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Del campo a las redes: los dos influencers que enamoran a sus seguidores con sus enseñanzas sobre agricultura y ganadería
En tiempos en que los influenciadores hablan de sexo y retos sin sentido, Manuela Ganadera y El Borreguito apostaron por compartir contenidos sobre la vida en el campo. Y son virales. Estas, sus historias.
“Sueño que más jóvenes puedan trabajar la tierra”
Manuela Reyes tiene solo 15 años, pero habla como una adulta sabia. Cuenta que forma parte de la tercera generación de una familia de “santandereanas berracas”, que desde niñas aprendieron a amar el campo.
La herencia se las dejó el abuelo Jesús Parada Moreno, a quien todos en el Cesar llamaban El Taita. Don Jesús se enamoró de Ana Flor, y los dos, siendo muy jóvenes, “se volaron” para construir una familia y fundar una vida en una especie de tierra prometida que les permitiera cultivar arroz y criar ganado.
“Pidieron un préstamo en un banco, empezaron de cero”, relata Manuela en SEMANA.”Y no cuento más porque ‘espoileo’ mi libro”, dice la adolescente, que en 2019, en pleno estallido social, se les midió a las redes sociales para denunciar cómo esa situación afectaba a miles de campesinos: “Muchos de ellos quebraron”, se lamenta.
Ese primer contenido, polémico, gustó y despertó centenares de comentarios. Y entonces Manuela, quien veía con recelo el mundo de las redes, fundó una cuenta que suma hoy cerca de 17.000 seguidores solo en Instagram: Manuela Ganadera.
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Lo del libro llegaría poco después, en 2024. Se llama igual que su popular cuenta en redes sociales. El prólogo lo escribió José Félix Lafaurie, presidente de Fedegán, quien la llama “una adolescente fuera de serie”.
Es que, en tiempos en que otros influenciadores hablan de sexo, retos peligrosos y videojuegos, esta bumanguesa apostó por compartir contenidos con las enseñanzas de su vida en el campo y de la rudeza del sector ganadero.
Manuela suelta cifras: la ganadería, de la que forman parte 600.000 productores, le deja a Colombia cada año unos 7.000 millones de litros de leche y cerca de 800 toneladas de carne. Sin contar con unos 70 subproductos, entre los que se encuentran perfumes, cremas corporales, medicamentos y prendas de vestir.
“Y entonces uno se pregunta por qué es un sector al que estigmatizan tanto. A mí en el colegio me decían ‘paraquita’, porque injustamente a todos nos meten en el mismo saco. Pero este realmente es un sector de gente que trabaja muy duro para llevar carne y leche a la mesa de los colombianos”.
Un sector que ha vivido, además, el dolor de la violencia. “Nosotros perdimos a mi abuelo Jesús, a quien la guerrilla del ELN masacró con una granada, saliendo de su finca, con otros trabajadores en los años ochenta. Mi abuela, viuda y con cuatro hijos, también sufrió atentados. Pero acá seguimos, varias generaciones después, haciendo país”, relata Manuela, que en pocos meses comenzará su carrera universitaria. La opción que más la tienta hasta ahora es la de ciencia política.
Y a pesar de que no ha pisado aún un salón universitario, ya se ha parado en grandes escenarios, frente a pequeños y grandes productores de toda Colombia, para dar cátedra sobre un tema que la apasiona: la ganadería sostenible. Ella la define como “una práctica que trae bienestar ambiental sin perder de vista la productividad”. En esos escenarios habla con vehemencia, pues tiene todo por agradecerle al campo. Ese que la bañó con el calostro de la leche “para tener las piernas fuertes”.
Y el mismo en donde menos del 2 por ciento de quienes lo trabajan son jóvenes. “Entonces, uno de mis sueños es que mi historia se convierta en una motivación para que cada vez seamos más los jóvenes que deseemos trabajar por la tierra”.
“Gracias a mi abuelo me enamoré del campo”
Cuando llegó la pandemia, Carlos Alberto Díaz tenía 13 años y su vida transcurría en un apartamento del municipio de La Vega, en Cundinamarca, ubicado a una hora de Bogotá.
Un espacio pequeño del que pronto la familia migró en medio de los temores de contagio del virus para instalarse en una granja, que el abuelo había heredado a su familia hacía más de tres décadas.
Nada volvió a ser igual desde entonces. Con tanto tiempo libre y lejos de los confinamientos y el uso del tapabocas, Carlos, que hasta entonces sabía poco de los misterios del campo, comenzó a entretener las horas muertas con las pocas semillas que tenían en la granja.
Se ayudó con los conocimientos de su progenitor en veterinaria y también con tutoriales en YouTube para aprender a sembrar zanahorias, plátanos, maíz y hasta lechuga. Y, de paso, criar diez gallinas, que caminaban a sus anchas por el lugar.
Carlos aprendió tan pronto y tan bien que a su hermano Juan se le ocurrió convertir esas aventuras de un adolescente en el campo en videos. Su primer contenido en YouTube explicaba en palabras sencillas cómo construir un huerto orgánico en casa. Y esa fue la semilla El Borreguito, como llaman a este joven de 17 años en las redes sociales, y de La Granja del Borrego, una cuenta que en TikTok es sensación y suma ya unos 21 millones de seguidores, con un objetivo que parece poco sexi en tiempos en que otros influenciadores hablan de videojuegos: enseñar, difundir y preservar las enseñanzas del mundo rural.
Y en ese camino, Carlos ha probado con varios contenidos que se han hecho virales. Un día, El Borreguito habla de “jubilar” a sus gallinas para no estresarlas con la producción de huevos a granel. En otro video enseña cómo preparar un insecticida orgánico con la pepa del aguacate. Y en todos procura siempre mencionar la importancia de la agricultura sostenible.
En medio de esa nueva vida de influencer, el reto mayor consistió en compaginar esa labor con la de su faceta de estudiante. “Se acercaron varias empresas para ayudarnos con publicidad. Y eso permitió contratar ayuda para tener una granja más bonita”, relata Carlos.
Este creador de contenido lanzó La granja del Borrego en la reciente Feria del Libro de Bogotá, una publicación que reúne gran parte de sus experiencias y en la que presenta a las “gallinas empoderadas, a la vaca Rosalía y al cerdo Lolo”, sus grandes amigos en esta nueva vida que abrazó, sin buscarlo, por culpa de la pandemia.
En esas páginas asegura que uno de sus grandes sueños es que los jóvenes se entusiasmen por la vida en el campo tanto como él. “Gran parte de quienes hoy trabajan la tierra tienen 50 o 60 años. ¿Quién va a trabajar la tierra después de ellos?”, se pregunta El Borreguito.
También lo inquietan los golpes que el mundo ya experimenta por el cambio climático y la ausencia de una agricultura sostenible. Y aunque no conoció a su abuelo, tiene claro que lleva esa conciencia ambiental en la sangre. “Mi familia me contó que él no utilizaba químicos en la granja. Hoy le doy las gracias porque nos dejó una tierra donde pude enamorarme del campo para siempre”.