Pandemia
El médico que con paciencia y fe en la medicina logró tener la UCI con menos mortalidad por covid-19
Ronald Medina, experto en cuidado intensivo y medicina crítica, cuenta cómo él y su equipo lucharon por sus pacientes hasta el final y así lograron una mortalidad menor por covid en el pico de junio, el más duro que ha vivido el país en la pandemia.
Cuando empezó, los médicos en Colombia sabíamos manejar a pacientes críticos de pulmones, pero no esto, no sabíamos cómo manejar a los pacientes de covid. Tratamos de emular lo que hacíamos con esos pacientes de pulmones, pero los resultados no fueron buenos.
Uno de los problemas graves al comienzo no era el incremento de pacientes, sino el miedo y por la falta de conocimiento. Los colegas de España nos mandaban cosas terribles, enfermeras que morían, camiones con ataúdes. Antes de que la covid llegara a Colombia tuvimos pérdidas por miedo, renuncias masivas de enfermeros, de médicos, especialmente de los más experimentados, porque la covid les daba más duro a los más viejos, que eran los que más experiencia tenían. Así se nos desestructuraron los hospitales antes de los picos, cuando más los necesitábamos, sin modo de culparlos porque sus argumentos eran sólidos. El miedo fue tan avasallante como la covid. Los jefes de unidad debíamos manejar un grupo sólido que se mantuviera a pesar del miedo.
La covid llegó a Colombia por el sur, por Leticia y el Amazonas, en marzo. Yo fui a Leticia. Pero nos superó la situación y tuvimos que mandar pacientes a Bogotá. Vimos incremento de pacientes y superación de la capacidad hospitalaria, así como aumento de la mortalidad. Desde entonces he estado vinculado a la pandemia.
No teníamos fármaco que ayudara. Se habló de varios medicamentos que se probaron inicialmente, pero que demostraron ser deletéreos. Nos la pasábamos probando fármacos, pero 30 días después decían: ‘no los pongan más’. Y todavía no hay, si les soy sincero. Vimos mortalidad desastrosa en Ecuador, gente muriendo en la calle. Al mismo tiempo hubo una agresión al personal de salud que llegó con más renuncias de los médicos que preguntaba dónde estaba el agradecimiento de la gente. Los medios se concentraron en las UCI, pero se atendían pacientes en urgencias, en salas de cuidado respiratorio y cuidado intermedio. Las UCI estaban llenas de personal que no sabía de UCI y la mortalidad fue terrible. El factor que impactó más fue el médico sin experiencia.
Lo más leído
Los jefes de cuidado intensivos teníamos incertidumbres, pero no se las podíamos contar a nadie porque ya estaban todos dudosos y si mostrábamos ese miedo, hasta ahí llegaban las UCI. Eso fue parte del trabajo inicial para mantener el grupo armado, y eso fue lo más duro. Decirles que, a pesar de todo el riesgo, debíamos seguir. Mantenerlos animados fue lo más difícil. Porque se les morían los colegas, y así muchos renunciaban. Otra calamidad fue que los turnos se volvieron de 3 y 4 días, y no de 12 horas. La covid era un virus nuevo en el mundo.
Pero con el tiempo y la investigación fuimos entendiendo más del proceso. Los pacientes llegaban infectados, pero después de un tiempo el virus se iba. Aun así, el daño ya estaba hecho. Haga de cuenta que la covid era un caballo en un establo alumbrado por veladoras. Entraba desbocado y tumbaba las velas, seguía y luego desaparecía por otra puerta del establo. Pero en su paso provocó el gran incendio. Así es la covid en los pacientes: el virus entra, despliega una cantidad de procesos inflamatorios que no se pueden controlar y desaparece, pero deja una maquinaria de proinflamación incontrolable a nivel de todos los órganos, que lleva a sucumbir a los pacientes.
Unos pacientes morían mientras otros eran asintomáticos y nunca supieron que se enfermaron. ¿Por qué? En realidad, la gente se moría no por el virus, sino por la respuesta que el organismo montaba ante su presencia. Yo lo explico así: es como si a la sala de su casa entra una pulga y yo tengo dos opciones, o le mando una granada encendida o le doy un zapatazo. Con la primera opción es muy probable que mate a la pulga, pero también que acabe con todo. Si le mando el zapatazo, hago algo de ruido, pero la vida mía sigue. Cuando yo me enfrento a un virus bacteria o parásito, envío una de esas dos respuestas: ya sea el zapatazo o la granada. Eso lo determina mi condición genética. Si tengo la fortuna de enviar la granada cuando se requiere, todo está bien; pero si envío la granada cuando tengo un pulga, pues acabo con la pulga, pero también me muero.
