FÍSICA
El tiempo: lo que nadie ve y a todos atraviesa
No existe un reloj en el universo que mida el paso de las horas como tampoco un ahora o un futuro. El físico teórico Carlo Rovelli relata en su nuevo libro que esta variable no es una característica de la realidad, sino una experiencia del cerebro de los seres humanos.
Todos sienten el paso del tiempo, ese inevitable tictac del reloj que rige la vida de los mortales. Parece un gran flujo perpetuo que camina hacia un futuro que nadie conoce y deja como estela un pasado al que nadie regresará jamás. Pero esto es un simple espejismo, de acuerdo con la física. El tiempo no fluye, y la idea de un momento presente absoluto es tan ilusoria como el “punto donde el arcoíris toca el bosque. Pensamos que lo vemos, pero si vamos a mirarlo, no está allí“, dice Carlo Rovelli, un reputado físico teórico italiano.
Este veronés saltó a la fama hace unos años por su libro Siete lecciones sobre física, que se convirtió instantáneamente, con 1,3 millones de copias vendidas, en un best seller mundial. Sus seguidores tienen poco conocimiento de la física y lo leen gracias a que escribe como para su abuela, en términos sencillos y hasta poéticos. Física y poesía, dice, son muy parecidas: cuando la primera abandona las ecuaciones matemáticas no tiene otra opción que apoyarse en las metáforas y los símiles. Rovelli regresa en ese mismo estilo con El orden del tiempo, en el que habla del tema que lo ha ocupado estos años, el gran misterio de todos: cómo el concepto de tiempo en la física contrasta con la percepción que los humanos tienen de él.
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“El tiempo existe, pero para nosotros, a nuestra escala, en nuestro ambiente. No es la característica básica de la realidad”, explica el experto a SEMANA. Cuenta que la semilla de su fascinación por este tema germinó gracias al LSD, un ácido que tomó en varias ocasiones. En los viajes experimentó que “las cosas pasaban en mi mente, pero el reloj no se movía; el flujo del tiempo no sucedía”. Esta distorsión de la realidad lo llevó a pensar que quizás la noción del tiempo era producto de químicos en el cerebro. La única manera de saber si estaba en lo cierto era estudiar el tema.
Los seres humanos tienden a concebir la realidad con la limitada información que les dan sus sentidos. Pero la realidad no es lo que parece. La intuición, por ejemplo, hace pensar que la Tierra es plana cuando es en realidad una canica azul gigante; o que el sol gira a su alrededor, cuando es todo lo contrario: la Tierra y los demás planetas del sistema bailan elegantemente alrededor del astro.
De la misma forma, el tiempo tampoco es lo que parece. Aunque desde la experiencia individual fluye al mismo ritmo para todos, no es uniforme. En la montaña va más rápido que a nivel del mar, un desfase muy sutil que relojes de precisión pueden medir. Esa característica se observa incluso con objetos a centímetros de distancia. “Un reloj en una mesa va más rápido que uno en el piso”, señala Rovelli. Así sucede con otros procesos, como el de envejecimiento, a tal punto que si dos gemelos se separan y uno se va a vivir a la montaña, cuando se encuentren de nuevo, algunos años después, este “habrá vivido más, envejecido más, habrá tenido más tiempo”, dijo a esta revista.
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Esto sucede porque las masas desaceleran el tiempo. Como lo estableció Albert Einstein, un cuerpo masivo como la Tierra modifica el entramado del que está hecho el cosmos (el espacio-tiempo) y lo curva, de la misma manera en que un objeto inmerso en agua desplaza el líquido a su alrededor. Esa modificación también influencia el movimiento de los objetos “obligándolos a caer sobre sí mismos”, apunta. De esta forma, un objeto masivo como el planeta Tierra es más lento mientras más cerca esté de sí mismo, y será más rápido en los sitios más alejados. “Por eso, el individuo a nivel del mar envejece menos”, añade. El tiempo pasa de manera uniforme en el espacio interplanetario donde las cosas flotan, mientras que en la Tierra las cosas tienden a caer hacia donde el tiempo pasa más lentamente.
