EDUCACIÓN
¿Es mejor nacer rico o inteligente?
Una investigación de la Universidad de Georgetown indagó sobre este tema incómodo. La realidad no es lo que muchos esperarían.
En una sociedad justa, el éxito de una persona estaría directamente relacionado con su talento y esfuerzo. Pero no es así. El Centro de Educación de la Universidad de Georgetown realizó un estudio titulado ‘Born to Win, Schooled to Lose’, y concluyó que las probabilidades de éxito de un niño dependen más de la cuenta bancaria y el estatus social de sus padres, que de su inteligencia.
También encontraron que la brecha incluso crecía en razón de la raza.
Muchos lo explicarían en que los hijos de los ricos acceden a una educación de mejor calidad. Pero los investigadores demostraron que incluso aquellos que sacan malas notas pero tienen dinero, doblan en posibilidades al resto de estudiantes. Para el trabajo siguieron desde 1989 a un grupo de niños estadounidenses desde el jardín, el bachillerato, la universidad y hasta cuando consiguieron su primer trabajo. Encontraron una realidad deprimente: que el sistema educativo no es el gran ecualizador. En efecto, desde el día uno los niños con menos recursos mostraron menos avance y a lo largo de su vida enfrentaron barreras que dificultaron el avance de su posición social.
En concreto, los expertos hallaron que los niños ricos, pero vagos, tuvieron un 71 por ciento de probabilidades de alcanzar sus metas para los 25 años. Mientras tanto los aplicados pero pobres solo tuvieron un 31 por ciento de posibilidades de ascender en la escala social a esa misma edad. También encontraron que la brecha incluso crecía en razón de la raza: los estudiantes negros y latinos pobres inteligentes, evidenciaron menos probabilidades de éxito en Estados Unidos comparados con sus compañeros blancos pobres e inteligentes. En pocas palabras, el sistema educativo y laboral “no es una meritocracia, es más bien una aristocracia disfrazada de meritocracia”, dijo tras publicar el informe Tony Carnavale, director del centro y coautor del estudio.
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Esta desigualdad, dice Carnavale, se explica porque las familias de niños ricos pueden pagar por ayuda adicional, mientras que el resto tiene que limitarse a la educación estatal. Desde pequeños, por ejemplo, los niños privilegiados tienen tutores, van a campamentos de verano y realizan pasantías en empresas prestigiosas con facilidad. Además, cuando flaquean con malas notas o actitudes problemáticas como la drogadicción, es probable que tengan más redes de apoyo. En cambio, si lo mismo le sucede a los menos favorecidos, rara vez encontrarán una mano que los ayude a levantarse. Incluso si son más inteligentes.
¿Qué hacer con un sistema que promueve a los afortunados en lugar de a los más motivados?
El trabajo revela una verdad incómoda: el modelo de la educación pública está fallando. En efecto, no importa cuánto tiempo y voluntad una persona invierta en su educación, pues al final los ingresos y las conexiones pesarán más. ¿Qué hacer con un sistema que promueve a los afortunados en lugar de a los más motivados? Carnavale sugiere a los colegios invertir más en estrategias de acompañamiento para la primera infancia. Aumentar las consejerías en bachillerato, ampliar las oportunidades de exploración laboral antes de la universidad y promover la experiencia laboral.
Mientras esto no cambie, los ricos seguirán en su trono sin esforzarse, y a los más talentosos un solo tropiezo en la vida les seguirá costando demasiado caro.