Turismo
Antártica de mi corazón
El instagramer de viajes Christian Byfield cuenta su experiencia a bordo de un crucero por este continente salvaje, tierra de pingüinos y ballenas jorobadas.
El despertador suena a las 4:00 a. m. en Punta Arenas. Al sol le gusta madrugar bastante por estos lares y en estas fechas. Mi corazón palpita, la Antártica está esperando por nosotros. Voy en un plan llamado Fly and Cruise, el cual implica no tener que cruzar navegando por el estrecho de Magallanes ni por el pasaje de Drake que, dicen por ahí, es algo salvaje y movido, haciendo que el 64,4 % de las personas vomite al menos una vez.
Los vuelos no tienen un horario fijo. Uno tiene que estar preparado para que se abra una ventana de cinco horas para que nuestro avión pueda ir de Punta Arenas hasta la isla del Rey Jorge, dejarnos y recoger los pasajeros que esperan allá.
Me he bañado con buena música y estoy vestido con varias capas para los fríos del sur en verano. En sitios cerrados uno se muere del calor, pero afuera no se siente frío. Por ahí dicen que el frío no existe, sino que hay mal vestidos. Lo cierto es que a Antártida es complicado ir en invierno, así que toca por estas fechas.
La Antártica es el séptimo continente y el que me faltaba conocer. Este fue el último continente “descubierto”, en 1880. Aquí está el 80 % del agua dulce del mundo y viven entre 1.000 a 5.000 personas dependiendo de la temporada. El turismo solo está permitido en la zona a donde vamos.
Tendencias
El resto del continente, del tamaño de dos Australias, está dedicado exclusivamente a la investigación. Hay presencia de varios países en el continente blanco.
Me pongo mis botas de Antártica y ya estamos listos para empezar la expedición. Desayuno exprés con mis papás emocionados y nos vamos para el aeropuerto; tenemos una ventana de tiempo de 8:00 a. m. a la 1:00 p. m. para salir. Llegamos al counter de Antártica airways, una aerolínea de la que nunca había oído. Detrás de este, 68 pasajeros, todos uniformados con las mismas botas y con el mismo mecanismo para amarrar el tapabocas.
Edad promedio de los pasajeros: 62,3 años. Soy de los más pollos de todos, con 33,5 años. Por los costos de estos viajes, el promedio de edad y nacionalidad es siempre arriba de los 60 y de arriba de la línea ecuatorial. Todo es en inglés, todo. Poco latino con botas de Antártica puestas en este momento.
Un avión de condiciones extremas con disfraz de pingüino espera por nosotros —diría que es el único pingüino volador de este mundo—. Llaman a abordar, el corazón palpita de la emoción. Uno a uno nos vamos montando, en ese momento nadie se conoce con nadie, pero, a medida que pasan las horas, caras y personas desconocidas se volverían cada vez más conocidas y queridas.
Estar con un grupo de humanos en el mismo avión, en el mismo barco, en zodiacs y en territorio Antártico, claramente contribuye positivamente a querernos los unos a los otros. Si estamos todos aquí es porque tenemos muchas cosas en común, entre esas conocer el continente más seco, alto y blanco de nuestro lindo mundo. Todos estamos acá cumpliendo un sueño, vibrando alto y emocionados. Este es un vuelo donde todos miramos con entusiasmo por la ventana. Todos.
Dos horas después, rumbo al sur del planeta, el capitán dice por el parlante: 10.000 pies. Sí señores, ya nos aproximamos al aterrizaje. A lo lejos se ven tierra firme, nieve, glaciares y mar. Una combinación perfecta. Se siente la felicidad colectiva. Desde el avión se siente el viento fuerte, este es el continente con más vientos del mundo, también llamado el aire acondicionado del planeta.
El pingüino volador aterriza en la isla del Rey Jorge con un leve rebote en una pista de gravilla. Ahí nos ponemos guantes, gorro y todo listo para pisar tierra. Salgo del avión, siento el viento y el aire frío polar. Voy a tocar la nieve. Mis papás ya están abajo. Nos abrazamos, hubo llanto y todo. Estoy en Antártica con mis papás. Toca aprovechar a los papás lo que más se pueda. Solo se vive una vez.
La llegada al barco
El staff de Antarctica21 nos da la bienvenida con sus chaquetas amarillas. Todos a caminar al barco, se siente el viento, todos vestidos con ropa de ski impermeable. Pasamos por las bases chilenas y rusas, la rusa con una iglesia ortodoxa construida, ¡con madera traída desde Siberia! El mundo, su gente y sus creencias.
A la llegada vemos dos zodiacs dando la bienvenida en el agua, los primeros pingüinos también salen a recibirnos, el barco Magallan Explorer espera por nosotros en agua profunda. Vamos a estrenar barco, uno hecho en Chile que se demoró dos años y tres meses en ser construido, que entró a funcionar en 2019, descansó por un año y medio, y ahora espera por nosotros. Un barco ultracómodo con calentador de toallas en cada baño y con el piso del baño calientico. Al salir de la ducha, los pies agradecerían día a día la calefacción de piso.
