Salud
El estremecedor testimonio de la esposa de Diego Guauque y la experiencia de ambos con el cáncer: “Sentía que me podía quedar viuda”
Alejandra Rodríguez asumió la tarea de cuidar a su esposo, Diego Guauque, en su camino del cáncer. Su testimonio es el de un amor a prueba de todo, pero también de esa labor invisible de los cuidadores que se olvidan de sí mismos para ayudar a los demás. Ambos recogieron su testimonio en un libro.
SEMANA: ¿Cómo recuerda el día en que Diego recibe el diagnóstico de su cáncer?
Alejandra Rodríguez: Lo difícil no fue el diagnóstico en sí, sino que estaba muy positiva antes de recibirlo. Cuando nos lo dan, nosotros estábamos ‘hospitalizados’ desde hacía 13 días porque a Diego le habían hecho una operación y tres biopsias, pues el tumor estaba muy escondido. Pensaba que se trataba de una hernia o algo benigno. Yo no estaba preparada para una noticia así. Yo era la llamada a ser la cuidadora principal y darle soporte, pero fue Diego quien terminó dándome soporte a mí, yo me tiré en el piso cuando recibí la noticia, fue el viernes 13 de enero de 2023, ese día me derrumbé, me puse a llorar.
SEMANA: ¿Cómo fueron esas conversaciones posteriores?
A.R.: Duras, porque los oncólogos nos dicen que para este tipo de cáncer no existe literatura médica de quimioterapias aprobadas, y el único camino era la cirugía para tratar de sacar la mayor parte del tumor. La cirugía se programó para el 23 de enero, pero no funcionó. Y al cabo de nueve horas en el quirófano nos explican que el tumor estaba muy adherido a todos los órganos. Pensé: “Me quedé sin esposo”. Lo que empezó desde ese momento fue un camino de incertidumbre porque no existía un protocolo para este cáncer. De los dos, siempre he sido la más positiva, y eso a veces nos traía dificultades como pareja, pero al ser así yo era la que muchas veces me entendía con los médicos para no atosigar a Diego con malas noticias. Prefería tragármelas yo.
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SEMANA: ¿Llegó a imaginar la vida sin él?
A.R.: Sí, y es muy doloroso. Fuimos a los bancos a hacer trámites en caso de que Diego ya no estuviera. Hablar de deudas, de cómo se iba a financiar la educación de nuestra hija. Hablar de la muerte, porque sabíamos que el tratamiento podía fallar y las posibilidades de las quimioterapias eran muy bajas y enfrentar una nueva cirugía podía comprometer su vida. Recuerdo una de las conversaciones que tuvimos, al cabo de los cuatro ciclos de quimioterapias, con la esperanza de que el tumor se hubiera hecho más pequeño porque cabía la posibilidad de que el tumor incluso creciera o hubiera hecho metástasis. ¿Y si las quimio no han funcionado, qué? Pregunté. El médico nos miró con una cara con la que yo me derrumbé de nuevo. Era difícil mantener la esperanza, fue una dosis de realidad horrible, cada vez sentía con más fuerza que me podía quedar viuda.
SEMANA: Antes de eso, ¿cómo había sido su experiencia con la enfermedad?
A.R.: Poco antes de todo esto, mi papá había muerto de un infarto, después de 12 días en UCI. Fue el 20 de diciembre de 2020, en plena pandemia, cuando los entierros eran solo con el círculo más cercano. Fue mi primer golpe con la muerte de alguien cercano. En marzo de 2021, nuestro perro, Marrón, que ha sido nuestro amor, estuvo 12 años en nuestras vidas, se enferma con un cáncer en el abdomen, en el mismo lugar del de Diego. El veterinario nos dice que no hay mucho qué hacer. Y otro nos explica que Marrón estaba absorbiendo algo de nosotros. Esa es una creencia que luego entendí. Verlo partir fue muy doloroso para todos. Un año después estábamos enfrentando el diagnóstico de Diego.
SEMANA: El cáncer tiene distintos momentos en la vida de los pacientes. Uno de ellos es cuando, ante la creciente caída de cabello, no hay más remedio que raparse. ¿Cómo lo vivió usted?
A.R.: Fue un momento en el que sientes que estás perdiendo la batalla. Yo le pedía a Dios que ojalá a Diego no se le cayera el pelo para que no se desmotivara más, pero él bajó muchísimo de peso y a los 12 días de la primera quimio, le empezaron a aparecer parches en la cabeza. Él nos preguntaba a Gabriela y a mí si sentíamos que se le estaba cayendo el cabello. Las dos nos mirábamos. Sabíamos que sí, pero le decíamos lo contrario. Un día él decide ir solo a la peluquería. Y cuando me mandó la foto y lo vi calvo, me ataqué a llorar. Fue muy cruel.