La percepción de presente, pasado y futuro también muestra que la intuición ofrece una idea errada del tiempo. Para Rovelli, la diferencia entre el pasado y el futuro no aparece en las ecuaciones elementales que gobiernan el mundo físico. Einstein demostró que el tiempo era relativo: transcurre más lento para un objeto que se mueve más rápido. En esas circunstancias, la noción de presente no tiene sentido en el universo. “Solo lo tiene en la vecindad de nosotros, criaturas humanas lentas”, señala.
En el libro, Rovelli pregunta por qué no se puede conocer el futuro así como se observa el pasado. La respuesta es que la experiencia humana del tiempo está ligada a la manera como se comporta el calor. Un cubo de hielo que se introduce en una tasa de café caliente, lo enfría, pero ese proceso no puede revertirse. Una vez disuelto, el cubo desaparece para siempre, y así este proceso es una calle de una sola vía, como lo demuestra la segunda ley de la termodinamia.
Con el concepto humano del tiempo sucede algo similar, pues se vive en una sola dirección. Rovelli también explica esta idea en relación con el concepto de entropía, una medida del orden de las cosas, o como él mismo lo dice, una cantidad que distingue el pasado del futuro. “Todas las diferencias entre el pasado y el futuro pueden ser trazadas por el hecho de que la entropía fue más baja en el pasado y es más alta en el futuro”, explica. Echando mano de las metáforas es como una baraja de naipes: la del futuro es impredecible, desordenada porque alberga muchas posibilidades, mientras que la del pasado es ordenada porque ya sucedió. Pero, advierte el fisico, pasado y futuro no pertenecen a la gramática del universo, sino a la observación superficial que el hombre hace del mundo. “Si observo el estado de las cosas bajo un microscopio, la diferencia entre pasado y futuro se desvanece. En la gramática elemental de las cosas no hay distinción entre causa y efecto”.
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La propuesta del autor es aceptar que el tiempo es una función de la percepción limitada del ser humano. “Lo que llamamos el fluir del tiempo debe ser entendido al estudiar la estructura del cerebro y no la física”, señala. En ese sentido, es más un tema de la neurociencia que de la física. La evolución ha moldeado un cerebro que se alimenta del pasado para predecir el futuro. “Percibimos el tiempo porque estamos sintonizados con una pequeña porción de la realidad que está orientada peculiarmente al tiempo”. El hombre es, en pocas palabras, una criatura hecha de tiempo. Desde la inmensidad del cosmos, la vida humana puede parecer irrelevante, pero para Rovelli esas dos visiones, la de la física fría y la espiritual de los hombres, no riñen.
El trabajo de Rovelli busca descifrar cómo la naturaleza cuántica del universo afecta el espacio-tiempo. Lo hace desde la teoría de la gravedad cuántica de bucles, que dice que el espacio-tiempo es granular, como un cuadro de Georges Seurat. “No es de líneas continuas, sino de pequeños puntos”, dice.
Pero aún no hay un acuerdo. Solo el consenso de que el tiempo físico va más allá de la intuición. El hombre, dice Rovelli, apenas está mirando un esbozo del misterio del tiempo, como un claro en medio del bosque, gracias a los trazos de la memoria que se dan mediante las conexiones entre las neuronas. El tiempo genera las alegrías y las tristezas. Las emociones del amor, el miedo, el deseo y la pasión mueven a la existencia humana y solo cobran sentido por el limitado tiempo que cada cual tiene para vivir. Por ahora, habrá que conformarse con saber que “somos memoria, somos nostalgia, añoramos un futuro que no vendrá. Ese claro que se abre por la memoria y la anticipación es nuestro tiempo: una fuente de angustia en ocasiones, pero al final el más maravilloso regalo de nuestra existencia”.