VIDA MODERNA
Smartphones: una peligrosa adicción
Varios psicólogos advierten que usar teléfonos inteligentes en forma desmedida no solo vuelve adictas a las personas, sino también estúpidas: sin atención sostenida, con poca memoria y baja creatividad.
Lo primero que hacen muchos al despertar es buscar el teléfono inteligente, y en las siguientes 10 horas la mayoría lo chequea cada 7,5 minutos para comunicarse, navegar la web, consultar cualquier duda, entretenerse y, a veces, para trabajar. Según afirmó la firma Edison Research en 2016, en Estados Unidos tres cuartos de la población usa un teléfono inteligente. Y según Pew Research la mayoría de los adultos que tienen un aparato de esos dice no poder vivir sin él. Otro sondeo de la firma Deloitte mostró que los jóvenes entre 18 y 24 años chequean sus teléfonos más de 80 veces al día. En Colombia, Ibope reportó que en 2013 el 33 por ciento de los colombianos se conectaba por sus teléfonos celulares. Tres años después esa cifra aumentó a 85 por ciento. Estos datos han llevado a psicólogos, sociólogos y filósofos a lanzar una señal de alarma porque el uso exagerado de estos aparatos está arruinando el cerebro y creando estúpidos: personas con dificultades de concentración, creatividad e incapaces de pensar profundamente.
Algunos creen que es otra falsa alarma, como sucedió con otras tecnologías como la radio, que arruinaría la atención de los niños; o la televisión que acabaría con la interacción social de las personas. Solo que con los teléfonos inteligentes el asunto sí es serio, dicen los expertos, pues un solo aparato es a la vez televisión, radio, teléfono, reproductor de música, consola de juegos, despertador, brújula, calculadora. Además provee acceso a internet y a redes sociales sobre la marcha. Todas esas funciones compiten por una parcela de atención de los usuarios y, según la evidencia, muchos están teniendo dificultad para resistirse. “Nunca habíamos tenido una tecnología tan entrometida en funciones del cerebro como el pensamiento, la percepción y la atención”, dice el escritor Nicholas Carr, autor de The Shallows.
Cansados de estar a merced de este aparato, algunos han retornado al ‘flecha’. El ganador del premio Óscar Eddie Redmayne anunció el año pasado que había cambiado su iPhone por un modelo anticuado para dejar de examinar sus e-mails y “vivir el momento”. Otros han seguido su ejemplo, lo que explica el resurgimiento del icónico Nokia 3310, cuya principal característica es hacer llamadas y venir equipado con una buena batería y el juego Snake. En 2015 se vendieron 44 millones de estos teléfonos ‘tontos’, y muchos fueron a dar a manos de quienes no quieren vivir conectados a internet. Al investigador en neurociencia Josh Davis no le parece rara esa onda retro, pues la cascada interminable de información en las redes sociales, a la que muchos están adictos, pasa una cuenta de cobro al cerebro. En pocos segundos la gente salta de leer “una dolorosa historia de guerra, a las frustrantes acciones de un político y luego a una foto inadecuada. No es gratuito que se sienta estresada y vacía”, dice.
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El problema es más profundo aún. Se dice que el lapso de atención, definido como la cantidad de minutos sin distraerse que toma a una persona completar una tarea, se ha acortado debido a las tecnologías móviles. Un estudio de 2016 encargado por Microsoft encontró que el periodo de atención máximo actualmente es en promedio de ocho segundos, cuatro menos que en 2000. En otro experimento con 300 estudiantes el psicólogo Larry Rosen, autor del libro iDisorder, encontró que ninguno logró concentrarse más de tres minutos en una actividad y “los principales culpables fueron los computadores y los teléfonos inteligentes”, señala el autor.
Para Carr, esa falta de foco deja a la gente a merced de lo más interesante y novedoso, pero lejos de lo importante. También afecta el pensamiento sostenido, es decir, la capacidad de enfocarse en un solo asunto por largo tiempo, lo cual es esencial para resolver problemas. De esta relación de dependencia también sale afectada la memoria. Antes de guardar una información definitivamente, el cerebro la retiene en su limitada memoria de corto plazo, donde puede mantener no más de siete elementos durante más de dos a tres segundos. Mientras más use y repita la información allí, más pronto terminará almacenada en forma permanente. Pero hay evidencia de que hoy, por culpa de la tecnología, el cerebro forma menos recuerdos de largo plazo.
