LA VIDA ME ENSEÑÓ

La maternidad por inseminación artificial: el testimonio de Alexandra Montoya

Alexandra Montoya, la mujer que imita a todos en el programa radial La luciérnaga, habla de su decisión de ser madre por inseminación artificial en un país conservador y siendo ella una devota de la fe cristiana.

3 de noviembre de 2018
| Foto: Daniel Reina

Alexandra Montoya siempre tiene un tiempo reservado en la agenda de los colombianos. Es de lunes a viernes al final de la tarde, cuando casi todos van de vuelta a casa y sintonizan el programa radial La Luciérnaga y la escuchan imitando todo tipo de acentos y haciendo las voces de personajes de la realidad nacional. Paola Turbay, Gina Parody, Maria Emma Mejía, son apenas algunos en su lista, pero también otros más anónimos como la santandereana y la boyacense que se han ganado un espacio en los corazones de todos. Recientemente Montoya publicó el libro Yo lo decidí, en el que cuenta el antes, durante y después de la llegada de su único hijo Juan José, un hermoso niño de 6 años que hoy es la mayor fuente de felicidad en su vida. La particularidad de este embarazo es que es resultado de un proceso de inseminación artificial con un donante anónimo de semen. “Con los hombres que salí o no los vi interesados en repetirse como papas o querían ser jóvenes eternos y no tener hijos”, dice.

Esta historia empezó hace más de una década cuando ella conoció en Nueva York a una chilena amiga de su hermana, que había optado por tener un hijo sola por este método. “En esa época sólo se escuchaba de esta técnica en parejas en las cuales el esposo tenía problemas de fertilidad, pero no para una mujer sola. En ese entonces era muy impactante. Escuché su historia y le hice las mismas preguntas que hoy muchos me hacen a mí: ¿Por qué escogiste ser madre sola?, ¿es costosa la inseminación?, ¿Se puede saber la identidad del donante? ¿Puedes escoger el sexo de tu hijo? ¿Puedes tener gemelos? Todas esas preguntas se las hice a ella. Luego mi mamá me preguntó que pensaba de todo y yo le conteste que sí, que por qué no, si no tengo pareja y el círculo del reloj biológico se me está cerrando, por qué no ser mamá a través de esta técnica. Ella me dijo que me apoyaría. Mi mamá, sin embargo, murió en 2008 y solo hasta 2010 yo busqué ser mamá. Primero a las personas que salí en esa época no los vi interesados en repetirse como papas, y a los que no lo eran no los veía en el plan de querer serlo; querían ser jóvenes eternos”.

"Disfruté, viajé, ahorré y conseguí una estabilidad económica y solo después pensé en la maternidad”.

Montoya dice que ser madre es una decisión de las mujeres, y hoy ellas saben cuándo, cómo y con quién quieren tener sus hijos, lo cual ha sido un paso gigante, aunque todavía quedan muchas ideas conservadoras, todas respetables, dice. Ella es una reconocida devota de la fe cristiana, que considera a la familia con padre y madre como la base de la sociedad por eso consultó con su iglesia sobre este tema. “Yo no pedí permiso. Mi iglesia me apoyó y yo lo decidí, cuándo, cómo y en qué condiciones. Hoy soy madre de hijo hermoso, un regalo de Dios de seis años, que es mi motor de vida, mi plenitud, y por ahora soy feliz así. Mi hijo va por el mismo camino: ya hace chistes y me imita a mi cuando me pongo brava”.

“Yo no busco ser un modelo para nadie, no busco que nadie imite lo que hice ni que nadie se convierta en madre soltera porque sí. Ya el país tiene muchas. Pero sí busco que las mujeres entiendan que pueden tomar decisiones, que pueden decidir sobre su cuerpo y no guiarse por lo que diga una norma social, o un partido político o la religión. Tenemos capacidad de decidir”.

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No es fácil hacerlo, admite ella. “Nosotras las mujeres vivimos rodeadas de presiones. Está, por ejemplo, la que uno siente entre los 15 y 18 años: ‘no vaya a comerse las onces antes de tiempo, ‘cuidado va a quedar embarazada’, ‘no meta las patas’, ‘va a destruir su futuro’, ‘qué dirán’. Después la de los 18 a 25: ‘estudie’, ‘no se vaya a casar’, ‘disfrute’, ‘viva’, ‘goce’, ‘trabaje’. Luego la de los 35: ‘a qué horas se va a casar’, ‘formalice esa relación de ocho años’. Después viene la de ‘tengan hijos’ y después del hijo: ‘cuando va a tener la parejita’, ‘no lo vaya a dejar solo’. Yo las viví todas y decidí ser madre tarde por atender a esas presiones. Disfruté, viajé, ahorré y conseguí una estabilidad económica y solo después pensé en la maternidad”.

Una pregunta recurrente que le hacen amigos y conocidos es que los niños necesitan padre. Incluso algunas mujeres le dicen que su decisión fue un poco egoísta. Ella les contesta lo siguiente: “Yo estoy de acuerdo con los psicólogos en el tema de la figura paterna. Un niño debe tenerla, estoy convencida de eso, pero algunos expertos también dicen que esa figura no necesariamente proviene del padre biológico, sino que puede venir de otro integrante de familia y en mi caso están mi hermano y papá. Mi papá está presente en momento de autoridad, de reflexión, y él lo identifica como tal. En Colombia hay hogares de todos los estratos en los que el hombre está físicamente, pero ausente, es decir, aporta económica pero no está a la hora de las tareas ni de educación. La educación es un trabajo en equipo”. Otra pregunta es como maneja el tema con Juan José, quien ya empieza a hacerle preguntas sobre su padre. “Siempre le diré la verdad. La identidad del donante no es posible conocerla, y por ley solo en casos extremos de salud se permite revelarla”.