SEMANA: Alejandra, hagamos un paréntesis. Cuéntenos cómo nace esa historia de amor entre ustedes dos...
A.R.: Nos conocimos en 2011, cuando entré a formar parte del equipo de Séptimo día y los dos compartíamos oficina. Ambos estábamos en dos relaciones distintas. Cada uno estaba casado. Pero había mucha atracción. Yo me separé, luego él. Y empezamos una relación. Él peleó por la custodia de Gabriela y después nos casamos y formamos una familia. Gabriela llegó a mi vida cuando ella tenía unos 9 años. La siento como hija y ella me siente como su mamá de crianza. Los tres hemos sido desde entonces un gran equipo. Vivimos ‘en pecado’ varios años, pero después nos casamos, en diciembre de 2018.
SEMANA: Uno pensaría que la vida la pone en el camino de Diego para enfrentar con él este proceso...
A.R.: Lo hemos hablado, de hecho. Pensamos en que Dios actúa de manera maravillosa. Nos empujó a estar en una relación, vivir con Gaby. Pienso que Dios nos puso esta prueba en un momento muy bonito de nuestra relación, en el que nuestro matrimonio pasaba por un momento muy tranquilo. No me imagino asumir este papel de cuidadora, que es tan berraco, con una pareja con la que se está en crisis. Dios actúa de maneras extrañas para ponernos a prueba y fortalecer nuestra relación. Él dice que sin mí no hubiera podido salir adelante. Pero yo digo que si no hubiera tenido a un hombre tan fuerte y con esa actitud, todo este proceso habría sido imposible.
SEMANA: ¿De qué manera el cáncer puso a prueba su matrimonio?
A.R.: De mil maneras. Un enfermo puede colmarte la paciencia, con todo y que Diego fue un enfermo juicioso que siempre trató de tener la mejor actitud. Había días en los que me decía que tenía ocho dolores al tiempo. O tenía hambre, pero no podía comer. O una comida deliciosa le daba náuseas. O simplemente estás mamado de tener cáncer. No todos los días son iguales. Había días en los que deseaba tocarlo y consentirlo, pero él estaba irritado. Entonces, como cuidador, debes armarte de toda la paciencia del mundo, en medio de tu vida laboral y otros deberes, porque sabes que no es momento de exigir y pelear por bobadas.
SEMANA: ¿Llegó a cuestionarse su rol como cuidadora?
A.R.: Sí, y es normal que eso pase. Uno se pregunta en qué momento se echó tanta carga encima y hasta peleas con Dios en ciertos momentos por más fe que tengas. Además, porque todos te quieren dar consejos, remedios, te preguntan por qué no has llevado al paciente ante tal especialista. Pero uno entiende que parte de la labor del cuidador es tener la cabeza fría para tomar decisiones.
SEMANA: Se dice que cuando el enfermo se recupera, el cuidador es quien termina mal de salud...
A.R.: Es cierto. Con el paso del tiempo, los dolores físicos aparecen. En mi caso, tengo una afectación del hombro derecho y es porque, me explicó el médico, me la pasé todo un año, literalmente, cargando el peso de un paciente. Diego es un hombre de 1,89 metros de estatura, armando y desarmando camas, cargando maletas en las hospitalizaciones largas. Bañando a mi esposo. Y a nivel emocional, estoy en este momento en psiquiatría por unos cuadros de ansiedad muy grandes. Pero me explicaron que era lógico que quedara estrés postraumático después de todo lo que pasó.
SEMANA: ¿Teme que el cáncer vuelva a aparecer en sus vidas?
A.R.: Es un fantasma que te persigue: la idea de que el cáncer regrese. El poder de la mente es una cosa muy grande. Cuando a Diego le dijeron que ya no tenía cáncer me entró un miedo horrible de que la enfermedad regresara. Nos íbamos de viaje y yo hacía un mapa de las clínicas cercanas por si él tenía una recaída. Me estaba volviendo loca con eso. No me estaba disfrutando el milagro. Y eso tiene consecuencias, un desbalance hormonal, de comidas, de falta de sueño. Uno se vuelve como una extensión de la persona a quien cuidas. Pierdes el nombre, te vuelves invisible. Pasas de tener un nombre a ser solo la esposa de alguien.
SEMANA: En medio de esta historia está Gabriela. ¿Cómo vivió ella también la experiencia?
A.R.: Ella fue más mi soporte que yo el de ella. Yo era como un fantasma, estuve en modo avión en muchas cosas. Pero ella no me dejó derrumbar porque es muy positiva y muy madura para la edad que tiene. Eso se lo agradezco mucho.