REDES SOCIALES
Atrapados en el chat grupal
Estos grupos despiertan amores y odios. Muchos creen que se debe a la falta de etiqueta a la hora de usarlos. Expertos revelan cómo comportarse en estos espacios digitales.
Los chats de Facebook, WhatsApp, Instagram y Snapchat se han convertido en una estrategia de comunicación privada por ser más inmediatos que un e-mail y menos comprometedores que una llamada telefónica. Un sondeo de Simmonds Research señala que 9 de cada 10 personas con un teléfono inteligente usa algún tipo de aplicación para estos mensajes instantáneos. Los chats grupales, una posibilidad de comunicarse dentro de esas plataformas, también se han disparado. En 2014, cuando Facebook compró a WhatsApp, un vocero señaló que el programa había facilitado 1.000 millones de conversaciones entre amigos y familiares.
A pesar de todo lo bueno que facilitan –programar citas, conectar amigos y familiares, establecer una comunicación directa entre el jefe y sus trabajadores– en ocasiones muchos sienten por ellos una relación de amor y odio. Fernanda Gómez, por ejemplo, dice que es feliz abriendo grupos en WhatsApp para proyectos de trabajo. “Administro cinco y me parecen eficientes”, dice. Pero otros los consideran intolerables, en gran parte porque son “un campo minado de la etiqueta social”, dice la periodista Elizabeth Holmes, en su columna de The Wall Street Journal. El psicólogo Camilo Mendoza coincide en que “aún no tenemos la urbanidad de Carreño de las redes sociales”.
Y es que nadie sabe a ciencia cierta cómo usarlos. “Las conversaciones rara vez tienen un principio o final y por el contario son un flujo interminable de preguntas o pensamientos al azar”. Hernán Sánchez lo ha constatado en su grupo familiar, en el que algunos primos mandan reflexiones políticas, otros chistes, algunas fotos de la cotidianidad de sus hijos y mascotas, mientras otros se dedican a distribuir videos, espirituales y de autoayuda. El los ignora a todos.
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Antes se hablaba de la netiqueta o etiqueta de la red, un código de conducta que se ha perdido según Sergio Llano, director de la maestría de comunicaciones estratégicas de la Universidad de La Sabana. A pesar de que muchas de estas reglas vienen del sentido común, la gente ya no les pone atención “porque nos hemos vuelto autómatas y así cuesta más ser respetuoso con los demás”, señala.
Ante la ausencia de pedagogía digital muchos cometen atropellos como enviar mensajes a la medianoche o muy temprano. Y si bien los desarrolladores de estos programas han dispuesto cómo silenciarlos, “debería haber una función para que las notificaciones también se puedan ocultar y ese chat no moleste”, dice Llano. Agrega que la gente también debería entender que muchos no quieren estar en estos grupos y dejarlos ir, pero tal como están las cosas se sienten atrapados allí porque los demás pueden ofenderse. “Esa acción viene con el riesgo de que los demás miembros lo consideren grosero”, dice Lizzie Post, del Emily Post Institute, fundado en 1946 para resolver asuntos de protocolo social.
Cuando se trata de cuatro miembros no hay mucho lío, pero “si son más de 30 puede llegar a crear caos porque cada cual tiene la libertad de decir lo que quiera”, dice Llano. Los grupos multitudinarios pueden hasta generar peleas, como las que ha visto Cecilia Ortiz, quien cuenta que en uno de emprendimiento con 200 mujeres “es un circo porque se arman peloteras, se insultan, unas se odian, otras se aman”. Por su tamaño también son difíciles de manejar los de familiares y los de exalumnos del colegio pues no son tan homogéneos como parecen. “Unos eran de 11 A y otros de 11 B y no todos eran amigos. Además la gente cambia”, explica Mendoza. También interfiere el grado de ocupación de sus miembros. “Mientras unos tienen tiempo de enviar videos porque están jubilados otros están trabajando”, acota Sonia Galindo.