Carr explica que con la avalancha de información de las redes sociales, las notificaciones, e-mails y los chats “nada se queda en la memoria a corto plazo porque cada minuto hay que hacerle campo a nueva información”. Y eso empobrece la inteligencia y el conocimiento. Un estudio de la Universidad de Columbia mostró que cuando la gente sabe que va a encontrar la respuesta en internet es menos factible que genere un recuerdo sólido de esa información.
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Y es que depender de las aplicaciones para solucionar problemas produce el llamado ‘cerebro perezoso’. Un estudio de la Universidad de Waterloo mostró que los pensadores intuitivos, que se basan en sus instintos y emociones para tomar decisiones, confían más en internet que en su propio cerebro para buscar soluciones. “Miran allí datos que ya saben o que podrían aprender por su cuenta”, dice Gordon Pennycook, autor del trabajo. Además toman la información “sin saber si es la respuesta correcta porque no la analizan de una manera lógica y analítica”. Para el escritor Timothy Egan estas falencias se reflejan en situaciones que parecen aisladas, como la tendencia a creer en noticias falsas. Un ejemplo es que 60 por ciento de quienes apoyaron a Donald Trump creen que el expresidente Barack Obama nació en un país diferente a Estados Unidos. “Esto es un subproducto de lo que la gente toma directamente a su antojo de ese bufet informativo que aparece en sus pantallas”.
La dependencia de ciertas aplicaciones ha generado otra gran pérdida: la habilidad innata para navegar el mundo. El caso más ilustrativo es el de los inuits, indígenas del círculo polar ártico que hasta hace muy poco se orientaban por la dirección de los vientos, las estrellas y las corrientes de agua. Pero olvidaron ese conocimiento ancestral en cuanto adquirieron motos de nieve con GPS. Así, cuando el aparato se quedaba sin batería los indígenas también quedaban a la deriva. En contraste, en 2006, un estudio de University College London encontró que los taxistas que aun manejan en Londres con su instinto tenían un hipocampo más voluminoso porque “imaginar la ruta en la mente y trasladarla a la realidad requiere de mucho trabajo mental”, según Richard Graham, psiquiatra experto en adicción a la tecnología.
En la era del celular inteligente, además, se esfuman las oportunidades de ser creativo. Dejar divagar la mente es una fuente de momentos eureka. Aún más, se ha comprobado que soñar despierto y hasta sentir aburrimiento son necesarios para fomentar el pensamiento divergente. Davis señala que la mente necesita vagabundear cada cierto tiempo para estimular la creatividad y evitar el agotamiento. Lo curioso es que hoy las pausas del trabajo se llenan con una dosis de información digital, con lo cual ese descanso nunca sucede. Algo parecido ocurre con la inteligencia emocional. En su larga trayectoria, Sheryl Turkle, socióloga de MIT, ha visto que la tecnología móvil genera un muro que impide la empatía puesto que muchos prefieren el contacto digital al presencial. “Escribir no es lo mismo que hablar cara a cara”, dice Turkle, pues el lenguaje corporal ofrece al interlocutor pistas sofisticadas de información que no se ven en un e-mail o mensaje de texto, ni siquiera con ayuda de emoticones.
Ninguno de los expertos pretende que la gente abandone el teléfono inteligente, sino que cada cual tome cartas en el asunto. Ofrecen algunos consejos como degradar el modelo del celular por uno menos inteligente, tomar descansos digitales, apagar las notificaciones durante el trabajo, no sacar el celular en reuniones sociales, nunca dormir con él y resistir la necesidad de chequearlo al despertar. Como dice el caricaturista Vladdo, quien también se consiguió un ‘flecha’ para vivir más el presente, “si los celulares fueran de verdad inteligentes no le dejarían hacer a uno tantas estupideces”.