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10 cosas que demuestran que lo que se hereda no se hurta

El ejemplo de maternidad más directo que tenemos es el de nuestras propias madres. Después de toda una vida de experiencias y aprendizajes, poco a poco terminamos copiando aquello que tal vez nos parecía exagerado, paranoico o absurdo.

Carolina Vegas*
14 de abril de 2018
El ejemplo de maternidad son nuestras propias madres | Foto: Pixabay

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1. El tonito
Tal parece que cuando se desprende la placenta, minutos después de nacer el bebé, las cuerdas vocales cambian y se adaptan a un nuevo tono de voz. Uno que vendrá acompañado por una mirada penetrante, una arruga en la mitad del entrecejo y una velocidad para expresarse sin precedentes. Al cambio se le conoce como: “Tono de Mamá”. En algún momento de reflexión, después de un brote de cantaleta, la nueva madre pensará: “Eso lo decía mi mamá”.

2. La mirada de advertencia
El animal materno muchas veces no necesita morder ni gritar para hacerse sentir. Solo una mirada es suficiente para alertar a la cría y advertirle: “Siga buscándome y me va a encontrar”. Esta mirada, aunque parece todo un arte e intriga a quienes no son madres, es un acto natural que se va desarrollando poco a poco desde que nace la criatura y mientras aprende a hablar y a distinguir las normas sociales. El hijo o hija también aprende a leerla de manera simbiótica, y a atender a la alerta a partir de las sensaciones que le despierta dicha mirada. La más obvia es un vacío en el estómago, seguido de palpitaciones tenues y algo de sudoración.

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3. El chantaje como herramienta básica de buena crianza
“Si quieres ir al parque, te tienes que comer el desayuno”. “¿Quieres que mamá te acompañe a dormir? Entonces quédate quieto mientras te pongo la piyama y te lavo los dientes”. “Si te tomas el jarabe puedes ver un capítulo más de Paw Patrol”. Son habilidades básicas de negociación. Pero también capacidades que solo logra desarrollar al máximo la madre cuando el pequeño supera la barrera del año. “¡Pero no lo chantajees!”, dirá el padre, contrariado. “A mí me criaron así y soy una persona de bien”, contestará la madre, segura de su estrategia.

4. Obsesión por la limpieza
Esta comienza a desarrollarse desde los últimos meses de gestación. Le llaman etapa de anidación, porque la madre literalmente está construyendo el nido al que traerá a su cría. La madre comenzará a lavarse las manos muchas veces al día. No permitirá que nadie se acerque a la cría sin hacer lo propio. Luego desarrollará comportamientos compulsivos como no permitir que el niño duerma dos noches seguidas con la misma piyama, que nadie entre al cuarto sin quitarse los zapatos, y un amor profundo y enfermizo por las toallitas húmedas. También creerá que sus babas son antisépticas y las usará sin restricción. Por obvias razones la madre más vieja de la tribu, dígase la abuela, nunca creerá que su hija, la nueva madre, es lo suficientemente limpia y ordenada para sus estándares. Por esta razón repetirá el trabajo cuantas veces más sea necesario.

5. Repetición obsesiva de la palabra: “¡Cuidado!”, acompañada por el clásico que nunca pasa de moda: “¡Te lo dije!”
Esta no necesita mayor aclaración. Y el fenómeno se comienza a presentar tan pronto la mujer se entera de que está gestando a otro ser en su útero. Aplica para los hijos, pero también para todas las demás personas. La cantaleta materna es muy democrática.

6. El amor por la cremas
Después de superar la etapa posparto en la que lavarse el pelo con champú parece un logro monumental, la madre comenzará a creer que al encontrar la crema perfecta podrá volver a ser tan bella como antes de parir. El deseo profundo por soluciones mágicas nace de la falta de tiempo para poder realizar cualquier tipo de ejercicio. El ritual de desmaquillarse se vuelve sagrado, no tanto por el hecho en sí (aunque también), sino porque es un espacio para el autocuidado. Unos minutos para uno mismo. El equivalente de las infinitas horas en el baño que pasarán los padres una vez nace la criatura.

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7. La cartera mágica
El bolso de una madre (o en su defecto la pañalera) es un espacio que alberga todo tipo de objetos los cuales podrían ayudar a la toda la familia a sobrevivir el apocalipsis.

8. “Si no lo hago yo…”
El animal materno después de parir cree que su valor crece exponencialmente para el mundo, y al mismo tiempo siente que su labor no recibe el elogio justo. Esto suele venir acompañado por un afán sin sentido por querer completar más tareas que las debería, lo cual genera estrés y cansancio, para luego quejarse con el resto de familia, porque no aprecian todo el trabajo. (Y es que no aprecian nada. Me gustaría irme un par de días y que vean cómo hacen sin mí)

9. “Sabes cuántos niños no tienen…”
La enseñanza de valores a través de la culpa de clase y fortuna. Una famosa y siempre viva máxima de la maternidad. Como el otro día que le di un regalo a mi hijo y, en lugar de agradecerme, comenzó a pedir más cosas. La solución fue que lo senté en su cama y le pedí que mirara bien su cuarto, luego le dije que otros niños no tenían juguetes y que él debía aprender a ser agradecido. Conclusión: me abrazó, me dio las gracias y me preguntó con lágrimas en los ojos si no le íbamos a dar regalos para navidad. ¡Misión cumplida!

10. “¡Yo nunca me compro ni un alfiler para mí!”
La madre es sacrificada. La madre se preocupa por el bienestar de toda su familia. La madre luego, en un acto de importaculismo, va y se compra muchas piezas de lencería carísima con la prima. La madre se gasta lo que le queda libre del sueldo en cremas para recuperar la juventud perdida.

Ñapa: La mamá es el lugar más feliz y seguro que tenemos
La cría puede tener días, meses, años o décadas, y aun así el abrazo de la madre será su lugar feliz. Su remanso de paz.

*Editora de SEMANA y autora de las novelas Un amor líquido y El cuaderno de Isabel (Grijalbo).