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Arquitectura: la reconciliación con el entorno

Diseños con conciencia del lugar, integración con la naturaleza y materiales que minimicen el impacto ambiental son algunos de los desafíos de los arquitectos colombianos. Más que una tendencia, la sostenibilidad puede verse como un regreso a la esencia de la profesión.

29 de mayo de 2020
La arquitectura que se involucra con el entorno natural no es una novedad, pero sí es la tendencia en los diseños actuales. Foto: Cortesía Serena del Mar

Aún antes de la pandemia y de la cuarentena obligatoria, que permitieron una mayor reflexión sobre la manera en que las personas interactúan con los espacios públicos y privados, los arquitectos colombianos ya venían haciendo frente a los enormes desafíos actuales de sostenibilidad y habitabilidad, particularmente ante la densidad de nuestras urbes. 

En algo concuerdan los expertos: sus búsquedas coinciden con retos globales de la profesión, pero requieren también un entendimiento del contexto local en el que se implanta cada diseño y de los impactos, positivos o negativos, que pueden tener los 21 millones de metros cuadrados que se construyen en el país anualmente.  

El regreso al origen 

Para el arquitecto Alfonso Gómez Gómez, decano de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Pontificia Universidad Javeriana, el desafío más grande en términos de sostenibilidad puede resumirse en “dejar de diseñar para protegernos, como si la naturaleza fuera un enemigo”

Gómez lo plantea en dos frentes: conceptualmente, se trata de ver cómo puede involucrarse el entorno, “y de tener en cuenta el aire, el agua o el verde en un proyecto”. En términos prácticos, consiste en “entender que las ciudades que tenemos están destruyendo los cuerpos de agua, los humedales o cómo están contaminando el aire”. 

En esto concuerda el arquitecto Álvaro José Arias, gerente de diseño y co-fundador de la firma Arias Serna Saravia, al hablar de la estética y la funcionalidad que requiere un proyecto para perdurar en el tiempo: “El reto es que el proyecto se mantenga siempre acorde con la naturaleza, que no la afecte y que más bien sea parte de ella. E inclusive, poder recalcar el entorno más que el proyecto mismo”. 

Para el arquitecto Ricardo Daza, director del Museo Leopoldo Rother y docente de la Universidad Nacional y la Universidad de Los Andes, resulta paradójico que, viviendo en un país con el patrimonio ecológico de Colombia, las mismas ciudades y su diseño oculten la naturaleza y la geografía. “Con la forma en que estamos construyendo la ciudad, estamos tapando la percepción de la montaña”.

“Todos en este momento de pandemia somos conscientes de que si hay una ventana que mira a un río o a un bosque, eso genera una transformación del espacio. Eso hace una vida más digna”, agrega. 

En esta misma línea, Santiago Baraya, arquitecto y editor del portal Arch Daily, la comunidad de difusión de proyectos más grande del mundo, en su versión colombiana, hace referencia al impacto que deja una obra específica: “La sostenibilidad es la huella que deja la manera en que se gestiona una obra”.

Por lo tanto, adquiere relevancia la selección de materiales locales, procurando minimizar la huella de carbono que genera su ciclo: su obtención, procesamiento, transporte, construcción, uso y desecho. 

“Se necesita realmente una conciencia de dónde se está emplazando la obra, y los materiales deben responder a eso directamente”, dice Baraya, a la vez que destaca el uso de elementos tradicionales como el ladrillo o la exploraciones en concreto, piedra o madera, particularmente la guadua, que son los que más protagonizan las selecciones de proyectos nacionales que publica mensualmente el portal Arch Daily. 

Los materiales deben ir en concordancia con la naturaleza, para que no contrasten sino que se acomoden a las condiciones. Sea ladrillo o inclusive adobe”, menciona Arias al respecto, a la vez que agrega que los insumos cambian radicalmente según las condiciones del entorno y que, inclusive, dentro de una misma ciudad, como es el caso de Bogotá, según el área, su topografía y el tipo de proyecto, pueden variar estas decisiones: “No tenemos un material específico, lo acomodamos para lograr la armonía del sitio”. 

Si bien la prioridad ha sido el ahorro de recursos, Gómez, desde los estudios realizados en la facultad de Arquitectura y Diseño, cree que se puede ir un paso más allá: “Se trata de ser sostenible para mantenerse en el tiempo, pero también de la producción de servicios ambientales. No solo que la arquitectura contamine poco sino que genere elementos positivos: materiales que absorban CO2 o techos verdes que produzcan comida, hábitat para especies o que reduzcan el efecto de calor”. 

En materia de sellos sostenibles, afiliados a los estándares internacionales, el país contaba a 2019 con 3,3 millones de metros cuadrados certificados. Eso incluye 151 proyectos con la certificación LEED (que traduce Liderazgo en Energía y Diseño Ambiental) y otros 233 en proceso, frente a 11 que se encuentran en la etapa final de la certificación EDGE (que traduce Excelencia en el Diseño para Grandes Eficiencias) y otros 155 en proceso. 

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Sin embargo, para Gómez el concepto de sostenibilidad trasciende las certificaciones: “Se ha hablado mucho recientemente de arquitectura bioclimática, sostenible o amigable con el medioambiente, pero si uno se pone a mirar la historia de la profesión, el arquitecto nunca concebía un proyecto sin esas características”.

En esto coincide Daza: “Uno podría decir que este es un tema básico en la arquitectura desde sus orígenes y tiene que ver con el aprovechamiento de los recursos”. 

