TESTIMONIO
“Vivir con cáncer también es vivir”
Alexandra Núñez fue diagnosticada con melanoma a los 21 años. Ella fundó Tour Rosa, una organización costarricense para apoyar mujeres con cáncer, promover la detección temprana y empoderarlas para recibir el tratamiento oportuno.
Yo era una persona normal, con los sueños y aspiraciones típicos de una joven de 21 años. No era de familia adinerada, mi mamá es enfermera y mi papá, mecánico. Quería estudiar una carrera y tener una familia, pero jamás puse en ese panorama de mi vida el cáncer. A esa edad consulté al médico por acné y aproveché la oportunidad para preguntarle por una mancha en la pierna. El me recetó durante dos meses unas cremas, pero al ver que nada pasaba, me hizo una biopsia y gracias a ella supimos que era un melanoma.
La noticia me dejó en estado de shock. Estaba sola porque vivía en un lugar diferente a mi familia y entré en negación. Estuve dos semanas sin contarle a nadie de mi diagnóstico porque no hablar de eso era como si no estuviera pasando.
También tenía un sentimiento de rabia y me preguntaba por qué me estaba pasando esto. El médico me dijo que tenía que hacerme quimioterapia y pensé que si se me iba a caer el pelo, la gente se iba a dar cuenta de que estaba enferma. Por eso le conté a mi familia sobre la enfermedad.
“Esto da susto, pero hay que seguir”
Durante un año estuve en tratamiento de ese cáncer hasta que entre en remisión y retomé mi vida. Pero me debía hacer chequeos permanentes para verificar que la enfermedad no volviera. En el 2011, en una de esas consultas me encontraron un cáncer de pulmón y esta vez pensé que me iba a morir. Me asusté mucho y en realidad lo más duro fue luchar contra ese temor, lograr domar esta mente y decirme: ‘Sí, esto da susto, pero hay que seguir’. Eso fue lo que me ayudó. Todavía muchas cosas me dan miedo pero ya eso no me detiene.
Después me encontraron una metástasis en la columna. Era un tumor muy raro para el cual no había tratamiento. Yo soy muy creyente y le reclamé a Dios que se había olvidado de mí. Pero, pude ver a Dios en cada persona que me ayudó. Yo tuve una red de apoyo increíble. Había gente que oraba por mí a la que no conocía. Estuve dos años sin trabajo por el tratamiento, pero mi mamá se hacía cargo y la gente nos ayudaba con mercado. Eso me conmovió. En esa época también empecé a ayudar a otras mujeres que estaban en tratamiento y en situaciones económicas precarias, como una que no tenía con quién dejar a su hijo para hacerse la quimioterapia.
“No hay nada más que hacer”
Había una posibilidad de estar en un estudio clínico pero no me aceptaron y eso me dio muy duro. Me puse muy triste y me dio una depresión. El cáncer me ha enseñado a no saltarme muchos procesos y por eso celebraba cuando lloraba.
Pero me cuidé de que la tristeza no durara mucho tiempo y busqué ayuda, y eso me ayudó mucho. En ese momento los médicos me dijeron: ‘No hay nada más que hacer’. Sabía que me estaba muriendo y fue entonces cuando decidí vivir diferente. Me aferré a dos sobrinos y a verlos crecer. También me agarré de mis sueños. Eso me ayudó para prepararme a morir.
Durante un año estuve en cama en tratamiento, pero de repente empecé a levantarme más y a retomar las cosas de mi vida. Disfrutaba de esos momentos en que estaba bien y aprendí a vivir con cáncer y tuve un cambio de mentalidad porque con esta enfermedad uno posterga todo y empieza a decir: ‘Si yo me curo, hago tal cosa o cuando me cure, voy allá’.
Yo empecé a hacer de todo. Y tomé la decisión de quitarme el reloj porque el tiempo se convirtió en un enemigo. Decidí sacarle el jugo a la experiencia. No quiero dar el mensaje de que el cáncer es lo mejor que me ha pasado porque no lo es. El cáncer es una mierda, pero sí entendí que vivir con cáncer también es vivir.
“Hay algo en el pulmón”
Estaba luchando contra el cáncer de columna, pero en junio del año pasado los médicos me dijeron que había algo en el pulmón. Fui candidata para una terapia dirigida, un tratamiento innovador que me salvó la vida. Me sentía viviendo un milagro cada día. Empecé a vivir un día a la vez esperando un buen resultado. En enero me dijeron que estaba limpia de cáncer. No me puedo explicar. Lo único que puedo decir es que un día yo tenía una enfermedad que me iba a matar y al otro día no la tenía.
En el 2012, el mismo año que me desahuciaron, empecé con Tour Rosa porque quería hacer algo para ayudar a otras mujeres con mi misma situación. Tenía 27 años y no sabía qué hacer porque como no tenía tratamiento, mi madre quería que pasara esos últimos meses de vida con ella y la familia. Pero quería tanto dejar un legado, que decidí trabajar en eso.
“Somos defensoras de las lágrimas”
Siento que este proyecto me dio mucha vida porque cuando estás enfermo, todo es enfermedad y que tome este batido o este remedio, pero Tour Rosa fue la culminación del proceso y le dio una razón a mi enfermedad.
Cuando llega una nueva paciente tratamos de respetar su proceso. No le decimos ni ‘el cáncer no es nada’ ni ‘pobrecita usted’, que son las dos grandes tendencias. Yo les digo: “Me dio mucho miedo y me parece que tu puedes asustarte también, pero vas a reconocer en el espejo la fortaleza que tienes por dentro”. Ellas dicen que son cero valientes porque muchas se victimizan, pero dejamos que hagan su proceso. Somos defensoras de la lágrimas.
Yo soy la líder del grupo, pero el liderazgo lo llevan ellas. Algunas tienen cáncer de ovario, otras de mama, otras de tiroides. Mi historia no es especial porque la mía es la misma historia de muchas mujeres. Esa valentía que ustedes ven en mi la tienen muchas mujeres, y el único propósito de esto es inspirar a otras mujeres.
“Me costó mucho retomar la vida”
Hay una transición entre estar enfermo y estar sano de la que no hablan los médicos y me costó mucho retomar la vida. Viví mucho tiempo enferma, casi cinco años, y cuando me dijeron que estaba bien, pensaba ‘y ahora qué hago’. A los 31 años soy joven pero me siento envejecida por el tratamiento.
Vivo sola y retomé mis estudios de arquitectura en la universidad. Siento que dejé de diseñar rascacielos para construir mi vida. Cuando uno hace un edificio a veces se demora más en los cimientos que el edificio en sí. Con Tour Rosa siento que empecé a hacer el edificio.
Siento que el miedo está ahí. Me da temor que el cáncer vuelva y de hecho, hay una gran probabilidad, pero trato de no pensar en eso. Pero hay algo diferente.
Antes no le tenía temor a la muerte, sino a que la vida no tuviera valor y a morir sin dejar algo mío en la gente. Hoy podría morirme en este momento tranquila porque sé que Tour Rosa, que es mi legado, seguiría sin mí.