FAMILIA
¿Cuándo es mejor divorciarse?
Muchas parejas permanecen juntas por el bien de los hijos y solo deciden separarse cuando ellos han crecido. Pero un nuevo estudio afirma que resulta menos perjudicial hacerlo cuando son pequeños. ¿Qué hay de cierto?
“No me separo por mis hijos”, suelen decir muchos frente al trance de terminar una relación o un matrimonio disfuncional. Y es normal, pues a las parejas les preocupa principalmente el efecto que su rompimiento pueda tener en los niños. Según los psicólogos, ese dilema tiene que ver con que los hijos son el proyecto de vida más importante. Por eso, prefieren seguir en medio de una relación rota antes que frustrar a sus niños la expectativa de crecer en un hogar completo, en el que mamá y papá están en casa.
A esto se suma que deben sopesar otras decisiones importantes. Entre ellas, la custodia, la manutención y los traslados, que en muchas ocasiones acaban en discusiones interminables. Por lo tanto, los expertos estiman que una de cada cuatro parejas deciden no separarse hasta que sus hijos hayan crecido.
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Hasta hace poco nadie sabía si esto era lo más adecuado. Algunos psicólogos afirman que la separación tiene un impacto negativo en la conducta del niño a corto y largo plazo. Y otros aseguran que vivir en un hogar donde los padres permanecen bajo el mismo techo solo por los hijos puede generar sentimientos de ansiedad, angustia y culpa en los más pequeños.
Pero hay una buena nueva para aquellos que se encuentran en esta disyuntiva. Una investigación de la University College de Londres, publicada la semana pasada, determinó una edad en la que la separación es menos perjudicial para los hijos. Al analizar el caso de 6.000 niños, los expertos llegaron a la conclusión de que el divorcio los afecta más cuando tienen entre 7 y 14 años y es mucho menos perjudicial cuando tienen entre 3 y 7 años.
Los expertos analizaron la salud mental de niños en cinco edades diferentes: 3, 5, 7, 11 y 14 años. Examinaron en cada grupo problemáticas como el bajo estado de ánimo, la ansiedad y el comportamiento. Al compararlos con los datos de pequeños de padres no divorciados, notaron que, a medida que crecían, los problemas de los hijos de divorciados empeoraron. Específicamente, encontraron que los menores cuyos padres habían decidido separarse cuando tenían entre 7 y 14 años presentaron 16 por ciento más probabilidades de sufrir problemas emocionales y de comportamiento.
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Hasta ese punto el resultado era predecible. Pero lo interesante sucedió cuando la psicóloga Emla Fitzsimons, coautora del estudio, comprobó que los niños que tenían entre 3 y 7 años cuando sus padres se separaron no mostraban diferencias con aquellos cuyos padres permanecían juntos. No les afectaba para nada que se divorciaran o no. Estos resultados permitieron concluir que, en definitiva, los padres sí tendrían en sus manos la capacidad de reducir los efectos psicológicos de su divorcio en sus hijos.
La razón, según Fitzsimons, es que entre los 7 y 14 años los muchachos son más sensibles socialmente y tienen la capacidad de detectar más las relaciones negativas. “Por eso, las rupturas familiares también pueden ser perjudiciales en otros campos de la vida como la educación y en sus relaciones afectivas con sus parejas y amigos”, dice.
Entre los niños mayores, los problemas emocionales aumentaron por igual tanto para niños como niñas. Pero las alteraciones de conducta resultaron más evidentes en ellos. Los investigadores también encontraron que, después de la ruptura familiar, los niños de entornos privilegiados tenían las mismas probabilidades de sufrir problemas de salud mental que el resto. Esto se debe, quizás, a que “los adolescentes no están diseñados para ser razonables. Imagínese tener que lidiar con que sus padres no se lleven bien, escuchar una comunicación áspera entre ellos, sintiendo la ira y la posible pérdida de amor”, explica Fitzsimons
Según los expertos, este estudio evaluó por primera vez a gran escala el impacto emocional de una separación en los hijos teniendo en cuenta el momento exacto en el que se produce la ruptura. También demostró en forma contundente que el divorcio no afecta su proyecto de vida.
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“Pero hay que tener en cuenta que no todos reaccionan igual”, dice la psicóloga infantil Carolina Méndez. Mientras que el divorcio puede resultar estresante para algunos, otros se recuperan más pronto. Por eso, no es recomendable generalizar las conclusiones. Méndez considera que el divorcio será conflictivo en cualquier momento. Un estudio realizado en 2002 por la psicóloga Mavis Hetherington, de la Universidad de Virginia, lo confirma. Ella analizó el caso de más de 1.000 hijos de padres divorciados y descubrió que muchos experimentan efectos negativos a corto plazo, sin importar la edad. Pero también observó que este malestar disminuye o desaparece al final del segundo año, y solo una minoría sufre las consecuencias por más tiempo. “El divorcio rompe ciertas dinámicas y en muchos casos ciertos vínculos”, dice Méndez, y por eso la edad de los hijos no tendría relevancia. Para ella, la clave está en la manera en que los adultos manejen la separación y en cómo le expliquen al niño los cambios.
Méndez manifestó que la gente tiende a pensar que porque tienen un año no se dan cuenta, y la verdad es que desde muy pequeños los niños viven alertas a las señales del entorno, leen cambios y emociones en los adultos, y perciben que algo es diferente.
Además, en la práctica nadie decide cuándo se acaba su matrimonio. Por tanto, los psicólogos consideran más importante el cómo que el cuándo en relación con el divorcio.
Méndez aconseja asumir estrategias diferentes para hablar del tema con los hijos según su edad: a los bebés hay que mostrarles seguridad, “si hay cambios, intentar que sus necesidades de afecto y atención no se vean afectadas”. Para los niños de 5 años en adelante, es crucial explicarles los cambios, pero “sobre todo que la ruptura no es responsabilidad de ellos”.
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Los padres pueden atenuar el impacto al negociar los términos del divorcio de manera amigable.
Para el sociólogo Paul R. Amato, de la Universidad Estatal de Pensilvania, no hay que preocuparse demasiado por el impacto del divorcio en los hijos. En su estudio ha comparado a los de padres casados con aquellos que experimentaron el divorcio a diferentes edades. Los siguió en su infancia y adolescencia, evaluando sus logros académicos, problemas emocionales, autoestima y relaciones sociales. Amato encontró que las brechas eran muy pequeñas en estos campos, lo que sugiere que la gran mayoría de los hijos soportan bien el divorcio de sus padres.