Vivienda: romper el molde

El déficit de vivienda, una característica en la que coinciden muchas urbes del país, no solo existe en términos cuantitativos, sino también cualitativos. Como lo menciona Gómez, modelos recientes, particularmente en Vivienda de Interés Social y Vivienda de Interés Prioritario, le han apuntado a mejorar los números, pero no necesariamente la calidad del espacio: “Una vivienda social construida a partir de unidades repetitivas, muy económicas, básicamente apartamentos en torres respondiendo a un único sello”, con estructuras y diseños que se replicaron sin importar características particulares de las ciudades y su topografía.

El resultado: apartamentos que resultan muy fríos, muy calientes o muy húmedos, sin ventilación o iluminación adecuada provenientes de fuentes naturales. Además, cuando no se contempla el espacio público, este se convierte en un remanente mínimo de la obra, entre conjuntos cerrados. 

En línea con este debate, el Museo Leopoldo Rother, que lidera Daza, presentó hace algunos meses una exposición titulada Ciudad Isla, “en la que se muestra el fenómeno de la vivienda tendiendo a la noción de un bloque vertical muy básico, que ofrece soluciones, pero que tiende a crear una ciudad cerrada. Genera islas que no conectan y una noción de aislamiento que no crea tejido y que no crea espacio público”, comenta el arquitecto.

Solamente en Bogotá, 40% de la población vive en más de 3.500 conjuntos cerrados. Y este modelo de ciudad cerrada, llega a todos los tipos de vivienda y estratos. 

Sentido de comunidad

Para Gómez, urbes como Medellín o Barranquilla, han hecho un mejor trabajo en términos de planeación urbana y en la innovación para los equipamientos colectivos. Bogotá también empezó este siglo apostándole al espacio público, pero sufrió las consecuencias de administraciones públicas desarticuladas con esa idea. 

“En los últimos años hemos visto unos debates muy grandes sobre cómo deben ser las ciudades”, dice. Mientras Medellín suma décadas de un trabajo constante, liderado por la Empresa de Renovación Urbana, Barranquilla está planteando un modelo de ciudad que se integra con sus componentes ecológicos, como el río, la ciénaga y el mar, teniendo en cuenta su área metropolitana. 

Para Daza, existen ejemplos muy interesantes en las ciudades colombianas de cómo la recuperación y reconfiguración de ciertas zonas para generar espacios públicos generan cambios significativos, con inversiones reducidas: “Se vuelve a crear una conexión y un tejido en una sociedad que es muy fragmentada. Se debe recuperar la capacidad que tiene la arquitectura de transformar y de activar comunidades”. 

Por esa misma razón, uno de los grandes desafíos en la actualidad es contemplar en sus proyectos de vivienda la manera en que estos pueden contribuir a gestar espacios públicos seguros y de calidad. La forma en que los límites de lo privado se integran con escenarios de interacción social. 

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Reflexiones ‘obligadas’ de la pandemia 

Mientras la vivienda solía ser un espacio que se ocupaba para el descanso, al terminar las jornadas laborales, para muchos la cuarentena obligatoria significó una nueva conciencia del lugar que se habita. 

Particularmente en el caso de las familias numerosas, no solo los espacios limitados, sino también aquellos sin mayores divisiones, surgen desafíos que antes, por el tiempo pasado fuera de casa, no se contemplaban.

“Los arquitectos tienen que repensar mucho las condiciones básicas de confort y de habitabilidad que deben tener los individuos. De lo que se trata es de lograr, a través del espacio y del diseño, mejorar las condiciones de vida de las personas. Y no se trata de solo de tamaño, un buen arquitecto con muy poco puede lograr buenas condiciones”, plantea Daza al respecto. 

Algo similar está ocurriendo con el concepto de las oficinas abiertas, que tienden a volverse problemáticas ante el reto de mantener un espacio de bioseguridad entre personas que antes trabajaban a pocos centímetros de distancia. 

También, con el retorno a la vida laboral, se hace evidente que el colapso en los sistemas de transporte conlleva un problema de planeación de fondo: la vivienda en la periferia, por costos, frente a las zonas de trabajo que se ubican en centros densamente poblados. Por eso, otra de las alternativas desde el urbanismo, es poder establecer áreas de uso mixto, que incluyan equipamientos comerciales, educativos o de salud, para evitar desplazamientos multitudinarios. 

Una alternativa que plantea Arias, en esta misma línea, está en incluir, dentro de los proyectos de vivienda, áreas complementarias para que la comunidad pueda contar con otro tipo de espacios para el desarrollo de sus actividades cotidianas, incluyendo zonas que promuevan el estudio o el trabajo remoto, el ejercicio o la recreación: “Así se da un valor adicional a la unidad de vivienda”.  

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Como un complemento a lo anterior, Gomez vislumbra algunas claves para el futuro de la arquitectura y de la ciudad: la recuperación de la conciencia ambiental, sumada a la tecnología y las interacciones que permite en la vida cotidiana, haciendo que el trabajo se vuelva cada vez más remoto sin requerir tantos desplazamientos. “Eso generaría nuevas dinámicas, que den espacio para hacer ciudades más sostenibles”. 

También porque el desafío para los arquitectos, en tiempos de pandemia, atraviesa por replantear no solo los espacios privados sino también los públicos: se hace necesario cohabitar ciertas áreas con suficiente espacio para permitir el distanciamiento social y evitar el contagio. 

“Ese es un reto, lograr elementos que tengan una conexión entre el afuera y el adentro. Generar una vida pública y no solo privada”, reconoce Daza. 

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