El viudo Carl Fredricksen, de 78 años, convierte su casa en un globo para escapar de una triste vejez

CINE

Up

Esta aventura absurda, protagonizada por un viejo, lo tiene todo para convertirse en un clásico del cine animado.

Ricardo Silva Romero
13 de junio de 2009

Título original: Up.
Año de estreno: 2009.
Dirección: Pete Docter y Bob Peterson.

La gente de Pixar, responsable por algunas de las mejores películas que se han hecho en estos últimos 15 años (las producciones animadas Toy Story, Monsters Inc., Los increíbles, Ratatouille y Wall-E), jamás le ha temido a que sus historias se conviertan en lecciones de vida: desde comienzos de los años 90 se han propuesto decirnos, por medio de protagonistas tan improbables como un insecto, un carro o una rata, que todos cabemos en el mismo planeta, que la risa es el único camino que nos queda y que la amistad es el mayor logro de una vida. La más reciente de sus fábulas, Up, una comedia que de comienzo a fin se ve con los ojos aguados, les devuelve el mundo a los niños y a los viejos, y nos recuerda, de paso, que las relaciones que construimos día por día son esas aventuras que anhelamos desde que tenemos uso de razón.

Up empieza como una obra maestra: en un poco menos de media hora se nos cuenta una vida entera, la del señor Carl Fredricksen, que se dirige a la injusta soledad de la vejez extraviado en los recuerdos de una esposa que fue todo para él, pero que un buen día, para escapar de una sociedad plagada de jóvenes que pretende encerrarlo en una finca de reposo, convierte su casa desvencijada en una suma de globos capaz de atravesar el cielo del planeta. Lo que sigue es un episodio disparatado con apariencia de sueño, impecable desde el punto de vista técnico, que consigue lo impensable en los terrenos del cine animado: combinar los trazos amables, el humor inteligente y el genio narrativo de Walt Disney con la sofisticación sorprendente, los personajes secundarios de pesadilla y la mirada poética de Hayao Miyazaki: es decir, combinar la gracia de Pinocchio con la gracia de El viaje de Chihiro.

Las películas de Pixar, que han salvado del tedio al cine comercial de estos últimos años, son un fenómeno digno de ser estudiado: se trata, a fin de cuentas, de obras exigentes, plagadas de guiños cinéfilos, que ponen de acuerdo a los espectadores más desprevenidos con los críticos más prejuiciosos. ¿Cuál es la clave de semejante éxito? La conciencia de que, sea en el género, en la técnica o en la época que sea, para que haya un buen largometraje tiene que haber un buen guión. Y para que haya un buen guión, para inventarse una narración cinematográfica que fascine desde el comienzo hasta el final, se tiene que haber estudiado los buenos guiones de la historia.

Sea como fuere, Up es tan hermosa como desconcertante. Nos llega al corazón en medio de un desfile insólito de peligrosos perros parlantes, expedicionarios marginados por la sociedad y pajarracos que no tienen la culpa de nada. Y nos convence de la belleza de la cotidianeidad, y de la solidaridad entre los abuelos y los nietos, a partir de un relato absurdo que deja al auditorio sin defensas y crece y crece con el paso de los días.