SALUD
¿Cuáles son las consecuencias de la erupción de un volcán para la salud?
Las consecuencias a corto plazo de una erupción volcánica suelen estar relacionadas con los traumatismos para las personas; a largo plazo, las consecuencias son de consideración.
La erupción del volcán Cumbre Vieja, ubicado en la isla española de La Palma (islas Canarias, suroeste) ha sido noticia desde el domingo hasta la fecha. Ha arrasado 154 hectáreas y destruido 320 edificaciones, según informó este miércoles el sistema de medición geoespacial europeo Copernicus, un incremento notable respecto a las cifras anteriores.
Se trata de la primera erupción del volcán desde 1971, cuyas pérdidas económicas serán de grandes proporciones; hasta el momento, el cálculo va en 400 millones de euros. Las autoridades han advertido que, más allá de lo económico, preocupa en gran medida la situación sanitaria en esa región.
Las erupciones volcánicas ponen en peligro la vida de las personas y, a mediano y largo plazo, conllevan una serie de riesgos para la salud por la ceniza que vuela, los humos tóxicos y las reacciones de la lava con el mar, cuando entra en contacto con el agua, según reseña el portal especializado en salud y bienestar MejorConSalud.
La llegada de la lava al mar se previó inicialmente el lunes, pero los ríos de lava perdieron velocidad. Es un encuentro que se teme, porque puede generar explosiones, olas de agua hirviendo o incluso nubes tóxicas, según la página del Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS).
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La erupción del Cumbre Vieja en esta isla de 85.000 habitantes provocó la evacuación de 6.100 personas, entre ellas 400 turistas.
Hasta el momento, tras la erupción del volcán han tenido lugar algunos temblores y los expertos apuntan a que la actividad de lava puede prolongarse por algunos meses.
Las consecuencias a corto plazo de una erupción volcánica suelen estar relacionadas con los traumatismos para las personas: se pueden caer los techos, colapsar las paredes y ser destruidos los edificios. Además, puede haber accidentes automovilísticos por la neblina que generan la cenizas. Los incendios y los choques eléctricos también son variables a considerar.
Asimismo, hay que tener en cuenta que las erupciones de los volcanes liberan a la atmósfera una serie de sustancias que son tóxicas e irritantes, describe MejorConSalud. En ese sentido, tanto la ceniza volcánica como las partículas que transportan gases generan efectos adversos para la salud de las personas, bien sea mediante la inhalación por vía respiratoria o por el contacto directo dermatológico.
El portal explica que la intoxicación por metales pesados, como es el caso del arsénico, puede conducir a la muerte a pacientes que sufren enfermedades crónicas. Además, la ingesta de alimentos que estén contaminados puede provocar desde malestares gastrointestinales, hasta deshidratación y choque hipovolémico.
Sumado a lo anterior, “cuando los gases y las sustancias tóxicas se precipitan desde el aire en forma de agua, tenemos la conocida lluvia ácida. Este fenómeno irrita la piel al contacto y puede generar conjuntivitis agresivas si los ojos son expuestos”, advierte MejorConSalud.
Frente a las situaciones descritas, es recomendable que las personas eviten salir al exterior en la medida de lo posible, siempre y cuando la edificación sea segura. En lo que refiere a los alimentos, la inocuidad de los mismos no es fácil de mantener; no obstante, las autoridades suelen proveer de alimentos que vienen de otros lugares, cuyo consumo es seguro. Sobre el agua lluvia, su consumo debe ser evitado.
La inhalación de ceniza y sílice es otra variable a considerar tras la erupción de un volcán, pues puede afectar las vías respiratorias en gran medida. La ceniza que es más fina puede afectar de forma directa a las personas que tienen antecedentes de asma o EPOC y provocar, en los casos más severos, una crisis o insuficiencia respiratoria. A largo plazo, la sílice en polvo puede albergarse en los pulmones, provocando una silicosis años más tarde.
En línea con lo anterior, las autoridades recomiendan el uso de tapabocas –también conocidos como mascarillas– durante un largo periodo, sobre todo en los días donde hay mucho viento, pues las partículas se distribuyen con mayor rapidez.