Medio ambiente
El desastre continúa: 7 años después de Fukushima
El 11 de marzo de 2011 Japón vivió el accidente nuclear más grave de la historia después de Chernobyl. Hoy, a pesar de los intentos de desmantelamiento, organizaciones como Greenpeace denuncian que persisten las dosis excesivas de radiactividad en el área afectada.
La Escala Internacional de Accidentes Nucleares (EIAN) tiene siete niveles. Y solo dos, en toda la historia de la humanidad, han alcanzado el nivel más alto de gravedad. El primero ocurrió el 26 de abril de 1986 en la central nuclear de Chernóbil en Ucrania. Ese día, una prueba errónea con el reactor nuclear de la planta, provocó una explosión de hidrógeno que dejó expuesta una gran cantidad de materiales radiactivos y tóxicos. Esto causó la muerte de 31 personas, y días después, forzó al gobierno de la Unión Soviética a evacuar 116.000 personas que vivían cerca del área.
El segundo más grave fue Fukushima. Una tragedia que ocurrió el 11 de marzo de 2011 y cuya planta, aún hoy, sigue tratando de ser estabilizada y desmantelada. La tragedia fue provocada por un terremoto de 8,9 grados y un posterior tsunami en la costa noroeste de Japón. El inesperado desastre natural desencadenó una serie de accidentes en la planta TEPCO de Fukushima: fallos en los sistemas de refrigeración, explosiones en los edificios donde estaban los reactores nucleares y la posterior liberación de gases radiactivos. La contaminación fue tan grave que el gobierno japonés ordenó la evacuación de un perímetro de 40 kilómetros a la redonda.
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Semanas después se empezaron a identificar sus verdaderas consecuencias. En el agua del interior de las instalaciones, por ejemplo, los investigadores encontraron que el nivel de radiación era cien mil veces superior a lo normal. Los niveles de yodo radiactivo en el agua del mar cercano también se vieron alterados: eran 1.850 veces superior al de los límites legales. De hecho, en octubre de ese mismo año, el instituto de investigación nuclear francés (IRSN), confirmó que el accidente de la planta TEPCO provocó la mayor contaminación radiactiva marina observada en toda la historia.
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Pero las secuelas no terminaron allí. También se detectó yodo radiactivo en el agua corriente de Tokio, así como altos niveles de radiactividad en la leche que se producía en campos cercanos y en ciertos alimentos como la espinaca. Según informó el Consejo de Seguridad Nuclear, para abril de ese mismo año, España y otros países de Europa también mostraron un aumento de yodo y cesio en el aire. Y en otros lugares más lejanos como California también detectaron partículas radiactivas que habían atravesado todo el Océano Pacífico desde Japón. Aunque el mismo Consejo aseguró que estas evidencias no eran peligrosas para la salud de la gente, la magnitud del accidente llevó a que el gobierno nipón decidiera, que en un plazo de 30 o 40 años (y una vez estuviera controlado el accidente), la central nuclear cerraría para siempre.
Hoy, al cumplirse siete años de la tragedia, la realidad es que el desastre atómico de Fukushima se ha mantenido de manera ininterrumpida. Greenpeace advirtió en un informe publicado este 8 de marzo, que los niveles de radiación en algunas áreas de Fukushima siguen siendo excesivos. “Son similares a los de una instalación nuclear en activo y en algunos de los casos hasta 100 veces por encima del límite internacional para la exposición pública".
Como explica el matemático y editor Salvador López Arnal en una recopilación juiciosa sobre el proceso de desmantelamiento de Fukushima, “el inquietante panorama que presenta Greenpeace, apoyada por Human Rights Now y otras ONG niponas, contrasta con la versión de las autoridades de Japón, que hablan de una progresiva vuelta a la normalidad en estas áreas”. Mientras la industria electronuclear y el gobierno sostienen que no hay riesgos para la salud humana y ambiental existen estudios publicados en revistas científicas que demuestran lo contrario.
El efecto más reconocido hasta el momento es el incremento de cáncer de tiroides en niños y jóvenes. Los investigadores han identificado que al menos 298.577 menores de 19 años han desarrollado esta enfermedad entre 2011 y 2014 cerca de Fukushima. Una cifra que, contrastada con las del resto de poblaciones de Japón, fue 30 veces superior durante el mismo periodo.
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No obstante, el trabajo para controlar esta exposición radioactiva ha sido arduo en los últimos años. En Febrero de 2015, por ejemplo, el gobierno japonés demolió 1.080 casas por el deterioro de los inmuebles y la contaminación. Hace tan solo tres años, el gobierno reconoció el primer caso de cáncer de un empleado que hizo labores en la planta tras el accidente. Y hasta 2017, un tribunal japonés responsabilizó al Estado y a la operadora de la central nuclear de negligencia en la catástrofe atómica. Esto los obligará a responder a las miles de personas que se vieron afectadas por el accidente.
Uno de los debates más grandes que enfrenta ahora Fukushima es que pese a la reapertura de ciertas áreas afectadas, muchos desplazados por el accidente no quieren regresar a sus hogares. Se estima que más 40.000 personas dejaron sus casas tras las explosiones pero la inseguridad sobre la descontaminación ha causado que menos del 3 por ciento de los ciudadanos regresen a su lugar de origen. De hecho, aunque Fukushima no causó muertes directas, según la World Nuclear Association el desplazamiento causó más de 1.000 muertes prematuras. Sobre todo entre enfermos que tuvieron que ser trasladados y adultos mayores que sufrieron traumas y estrés por abandonar su casa.
De acuerdo a un reciente artículo de Europa Press, aunque ecologistas han recomendado una y otra vez la evacuación total de las poblaciones afectadas, el gobierno japonés se niega a tomar esta medida, aduciendo a que “es más conveniente esperar a la estabilización de la planta para comprobar si los niveles de radiación descienden”.
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Por el momento, ingenieros y trabajadores siguen tratando de eliminar los desechos radiactivos de la planta, almacenamiento agua contaminada y purificando el medio ambiente. Aunque se sabe que la reacción del combustible en los reactores accidentados continúa, aún no se ha logrado detener y nadie sabe cuándo se podrá.