“aún no tenemos la urbanidad de Carreño de las redes sociales”
Otro motivo de molestia aparece cuando dos miembros de un chat se dedican a conversar entre ellos. Eso le sucede a Ángela Martínez en uno que comparte con un par de amigos que viven en una ciudad diferente a la suya. A pesar de eso, cuadran por ese canal a qué horas se ven para ir a cine. “Siento que no debería estar en medio de esa conversación”, dice. A Eduardo Quintero le fastidia que lo metan en grupos donde no conoce a la mayoría de los participantes. “Hay 80 teléfonos desconocidos y cuatro identificados. Entonces no sé con quién estoy hablando. Además se ponen bravos entre ellos y termino en medio de peleas ajenas”, relata. Nohora Cristancho considera que decir gracias en grupos grandes es de mala educación porque cada miembro que lo dice “se traduce en decenas de notificaciones innecesarias”.
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Camilo Gutiérrez tiene un chat con sus amigos para anunciar eventos importantes en sus vidas, pero en realidad casi siempre termina enviando fotos de mujeres desnudas, chistes flojos e imágenes subidas de tono que no quisiera que llegaran a ojos de su hija de 4 años, que a veces juega con ese aparato. “Vivo pendiente de borrar todo lo que envían”, dice. Además de la distracción, su queja es que este tipo de mensajes, especialmente los videos, ocupan espacio en los celulares y consumen batería. Piedad López está presa en uno de más de 50 miembros al que la invitó la esposa de un importante funcionario público, quien además es la mamá de un amigo de su hijo. Nunca imaginó que el fin de este sería “mandar promociones y ofertas de los productos que ella vende”, dice López.
Muchos como Piedad sienten que no pueden hacer nada excepto silenciar el chat. Cristancho, madre de dos, agrega que a veces estos espacios se vuelven un foro para crear un clima nocivo contra los profesores, pero no puede salirse porque necesita estar en contacto. María Téllez también está amarrada a un chat grupal relacionado con el trabajo en el que tiene a 80 proveedores. Cada mañana tiene que revisar más de 100 notificaciones, lo que le demanda mucho tiempo. Los periodistas usan mucho estos chats grupales. Según Valeria Gómez, las fuentes hacen grupos con los encargados de cubrir sus áreas para divulgar comunicados de prensa o intervenciones de los ministros, pero sus integrantes lo usan para hacer propaganda de sus medios, chistes, reflexiones de la vida o para divulgar sus creencias religiosas. “La gente confunde los canales”, dice Andrés Raigosa, experto en redes sociales.
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Otros han tomado medidas más drásticas. Adriana Reyes tenía cinco chats y dos de ellos le molestaban: el de su familia política porque compartían salmos y videos de los sobrinos y “como no me interesaba tanto detalle me salí”, recuerda. Cuando la volvieron a incluir ella tuvo que decirles directamente que no quería estar en el grupo. “Sobra decir que se pusieron muy bravos”, afirma. El otro fue el de sus vecinos, el que abandonó luego de que algunos compartieran videos de tardes de piscina.
Una tía de Sandra Martín administra el chat de su familia. “Es la típica señora mayor que se siente estrenando juguete con ese chat y saluda en las mañanas, se despide por las noches, regaña a los sobrinos y está activa todo el día”, dice Martín. Aunque ella logró silenciar el chat, el día en que contó más de 100 mensajes sin leer decidió salirse. “Lo curioso es que muchos de los primos que siguen ahí quieren imitarme, pero les da pena abandonar el grupo. Siguen atrapados en el chat de la tía”.
La etiqueta
Estas son ocho reglas básicas de comportamiento en un chat grupal.
• Póngase en el lugar del otro: no publique algo que sea ofensivo para otros.
• Si quiere hablar con una sola persona del grupo, diríjase a ella en privado.
• Respete el tiempo de los demás: permítales contestar cuando puedan.
• No se involucre en temas religiosos y políticos.
• Sea claro sobre cuál es el propósito del grupo y defiéndalo.
• Conozca la herramienta. Si-lénciela, apague las notificaciones y deshabilite la descarga de videos para que no consuma su memoria.
• Siéntase libre de abandonar el grupo, pero anúncielo de una forma positiva.
• Piense antes de hundir la tecla enviar, para no equivocarse de chat. Revise si el contenido es valioso y cumple el objetivo del grupo.