Eso sucede con la covid. Es una gran respuesta inflamatoria para matar el virus, pero mueren el virus y el paciente. Los que sobreviven son los que tienen sistema inmune modulado, es decir, que agreden al virus de manera modulada sin montar un gran incendio. Cuando ya sucede la respuesta de la granada nosotros no podíamos hacer nada. Hiciéramos lo que hiciéramos esos pacientes no iban a sobrevivir. En las UCI los nutrimos, los intubamos, los cuidamos. Eso, en otras palabras, era comprar tiempo, mantenerlos vivos lo más posible para que el desastre de la respuesta inflamatoria pasara y el paciente se reparara solo.
En el primer pico aprendimos a no soltar ningún paciente. Esta enfermedad es tan nueva que utilizamos los índices de severidad de enfermedades del pulmón para analizar la enfermedad. Aunque no era la adecuada, no teníamos cómo más medir el pronóstico de la enfermedad. Aprendimos entonces a no escatimar esfuerzos, a no tirar la toalla tan pronto, a no decir ‘no hay más que hacer, apague y vamos’. Esos paradigmas los quitamos. Y decidimos soltarlos solo hasta cuando se morían de verdad.
Eso hicimos con don Jairo, un paciente que llegó como muchos otros en el pico de las marchas.
En esa época, abril de 2021, el personal de salud, primer expuesto a la vacuna, tuvo un cambio enorme. No volvimos a tener muertes de médicos o enfermeros por covid, lo cual fue esperanzador. La vacuna volvió a dar números alentadores. La vacuna nos ayudó a seguir dando la pelea. También el ejercicio de la medicina fue cambiando y la ciencia se encargó de generar documentos para tratar de entender la covid. No lo hemos logrado aún. Todavía no tenemos un fármaco anticovid. Hemos aprendido a tratar a los pacientes, a no bajar la guardia a no soltarlos, a no desesperarnos, pero tener una estrategia farmacológica clara que quite la covid todavía no existe. El virus de don Jairo no supimos cuándo se fue porque no importaba para el tratamiento. Su cuerpo solito se restableció de la situación porque nunca le dimos un antiviral, porque no existe.
El primer pico fue el del Día de la Madre de 2020, luego la Navidad de 2020 cuando se dispararon mucho los casos. El tercero fue el de las marchas. Todos fueron provocados por el comportamiento de la gente. La vacuna hizo que el cuarto pico fuera más aplanadito. Esa dosis extra es para tener más tranquilidad, pero la vacuna marcó punto de inflexión de la pandemia en Colombia. La vacuna nos cambió el ánimo a todos.
Don Jairo ha sido uno de los casos más complejos. Con las vacunas, esta enfermedad ya había dejado de ser de gordos e hipertensos para volverse de jóvenes. él no era el más viejo ni diabético. Tenía 56 años y una buena salud. Él fue uno de los que sobrevivió. En nuestra unidad sobrevivieron muchos. Nuestra institución tuvo una mortalidad baja. La nuestra era del 19 % mientras otras eran del 50 %. Y él fue uno de esos pacientes que lo recordaremos toda la vida porque fue un paciente con enfermedad severísima, con compromiso de muchos órganos, con unos puntajes de severidad que arrojaban que él no iba a sobrevivir. La severidad del compromiso de los pulmones, el corazón comprometido y el riñón a su vez, todo llevaba a decir que si hacía paro, don Jairo no tenía probabilidad de vivir. Se iba a morir. Las probabilidades de muerte predominaban.
El abuelo de 80 años con las arterias ocluidas y el riñón enfermo desde hace tiempo o con cáncer, sabíamos que los íbamos a perder o que tenían pronóstico muy malo. Pero estos como don Jairo eran pacientes que los vimos llegar como cansados, con dolor de cabeza y entre el día en 24-48 horas estaban muertos. Así de rápida iba la enfermedad en ellos. El 80 % de los que se infectan por covid no lo saben, son asintomáticos; el 20 que queda, 10 % tiene enfermedad moderada que requiere hospitalización, pero que pronto se van a la casa y 5 % tienen enfermedad severa como don Jairo. De esos, entre 50 y 60 % logran sobrevivir y el resto fallece. Él era de estos últimos.