Nos ponen nuestros chalecos salvavidas y ocho por cada zodiac, nos montamos al zodiac, toco el agua y está fría, fría y transparente. Dicen que está a -1 grado centígrado. El agua salada se congela a -1,8 grados. El corazón palpita y el viento sopla, se ven montañas nevadas por todas partes, pingüinos y hielo flotando. Esto parece sacado de un cuento de hadas y ¡extraterrestres! Solo se puede venir como turista en temporada de verano, de noviembre a febrero. Temporada donde no hay noche, solo luz. Sin importar la hora, estaríamos mirando al sol casi todo el tiempo.
Mis queridas ballenas jorobadas
Por estas mismas fechas migran mis queridas ballenas jorobadas, las que van a dar cría y aparearse a Colombia entre junio y octubre. Vienen por estos lares a alimentarse de krill (un crustáceo bien pequeño); cantar, saltar y conocerse con las otras ballenas que migran rumbo a Australia y Madagascar año tras año.
Los kayaks esperan por nosotros, nos ponen unos trajes secos por si algo pasa ya que uno no quiere estar nadando con los pingüinos y las focas con agua a -1 °C. Nos dan los tips de seguridad: por nada del mundo acercarse a los icebergs grandes, aunque el azul de ellos lo hipnoticen a uno; en cualquier momento se desprenden pedazos de hielo con un sonido único —y de los pocos que se escuchan en este continente blanco— y le pueden caer encima, o si son muy grandes, producir olas que nos harían volcar. Solo las ballenas, focas y pingüinos se pueden acercar.
Amarran 4 kayaks a un Zodiac, nos montamos en el kayak con todos nuestros trajes listos y rumbo a una zona espectacular, caen copos de nieve, uno se siente en una película: hielos transparentes de miles de años nadan al lado de uno. Los pingüinos van nadando cerca saltando como delfines, todo es emocionante, muy emocionante. Los azules, los blancos, el transparente del hielo y nuestros kayaks rojos. Todos los que estábamos a bordo vibrando alto somos personas que estamos acá porque realmente queremos estar acá. A lo lejos se ve un par de ballenas nadando y gozando. Remamos hacia ellas hasta llegar cerca, muy cerca. Hace frío, para tomar fotos me tengo que quitar los guantes. Con el frío, los dedos no funcionan del todo bien.
Las ballenas jorobadas están alimentándose en Colombia en junio de paso, así que su comportamiento es diferente en cada zona. Eso lo aprenderíamos en algunas de las clases diarias que tiene el barco para que uno aprenda y entienda todo sobre este territorio prístino. Su técnica de comer kril es mandar burbujas de amor desde la profundidad. Las burbujas hacen que el krill se agrupe y después salgan las ballenas con sus bocas bien abiertas a comer todo lo que puedan. Y uno es testigo de todo eso.
Primero se oyen sus respiraciones, el corazón palpita, todo el mundo sonríe, estamos tan cerca que vemos las dos fosas de su espiráculo (el hueco por dónde respiran), después de cada exhalación salen litros de agua volando, que con el viento esas gotitas le llegan a uno a la cara. Góticas con la energía de unos pulmones muy poderosos de nuestras amigas las ballenas.
Después de comer se ponen a jugar, aletean, dan botes, sacan sus cabezas para que uno les pueda ver, nos saludan con sus aletas, nos muestran sus colas, que son únicas de cada una; es como nuestra huella dactilar y la forma como se identifican las ballenas por los científicos en el mundo. Las seguimos teniendo muy cerca, tenemos que remar para atrás para que así doña ballena no esté muy interesada en chocar cinco con uno. Escalofríos por el cuerpo de uno, no por el frío, ¡sino por la felicidad! Todo pasa muy rápido, uno está muy presente, en esas la ballena mete un salto poderoso, hace un chapoteo gigante, crea una ola que nuestros kayaks y cuerpos sienten, y la adrenalina colectiva pasa por nuestras venas. Nuestra reunión con esta ballena se extiende. Son el tipo de reuniones que considero muy importantes.
El barco
Llegó la hora de volver al barco con su calefacción y buena vibra. Después de cada sesión de kayak nos metemos al sauna. Uno dentro del barco puede estar en ropa de clima templado, nunca se siente frío adentro. Mi cuarto tiene un balcón donde se ven las montañas blancas y por donde vería orcas, pingüinos y focas en los próximos días.
Prendo mi música y me meto a bañar. El piso del baño tiene calefacción y la toalla siempre está caliente ya que los baños tienen calentador de toallas, detalles de temperatura que el cuerpo agradece. Después de tres canciones llegó la hora de comer, son las 8:00 p. m. Como les comenté, acá nunca anochece en estas fechas.
Ahí vamos conociendo a los demás pasajeros, el 93 % de nosotros ya pisó los siete continentes, ya se imaginarán las charlas de las comidas. Unos conocen a Dianne Fossey, otros son fotógrafos muy conocidos de naturaleza, otros son expertos en osos polares y zonas árticas. Vienen de Marlborough, Nueva Zelanda y todos van amenizando nuestras conversaciones en el comedor con ventanales gigantes donde comemos al tiempo que las ballenas jorobadas.
Día a día, así se nos pasarían los momentos a bordo del Magallan Explorer de Antárctica 21, en uno de los sitios más mágicos, especiales y prístinos de nuestra madre tierra.