TESTIMONIO
El día a día de los rastreadores del coronavirus en Colombia
Visten de blanco de pies a cabeza, atraviesan montañas o ríos y a veces lloran en silencio por la presión de su crucial trabajo. Así trabajan quienes producen los informes diarios de contagios y luchan por acorralar la pandemia en el país.
Desde que la covid-19 llegó a Colombia Constanza Cuéllar, coordinadora de vigilancia epidemiológica del Magdalena, no ha parado un minuto de trabajar. Si no está en la oficina produciendo informes, se encuentra en visitas de campo o atendiendo llamadas de alcaldes, gobernadores o periodistas que le exigen al instante las nuevas cifras de contagiados y fallecidos en la región. Su jornada arranca a las seis de la mañana y fácilmente puede extenderse hasta la madrugada. Esas horas apenas alcanzan para seguirle la huella a un virus que en cinco meses ha contagiado a más de 7 millones de personas en el mundo y ya bordea los 50.000 en Colombia.
Ella y su equipo rastrean exhaustivamente los posibles contactos que hayan tenido los casos positivos, para evitar que el virus se propague en la región. Hacen su cacería de manera paciente y activa. Todo empieza cuando aparece un caso sospechoso en el sistema de alerta temprana del país. Una vez confirmado, la notificación le llega al epidemiólogo local y el equipo decide si inicia una búsqueda activa en la zona. Los funcionarios deben ir de casa en casa para indagar por los últimos movimientos de la persona infectada. Les preguntan dónde estuvo y con quiénes habló, pero muchas veces no están dispuestos a responder.
Foto: Epidemiólogos del Instituto Nacional de Salud en Amazonas. Hacen trabajo de campo con comunidades indígenas para prevenir, vigilar y controlar la covid-19.
Luego de la visita, los cazadores de virus deben llamar a diario a cada infectado, por 14 días, y registrar los pormenores de su condición de salud. Cuéllar cuenta que en algunos casos el vínculo llega a ser tan estrecho con estas personas que ella termina convirtiéndose en su confidente. “La gente desnuda sus problemas en esas llamadas. Uno escucha casos de personas con doble vida, que tienen dos o tres familias alternas y piden que les hagamos seguimiento, pero en total confidencialidad”.
Su trabajo, como el de cualquier detective, consiste en atar cabos sin ponerse en riesgo ni exponer a sus pacientes. Sin embargo, el nuevo coronavirus los puso a todos bajo la mira. Hoy estos epidemiólogos deben visitar barrios, pueblos y montañas con trajes como de astronauta. “Nos miran como un bicho raro e incluso algunos cierran las puertas apenas nos ven”, reconoce Alexander Torres, coordinador de epidemiología y demografía de Santander. “Pero eso hace parte de nuestro trabajo. Nos prepararon para estas situaciones”, agrega.
En Colombia no hay un cálculo de cuántas personas ejercen hoy esta labor de vigilancia. Diana Walteros, subdirectora de Vigilancia y Análisis del Riesgo en Salud Pública del Instituto Nacional de Salud (INS), asegura que esa entidad tiene al menos un epidemiólogo en cada departamento de frontera, y en campo, aproximadamente 120 más. No obstante, la magnitud de la pandemia ha obligado a muchos trabajadores de la salud a convertirse en rastreadores de un día para otro. Dubán Quintero, líder del proceso de vigilancia en el Cauca, cuenta que en los últimos tres meses ha capacitado por internet a “80 o 90 personas, entre enfermeras y fisioterapeutas”. Ellos realmente llevan la peor parte del trabajo, pues la ausencia de personal formado en los municipios hace que toda la carga caiga en una única persona.
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María, jefe de enfermería en un hospital de primer nivel en Antioquia, vive esta situación. Cuenta que desde que detectaron el primer caso en su municipio, solo ella hace el seguimiento de sospechosos. “Hay tan pocos recursos que no hay nadie que me reemplace –dice–. Soy una persona fuerte, pero a veces rompo en llanto y digo: ‘¡Por Dios! ¿Cómo voy a soportar esto?’”. Para entender la dimensión de este trabajo, la subdirectora de Vigilancia del INS explica que solo en Cartagena, con más de 4.000 contagiados, los expertos “deben seguir a 20.0000 personas y hacer 20.000 llamadas al día. Es realmente apoteósico”.
A esto se suma que la vigilancia de otras enfermedades, como el dengue, el chikunguña o la influenza, no da tregua. Y que deben sortear las dificultades particulares de cada departamento. En Cauca, por ejemplo, el difícil acceso a algunas zonas retrasa el rastreo. Y en Magdalena, la cultura y el clima dificultan que los ciudadanos cumplan con juicio el confinamiento. “¿Cómo pedirles a las familias que se queden dentro de sus casas cuando el calor es insoportable?”, agrega Cuéllar.
La epidemióloga dice que el país solo ve cifras e informes diarios, pero pocos tienen conciencia del arduo trabajo que hay detrás del rastreo de un solo caso. “Hay momentos tan duros que la única opción es meterse al baño, llorar dos minutos y volver a trabajar, porque la comunidad nos necesita”.
Foto: Estos héroes trabajan entre 12 y 18 horas diarias, y dejan a un lado su vida familiar.
Al preguntarle cómo se siente luego de tres meses de epidemia, responde: “En Macondo”. En los seis años que lleva de epidemióloga y 22 de enfermera, nunca había vivido tantas situaciones inverosímiles al tiempo. Tuvo que seguir el caso de 200 personas que fueron al entierro de un fallecido por covid-19, o convencer a una familia de 20 personas que quería entrar a la fuerza a un hospital para evitar que a su pariente fallecido le hicieran la prueba del virus. “Resultó que ocho miembros más estaban contagiados”.
En un principio, cuando el virus llegó a Colombia, rastrear su movimiento era más sencillo. Sin embargo, hoy la mayoría de los investigadores se sienten sobrepasados. Saben que aún no ha llegado lo peor y que en el mes próximo su trabajo será crucial para evitar el colapso del sistema de salud. Mientras tanto, países como Estados Unidos, Corea del Sur y Alemania ya han optado por contratar un nuevo ejército de rastreadores para evitar el repunte de contagios. Si Colombia deberá seguir su mismo ejemplo o no, quedará claro en las próximas semanas.