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¿Deberíamos trabajar solo 15 horas?
En un nuevo libro, el antropólogo James Suzman revive la idea de que una jornada semanal de apenas dos o tres días es suficiente para vivir bien. Muchos creen que tiene razón.
En 1930, el economista John Maynard Keynes pronosticó que para 2030, las personas trabajarían solo 15 horas a la semana. El célebre economista británico imaginó que la mayoría pasaría buena parte de su tiempo cultivando las artes, pues los avances tecnológicos y el aumento de la productividad traerían más tiempo libre. Sin embargo, a diez años de la fecha, el mundo está lejos de cumplir esa predicción.
Las cifras oficiales muestran que hoy la gente trabaja incluso más que los contemporáneos de Keynes. En el sur y en el este de Asia, lugares donde la tecnología ha alcanzado niveles muy altos, las jornadas laborales tienden a superar las 48 horas semanales. Y en el mejor de los casos, países como Dinamarca, Noruega, Suiza, Alemania, Australia y Países Bajos han logrado reducirlas a un promedio de 28 o 35 horas a la semana. Colombia no es la excepción. En 2017, según datos de la OIT, la nación ocupaba el primer lugar en el ranking de los que más trabajan, por encima de Turquía, México y Sudáfrica.
Con la pandemia todo empeoró. Muchos pensaron que las horas de trabajo iban a desplomarse, pero sucedió lo contrario. Los empleadores se vieron obligados a recortar puestos de trabajo para adaptarse a los bajos niveles de demanda. No obstante, los estudios muestran que aquellos que siguieron laborando aumentaron sus horas de trabajo. Un reciente informe del Harvard Business School y la Universidad de Nueva York mostró que la jornada diaria del teletrabajo es, en promedio, 48,5 minutos más larga porque deben enviar correos electrónicos y asistir a teleconferencias.
Esta nueva realidad llevó a muchos a replantearse sobre el futuro del trabajo y la manera en que las personas gastan su tiempo. Uno de ellos, el antropólogo James Suzman, lanzó el 3 de septiembre su segundo libro Work: A History of How We Spend Our Time, en el que reflexiona sobre cómo el empleo se volvió el centro de la vida humana al moldear valores, determinar el estatus social y controlar el tiempo.
Suzman, reconocido en el mundo por su primera obra, Affluence Without Abundance, da pruebas de cómo desde los inicios de la humanidad nadie necesitó más que 15 horas de trabajo a la semana para procurarse el sustento diario. Pone de ejemplo a los ju/’hoansi, una tribu ubicada al norte de Namibia, casi en la frontera con Angola. Hasta hace 50 años se creía que vivían en extrema pobreza. Pero estudios de científicos como Richard Lee descubrieron que logran alimentarse mejor y vivir más que muchos en el mundo industrializado, y que para hacerlo trabajan menos de dos jornadas a la semana. Con nada más que una buena cultura de recolección y caza, este pueblo prosperó durante los últimos 150.000 años, y por eso Suzman los considera “la sociedad más exitosa en la historia de la humanidad”.
En su nuevo libro, el antropólogo vuelve a ponerlos de ejemplo. Su propósito no es que los seres humanos vuelvan a la época de los cazadores y recolectores, ni de los arcos y las flechas; sin embargo dice que el caso de los ju/’hoansi sirve para reflexionar sobre cómo la sociedad podría reorganizarse y por qué no es tan descabellado el sueño de trabajar menos horas. Explica que, en el caso de los bosquimanos, su éxito se basó en dominar el arte de ganarse la vida donde estaban y no en colonizar nuevas tierras. “Como resultado, también eran completamente igualitarios, y atacaban sin piedad a cualquiera que desarrollara delirios de grandeza. No le veían sentido a acumular riqueza”, dice. Y aquí está el punto clave: el experto asegura que podían darse el lujo de trabajar poco porque “tenían tan pocos deseos que los podían satisfacer fácilmente”. Eso lo lleva a la idea de que los conceptos de escasez y trabajo duro no son parte de la naturaleza humana, sino una mera construcción cultural.
“Si no son parte de la naturaleza humana, ¿entonces dónde se originaron?”, se pregunta. En su obra dice que el punto de quiebre llegó con la adopción de la agricultura hace más de 10.000 años. Con ella vinieron las épocas de hambruna por las estaciones, lo que a su vez llevó a la necesidad de acumular riqueza y al ideal de trabajar más como sinónimo de virtud. No obstante, esto contrasta con el “95 por ciento de la historia humana, donde muchos de los antepasados trabajaron menos y disfrutaron de más tiempo de ocio que hoy”, dice. A la luz de esos hechos, Suzman describe lo absurdo que resulta que en un mundo próspero como nunca antes, las personas hoy estén dispuestas a sacrificar su salud y longevidad por trabajar más horas y acumular más riqueza de la que necesitan.
A Suzman lo acompañan muchos otros que hoy cuestionan la cultura del trabajo y si vale la pena continuar con la agotadora jornada de 48 horas semanales. El empresario mexicano Carlos Slim, por ejemplo, defiende desde hace años que solo habría que trabajar cuatro días. “La mitad de los empleados trabajaría de lunes a miércoles, y la otra mitad de miércoles a sábado. Se tendría un horario completo, servicio 12 horas al día, 6 días a la semana. Y la gente se jubilaría a los 75”, explicó en una entrevista con Bloomberg.
En la pandemia esta idea ha cobrado más fuerza. Gobernantes como la primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, ya han sugerido a las empresas implantar una semana laboral más corta para impulsar la recuperación económica. Y el sindicato más grande de Alemania, IG Metall, lo propuso como un salvavidas que permitiría mantener empleos en la industria en lugar de ser cancelados. Con este sistema, más de 5,6 millones de alemanes se beneficiarían. A ellos se suma el empresario y reciente precandidato a la presidencia de Estados Unidos, Andrew Yang, quien aseguró en una reciente entrevista que esta jornada “ayudaría a salir de esta rueda de hámster en la que estamos, una especie de carrera contra el reloj al servicio de esta gigante máquina de eficiencia del capital. Esta carrera nos está volviendo locos”.
Los datos muestran que trabajar menos sería un gana-gana para todos. Mejoraría la salud mental y la calidad de vida, pero aumentaría la productividad. La prueba es que en 2015, los cinco países más productivos según horas trabajadas de la Ocde fueron Luxemburgo, Noruega, Holanda, Francia y Alemania. Todos tienen algo en común: una jornada laboral más corta que el promedio. Los holandeses, por ejemplo, trabajan solo unas 28,9 horas a la semana, la cifra más baja del mundo, en contraste con países menos productivos como México y Sudáfrica, que trabajan 15 horas más: un promedio de 44,7 y 43,3 horas, respectivamente. Microsoft también lo probó: en agosto de 2019 cerró su filial en Japón todos los viernes, lo que generó un incremento de productividad del 40 por ciento respecto al mismo mes del año anterior.
Pero si ninguno de esos argumentos convence, Suzman dice que hay uno indiscutible. Al ritmo actual, el planeta no resistirá. “El trabajo es una transacción de energía y cada hora deja una huella, por lo que hay razones para argumentar que no es solo conveniente para el alma, sino esencial para garantizar la sostenibilidad de nuestro hábitat”. Con esa premisa, considera que tarde o temprano la humanidad se verá obligada a replantear su cultura laboral, y la actual coyuntura da una esperanza indiscutible: demostró que “cuando se trata de trabajo, somos más adaptables de lo que pensamos”.