Vida Moderna
Así funciona el cerebro de los usuarios de Tinder
Desde su fundación en 2011, la app ha acumulado un impresionante registro de 30 mil millones de conexiones.
Respaldado por una constante de 26 millones de ‘matches’ diarias, es innegable que Tinder es algo más que una simple plataforma para socializar y establecer vínculos. La simplicidad inherente a su mecánica, que permite la exploración rápida de numerosos perfiles en un solo día, ha forjado una dependencia notable en muchos de sus usuarios.
La cuestión de por qué tantas personas encuentran una atracción irresistible en esta aplicación plantea una pregunta intrigante: ¿Qué mecanismos en nuestro cerebro entran en juego al utilizar esta aplicación? La clave para comprender la adicción al deslizamiento podría residir en el análisis de cómo nuestra mente reacciona ante esta experiencia.
La recompensa variable
Al adentrarse en el entorno de Tinder, se inicia el ritual característico del swipe, donde los perfiles se mueven hacia la izquierda en una secuencia hasta que uno captura la atención con su atractivo. Acto seguido, se accede a su perfil, se examina su biografía y se exploran las nueve imágenes que lo acompañan, generando una resonancia interna. Sin previa reflexión, el dedo realiza el movimiento hacia la derecha.
A partir de este instante, sobreviene la etapa de espera, que encierra la incertidumbre propia de un match: momento en el que surgen algunas dudas, como, ¿será el interés mutuo?, ¿se materializará el reciprocar de la valoración con un corazón verde?
Tendencias
En el transcurso de esta serie de acciones, que suele ocupar unos minutos diarios, el organismo experimenta una respuesta química encabezada, una vez más, por la liberación de dopamina, el neurotransmisor que cobra vida a través de recompensas impredecibles.
En este punto, el conocimiento acerca del funcionamiento de Tinder está sólidamente arraigado. Han surgido varios ‘matches’ en el camino, y la embriagadora excitación que precede a la perspectiva de conectar con alguien interesante, de explorar una experiencia sentimental, es ya familiar.
Un análisis llevado a cabo por investigadores en la Universidad de Friburgo en Suiza sugiere que el cerebro experimenta una intensa liberación de dopamina al recibir una recompensa por primera vez en una situación específica. Este proceso constituye el mecanismo a través del cual el cerebro asimila y anticipa premios asociados con futuros eventos, basados en el estímulo inicial.
Esta misma dinámica se manifiesta en la experiencia de una persona con Tinder. El primer e inolvidable match desencadena una notable avalancha de dopamina en su organismo. Este neurotransmisor, reconocido por su liberación en momentos de disfrute, también emerge cuando se prevé la posibilidad de dicha actividad. En otras palabras, es la respuesta a una recompensa que se presenta como impredecible.
La misma sensación que se experimenta antes de degustar una comida favorita o previo a una intensa sesión de ejercicio en el gimnasio, tiene una explicación. Este fenómeno es una respuesta hormonal que anticipa la llegada del placer. La mera expectativa de algo agradable en el horizonte puede generar una sensación de deleite más intensa que la actividad misma.
Una dinámica comparable se presenta en el ámbito de los juegos de azar y los casinos, pero con una distinción clave: los jugadores a menudo carecen de la certeza sobre cuándo se manifestará el premio, lo que engendra una excitación constante en torno a la posibilidad de ganar. Aunque el triunfo es una opción, la incertidumbre acerca del momento y la viabilidad del logro provoca la segregación de estas hormonas que mantienen tanto el cuerpo como la mente en un estado enardecido, semejante a una nube de emociones.
Tinder se asemeja a una especie de juego de azar en el cual el premio está representado por el encuentro de intereses mutuos. La liberación impredecible de la recompensa, que provoca una intensa descarga de dopamina, surge al aguardar la notificación que indica la formación de un “match”.
Sin embargo, también puede no llegar. Si la coincidencia no se materializa, se reinicia el proceso de deslizamiento, marcando el inicio de una nueva partida.
De esta manera, Tinder logra captar la atención a través de la atracción generada por la dopamina, al presentar recompensas químicas inesperadas en forma de deslizamientos, corazones verdes y notificaciones.
La paradoja de la elección
El desafío asociado a la dopamina radica en su efímera influencia. Además, si se acostumbra al cuerpo a recibir descargas constantes de esta sustancia, no solo se eleva el umbral de respuesta, lo que implica la necesidad de experiencias o recompensas más intensas para experimentar la sensación de dopamina, sino que también podrían surtir efectos contraproducentes. Resulta imperativo recordar que irregularidades en la liberación de este neurotransmisor han sido vinculadas a diversas afecciones y dependencias.
Los desarrolladores de aplicaciones de citas y plataformas de redes sociales son conscientes del funcionamiento neurobiológico del cerebro de sus usuarios. Para ello, diseñan entornos digitales con un funcionamiento extremadamente elemental, como el mencionado swipe, sumado a una abrumadora variedad de opciones.
Esta coyuntura encierra lo que se conoce como la paradoja de la elección, un concepto explorado por el psicólogo Barry Schwartz en una obra suya cuyo subtítulo es elocuente: Cuando más es menos. Según esta teoría, la humanidad presenta la tendencia a sentir menor satisfacción con las decisiones tomadas en proporción a la cantidad de alternativas disponibles para la elección.
Este fenómeno se hace evidente en la cotidianidad, como en el contexto del supermercado, donde se observa un constante aumento en la variedad de opciones disponibles, o en el ámbito televisivo, donde plataformas como Netflix abruman a sus usuarios con un catálogo aparentemente interminable, complejo y en constante cambio de contenidos.
¿Cómo afecta esta paradoja de la elección a aplicaciones como Tinder?
Plantea el riesgo de una insatisfacción continua que paradójicamente podría desembocar en adicción, conduciendo al usuario a la búsqueda interminable de una supuesta pareja ideal, que se cree se encontrará en el próximo swipe.
Resulta claro que una parte sustancial de los usuarios de Tinder no persigue una relación en el sentido convencional; el objetivo no es exclusivamente el “amor”. En lugar de ello, buscan encuentros esporádicos, lo que comúnmente se describe como “lo que surja”.
Si la experiencia resulta en una noche memorable seguida de un “si te vi, no me acuerdo” al día siguiente, no hay problema; se considera una vivencia positiva. Del mismo modo, si una cena sale mal, la relativa despreocupación prevalece, ya que hay cientos de personas esperando la oportunidad de coincidir en un match al día siguiente.