“Mi madre nos enseñó a tener carácter y siempre, yo y mis hermanos hemos tenido empuje y hemos trabajado con la convicción de que nadie nos regala nada, todo hay que lucharlo”, dice. Por eso no entiende que algunos digan que desde que la mujer empezó a estudiar la familia se desintegró porque ella se olvidó de los hijos. Y le sorprende porque también veomuchas mujeres que decidieron estudiar y ser magníficas profesionales y sacaron hijos poderosos y valiosos en todo. Eso es lo que le gustaría ver en Colombia, un país en donde los hombres reconocen a las mujeres verracas y las mujeres saben que cuentan en el hombre a un aliado. “No sé si ser independiente, autónoma y autosuficiente ha hecho espantar a los hombres, de pronto yo me he fijé en los hombres equivocados. Pero no tengo afán en buscar a un hombre perfecto porque por ahora estoy feliz con el que tengo a mi lado que es mi hijo. Quiero dedicarme de lleno a él. De pronto más más tarde llega el hombre en mi vida, cuando mi hijo este más grande y yo esté sola como un champiñón”.

“Lo de las voces lo llevo desde niña, desde cuando llegaron a Colombia programas de televisión de acento extranjeros, argentino mexicano. Descubrí muy temprano que se me facilitaba imitarlos a pesar de nunca haber estado en esos países"

La vida no  ha sido siempre color de rosa pero Montoya asume las dificultades como retos.  Al principio de su carrera fue difícil conseguir el primer trabajo, luego fue duro trasnocharse haciéndolo. “Yo hacia el turno ‘bombillo’ en una emisora de William Vinasco que era de 6 de la noche hasta las 12. Luego tenia clases temprano en la mañana en la universidad y era imposible no cabecear. Yo hacía un esfuerzo porque el agotamiento no me permitía poner atención. También fue difícil mantenerme en una empresa de hombres porque la radio la manejaban hombres. He vivido en retos constantes. El divorcio de mis padres, el nacimiento de mi hijo, estudiar derecho luego de 20 años de haberme graduado de comunicación social. Todos son hechos que me han marcado,  pero yo no los veo difíciles sino retos, todos superados porque aun en las dificultades Dios me ha dado la fuerza para pararme de nuevo. El gran maestro en mi vida ha sido Dios, A él le dedico mis proyectos. El rige mi vida espiritual”.

Lo de las voces lo llevo desde niña, desde cuando llegaron a Colombia programas de televisión de acento extranjeros, argentino mexicano. Descubrí muy temprano que se me facilitaba imitarlos a pesar de nunca haber estado en esos países. Tenía una gran facilidad especialmente para el español que es un acento difícil porque tiene una especial ortología, un seseo especial y lo sabía hacer sin saber nada del tema. Sabía que era caza y casa. Yo me peleaba por hacer los chistes en los que hablaba un argentino, un español y un paisa y con eso lograba cautivar a la gente porque hacía reír. Esa cualidad me permitió hacer el duelo cuando se divorciaron mis papas. Yo tenía 7 años y me daba cuenta de que a través del humor lograba llamar la atención de los que estaban a mi lado, mis hermanos,  mis compañeros en el colegio y eso me sirvió cuando mis papás ya no estaban juntos. Siento que de todo lo negativo sale algo positivo. Esa fue un tema de una charla TED que di hace poco. Yo la titulé “mámele gallo al no” y lo que quería decir es que muchas mujeres a las que les dijeron ‘su hijo no va a caminar’, ‘usted no puede hacer eso’, ‘no es posible’ , sacaron fuerzas y energías y lograron superar el no en sus vidas”.

 “Yo leo muy rápido a las personas y tal vez por eso se me facilita imitar a las personas. Logro mimetizarme y ser camaleónica y entender y leer rápido las personalidades. Capto los timbres de voz, la expresión corporal y lo que les gusta y lo que no. Yo me transformo cuando hago una voz, pienso en el personaje y en ese momento no soy Alexandra. Cuando me encuentro con los personajes que imito no espero nada porque pienso que ellas se pueden sentir ridiculizadas y puede que lo que yo diga en sus voces no sea real sino parte de la ficción. Por eso no espero que me abracen, aunque yo no lo hago por mortificarlas sino más bien porque considero que es un homenaje. En La Luciérnaga no se imita a cualquiera.  Muchas voces han sido muy exitosas y están en la memoria de todos, hay unas clásicas como las de Natalia París y Paola Turbay, pero también como la de la patojita boyaceense. Cada una me ha traido satisfacciones. Hay voces que se mueren porque los personajes fallecen,  como sucedió con el de la Cacica. Yo le tengo una historia a cada una. Cuando hablo como santandereana pienso en que no se deja de nadie;  la patojita es la ternuna;  los paisas son los pilos para los negocios. En muchas ocasiones todo esto es tomado del estereotipo. El pensamiento de ellos lo calco pero no rigen mi vida. Pero si me estrellan en el carro por  detrás no me baja del carro como Alexandra sino como la santandereana. Y si voy al centro de Bogotá, a la Pajarera, y me encuentro con el habitante de calle que me dice ‘mona mil lucas’,  yo le digo: ‘paila papá se la debo’. Gracias a Dios no sufro de personalidad múltiple”.