computador. Los primeros números de SEMANA se hicieron 'con las uñas' en las desapacibles oficinas del edificio Cortés, localizado en la Avenida Jiménez entre carreras octava y novena, media cuadra abajo de la calle de los esmeralderos, en pleno centro de Bogotá. Toda la redacción _que combinaba la veteranía de personas como Eddy Torres y Hernando Valencia Goelkel, con la juventud de periodistas como Carlos Mauricio Vega y María Elvira Bonilla_ estaba concentrada en una sola oficina, sin paneles ni divisiones, como hoy en día. Y el equipo se reducía a unas viejas y sonoras máquinas de escribir, que era necesario rotar entre los redactores porque no había suficientes para todos.En una pequeña oficina adjunta, Plinio Apuleyo Mendoza _a préstamo, como los jugadores de fútbol_ destrozaba sin miramientos los artículos que leía. Viejo zorro del periodismo metido en la diplomacia, Plinio aceptó el reto de abandonar temporalmente su refugio de París para sacar adelante la nueva publicación. Y lo hizo poniéndole el pecho a las dificultades que trae aparejadas casi toda quijotada. Comenzando por una que lo sacaba de quicio: el desconocimiento generalizado entre los periodistas del país de un género tan exigente como es el de las revistas de opinión. Casi nada de lo que se escribía le gustaba y sus rabietas se volvieron proverbiales.Pocas veces se veía tranquilo a Plinio en aquellos primeros días. Además de artículos rompía lápices y pateaba sin miramientos paredes y escritorios. Pero hubo un día en que se lo vio feliz: cuando descubrió a quien sería su mano derecha en corto tiempo en que estuvo al frente de la revista. Después de leer con algo de sorpresa un artículo titulado 'Las garras del águila', escrito con un impecable estilo, Plinio decidió que su autora, María Elvira Samper, tenía que ser su jefe de redacción, y la nombró de inmediato. María Elvira no era 'periodista' _había estudiado filosofía y letras_ y no tenía ni la más mínima idea de lo que el nombramiento iba a significar para ella. El edificio Cortés era el lugar menos apropiado para una revista y estaba en un sitio poco recomendable para trabajar de noche (un día Plinio se encontró un cadáver al salir de la oficina y al indagar por el muerto recibió por toda respuesta un frío: "lo tostaron"). Pero eso no era nada comparado con la imprenta. Editorial Andes estaba situada en una solitaria calle de la zona industrial, prácticamente en medio de nada. Y dada la precariedad de recursos de la revista, los cierres se tenían que hacer en la imprenta. Plinio y María Elvira llegaban con una carpeta llena de 'borradores'. En un par de máquinas de escribir desvencijadas hacían correcciones. Los textos pasaban después a una fotocomponedora y a medida que iban saliendo se iban armando. Era un proceso que hoy parece antediluviano. Ponto Moreno _el jefe de arte_ y sus muchachos, pintaban la revista en un papel, cortaban las tiras de texto, las pasaban por una máquina engomadora y las pegaban en las maquetas de las que salían _previo un complicado proceso fotográfico_ las películas para las prensas. Las correcciones se hacían a mano y con cuchilla. Pegando y despegando. Y todos los cierres terminaban al alba, después de una jornada agotadora hasta el desmayo. Una madrugada Ponto no daba más y Plinio lo agarró de los hombros y le dijo: "No te vayas a desmayar, que las que se desmayan son las mujeres". Ponto no alcanzó a escuchar el final de la frase. Fueron jornadas heroicas que se repitieron por muchos años. En sitios distintos y con distintos protagonistas. A Plinio se le acabó la palomita diplomática y tuvo que regresar a su refugio de París. Felipe López asumió en forma la dirección y María Elvira siguió con el control periodístico de la revista. Y poco a poco fueron llegando personas que serían decisivas en la historia de SEMANA. María Isabel Rueda, por ejemplo, por quien Plinio no daba un peso como periodista y no sólo resultó de las mejores sino que _después de muchas desavenencias y encontrones periodísticos, por no decir agrias peleas_ se convirtió en la llave de María Elvira en la conducción de la revista. Al punto que cuando abandonaron el barco lo hicieron juntas para montar su propio noticiero y hacer historia como 'Las Marías'.Llegaron también Mauricio Vargas y Roberto Pombo. Habían trabajado juntos a finales de los años 70 en la unidad investigativa de El Heraldo, en Barranquilla, y conformarían otro de los dúos importantes en la historia de la revista. Mauricio hizo carrera en SEMANA y con su habilidad periodística rápidamente se ganó el puesto de jefe de redacción. Después tuvo un corto paso por la televisión y otro no menos corto por el gobierno. Roberto estuvo en El Tiempo y se fogueó como presentador de un noticiero de televisión. Al final confluyeron en la dirección de la revista, cuando ésta cumplía sus 10 años y empezaba una nueva etapa: la creación de Publicaciones SEMANA. A todos les tocó la vieja manera de hacer la revista. Pero cuando Mauricio y Roberto asumieron la dirección, SEMANA era otra cosa. En 1990 se había producido una verdadera revolución. Con asesoría de Roger Black, uno de los mejores diseñadores de revistas del mundo, SEMANA adquirió un modernísimo sistema de computación _tanto para el departamento de redacción como para el departamento de arte_ y entró en la era de la diagramación electrónica. El invento de Steve Jobs entró a desempeñar un papel fundamental en el desarrollo de la revista. Con los computadores todo se modificó. Hacia afuera, la cara de la revista cambió radicalmente. El color se tomó la portada y las páginas interiores. El papel cambió y la revista adquirió una estructura que ha servido de modelo para casi todas las publicaciones de su tipo en el país. Hacia adentro el cambio no fue menos radical. Las viejas 'cuartillas' fueron reemplazadas por pantallas de computador. Las cuchillas por las herramientas de los programas de autoedición. Y aunque los ritmos de trabajo no cambiaron en lo fundamental _y se siguió y se sigue trasnochando_ ya la revista se podía ver armada y en color sin tener que moverse de SEMANA. Son 15 años nada más, pero 15 de los más agitados en la historia de Colombia. Y la revista los ha cubierto ciñéndose no sólo a los criterios expuestos en su primer ejemplar, sino a los principios heredados de quien hiciera del nombre de SEMANA, en su primera época, un pilar del periodismo nacional: el ex presidente Alberto Lleras. Las dificultades económicas con que nació la nueva SEMANA han sido superadas. Hoy la revista es una gran empresa, gracias en buena parte a la visión y el manejo de su gerente Angela Montoya. Pero la idea básica de mantener la objetividad frente a los hechos, de respetar la pluralidad de las ideas y de ventilar siempre el periodismo nacional, siguen intactas.