Los pulmones de don Jairo evolucionaron de manera agresiva y se comprometieron sus riñones y luego paró su corazón. Nosotros lo revivimos. En juntas médicas me dijeron: ese paciente no es para reanimar. Me preguntaban: ¿por qué lo reanimó? Y yo les decía: ‘¿y por qué no? Los protocolos establecían no reanimación a cierto tipo de pacientes, pero estábamos extrapolando el protocolo de otras enfermedades. Para esta enfermedad no hubo tiempo de establecer un protocolo. Hubo triaje ético y tocó usarlo. Escogíamos a quién le dábamos un ventilador. Pero en mi unidad nos propusimos a no tirar la toalla, y así funcionábamos. No apagamos equipos. Sí perdí pacientes, pero les trabajamos mucho. Eran pacientes de 3 % de probabilidades de sobrevivir, y aunque el protocolo decía que tocaba apagar el equipo para que falleciera, aquí nosotros aprendimos que así tuviera 3 % de supervivencia no apagábamos el equipo. Seguíamos adelante.
Por esa terquedad pacientes como don Jairo volvieron a la casa. El día en que reanimaron a don Jairo después de su paro, murieron en Colombia 640 pacientes. Él pudo haber sido el 641, pero salió de un punto donde pocas personas salen. Si uno mira los números, solo el 0,02 % sale adelante. Después de eso lo extubamos porque venía mejor, el cuerpo fue cediendo y fue creando nuevos tejidos que reemplazaron a los viejos que murieron en medio de la infección o neumonía por covid. El paciente salió a una habitación y luego a la casa.
Don Jairo salió de la UCI muy débil, muy frágil, vulnerable, pero ese precio fue el que pagó por vivir. De la UCI, a diferencia de lo que pasa en las películas, no salen sonrientes y rosados, sino avasallados, agotados y para rehabilitarse. Esa es la realidad. Los músculos se acaban porque no se movilizan, pero también porque la inflamación los afecta. El cuerpo tiene que echar mano de muchos de los músculos para darles soporte a los otros órganos y en eso ellos se sacrifican. Pierden mucho peso, se envejecen brutalmente. No es solo ir a la UCI y sobrevivir. Ir a la UCI representa un reto, una prueba de esfuerzo a todo el sistema, una pérdida de vida saludable impresionante. Después de eso hay un proceso largo para recuperarse.
Me quedé con el corazón en la mano literalmente, con unos pacientes y don Jairo es uno de ellos. Es de esos pequeños triunfos de la vida. Para nosotros sacar a un paciente como don Jairo es como haberse ganado un mundial de fútbol de la medicina. No vivimos de premios ni reconocimientos. Todo eso desvirtúa la función de la medicina, pero para nosotros sí es de valor que un paciente como don Jairo y otros salgan adelante. Es satisfactorio porque los ánimos del grupo caen y ver salir por la puerta a un enfermo que venía muriendo restablece la fe en la medicina. Si pudimos sacar a Liliana, a Hugo, a don Jairo, a Demetrio a Janet, ¿por qué no a otro? Todos ellos que precedieron a don Jairo en gravedad y en tiempo hicieron que de alguna manera no perdiéramos la fe. Nos hizo ver que bajar la guardia no era opción. Entonces ellos, que no se conocen, tienen una línea de vida que así no lo sepan está conectada. Por ellos esos futuros pacientes van a tener un personal de salud con más fe y más ganas de luchar y fortalecidos de que se pueden sacar pacientes graves adelante.
Con algunos de ellos estaré siempre conectado porque así suene arrogante, un pedacito de la vida de ellos estuvo en manos nuestras. Y su vida dependió de nosotros y nosotros respondimos a la vida de ellos con lo que creemos que fue lo mejor. En sus casos, los resultados fueron buenos. Nadie imagina la fragilidad, la dependencia de un paciente en cuidado intensivo: no se puede comunicar, no puede respirar por sí mismo, no pueden reclamar por ellos, necesita de personas que lo sufran, para que decidan por él. Son tan vulnerables como un niño recién nacido expuesto al frío.
Se requiere personal que le duela el enfermo para que al dolerle el enfermo sienta que cada pérdida tiene impacto en personal de salud, que le hicimos de todo y cuando lo pierde y reflexione sepa que lo hizo todo y se sienta tranquilo. Se requiere mucho esfuerzo, mucha conciencia, mucha cantidad de horas pensar en el enfermo para decir ‘falleció y duermo en paz’.
Don Jairo sigue con oxígeno en casa, todavía no ha recuperado su masa muscular, tiene mucho por recorrer. Hoy estamos apalancados en la vacuna. Ya le veíamos el fin a la pandemia, pero con la variante ómicron y delta estamos ante una incertidumbre. Una cosa puedo decir claramente y es que el personal de salud demostró que la vacunación es efectiva porque nunca más volvimos a tener situaciones de fallecidos en nuestro personal. La vacuna es lo único que nos queda tangible, todas las estrategias no tuvieron reales beneficios, ni todas las drogas que se mencionaron. No es una vacuna perfecta, pero es lo que hay. La moringa, el monóxido de cloro no ayudan. Lo único que tiene impacto es la vacuna.