PSICOLOGÍA
No todo es talento
Una psicóloga señala que el mejor predictor del éxito no es la inteligencia, sino la perseverancia y la pasión que se le ponga a ese objetivo.
Cuando le preguntan por el factor primordial de su triunfo como actor y músico, Will Smith contesta que no es ni el talento ni la inteligencia sino la determinación de trabajar con más ahínco que cualquiera y no darse por vencido. El escritor John Irving, autor de The Cider House Rules y The World According to Garp, sufría de dislexia en el colegio y era un estudiante mediocre en literatura que en el examen SAT, el equivalente al Icfes, alcanzó solo 475 de 800 puntos posibles. Irving explica que más que por su aptitud para las letras, ha tenido éxito por su disciplina de trabajar lentamente y revisar una y otra vez sus borradores para perfeccionarlos.
Estos dos personajes tan disímiles tienen algo en común, además de haber llegado a la cima de la popularidad. Según Angela Duckworth, una psicóloga de la Universidad de Pensilvania, a Smith e Irving los une el temple para seguir una meta a pesar de los tropiezos que se encuentran en el camino.
Según esta experta, el temple, que ella define como una mezcla de pasión y perseverancia, es el factor que predice el éxito con mayor exactitud, incluso más que el coeficiente intelectual. Ese es el argumento de Grit, The Power of Passion and Perseverance, el libro que Duckworth acaba de publicar en Estados Unidos. “Esta medida le gana al coeficiente intelectual, y a las pruebas de conocimiento en la predicción de quienes van a tener éxito en ciertas situaciones”, dice.
La autora se interesó por este tema cuando era profesora de matemáticas de séptimo grado y observó que los niños más inteligentes y dotados no siempre tenían mejores notas, al tiempo que aquellos que parecían tener más dificultades terminaban de primeros porque le dedicaban más tiempo y esfuerzo a aprender. Para responder mejor las razones de ese fenómeno, Duckworth se matriculó en la Facultad de Psicología e investigó muchos escenarios para comprobar su tesis.
Uno de esos sitios fue West Point, la academia donde se entrenan los militares en Estados Unidos. A pesar de que apenas 1.200 hombres y mujeres entran a este plantel cada año, 20 por ciento renuncia antes de graduarse. Para su sorpresa, los que lo hacían habían mostrado potencial en liderazgo, altas credenciales académicas y mejor forma física. Al diseñar una prueba para medir su coraje, encontró que los que lograban graduarse estaban hechos de un material más fuerte que solo inteligencia y aptitud física. “Eran personas con metas a largo plazo y trabajaban constantemente para lograrlas”, señala. Tenían arrojo, constancia, coraje, en una sola palabra, tenían temple.
En 2007, Duckworth plasmó su investigación en un ensayo académico que ha sido citado más de 1.000 veces y realizó una charla TED que tiene ya más de 8 millones de vistas. Cientos de colegios han aplicado su prueba y ahora con su libro la experta busca popularizar el concepto fuera de las aulas. “La gente con temple no es estoica, sino que sufre al conseguir sus metas”, explica. Para ella tener temple es levantarse todo los días con las mismas preguntas y retos en los que trabajó ayer, y hacer lo mismo mañana, y el día siguiente y así durante años. También implica nunca estar conforme con ese progreso, sino estar dispuesto a poner un poco más de esfuerzo para mejorar y, sobre todo, “nunca perder interés en ese tema”.
Para Duckworth el temple es el término opuesto de renunciar y un sinónimo de perseverar con pasión a largo plazo. Como lo dice en su libro “es tener una actitud de ‘no me doy por vencido’ o una pose de pelear hasta el final frente a los retos”. En una entrevista al diario The Washington Post, lo definió de manera sucinta como ‘aguante’ pues considera que en el corazón de la palabra está el concepto de adherirse a un reto, y no soltarlo a pesar de las piedras que surjan en el camino.
No todo el mundo tiene esta virtud. Algunas personas son exitosas con el viento a su favor pero se desbaratan en la adversidad. Por eso es importante ponerse de pie y seguir después del fracaso, como sucedió con un personaje que ella entrevistó para el libro: sus escritos al comienzo eran burdos y melodramáticos pero fue afilando su pluma hasta ganar una beca Guggenheim, una de las más apetecidas del mundo. O como el caso de Bob Mankoff, el editor de caricaturas de la revista New Yorker, quien sometió a consideración de sus futuros jefes 2.000 dibujos antes de que accedieran a publicarle uno.
Esta gente templada suele enfrentarse a momentos aburridos y a frustraciones y a pesar de esto “nunca soñarían en darse por vencidos porque su pasión es duradera”. En resumen, los que logran el éxito, no importa en qué disciplina, tienen una determinación de hierro que funciona en dos vías: por un lado son trabajadores y resilientes, es decir, flexibles y con capacidad de adaptarse a las circunstancias, y por otro lado, tienen muy claro lo que quieren lograr.
Su teoría ha sido objeto de críticas. Algunos lo han visto como un viejo concepto disfrazado en una nueva palabra. En algunas de las reseñas del libro mencionan que en el fondo lo que ella quiere decir con temple es muy similar a la noción de que se requieren 10.000 horas de práctica para el éxito, que Malcom Gladwell plasmó en su libro Outliers. Pero una de las críticas más fuertes es que tener temple suele confundirse con ser disciplinado, uno de los cinco rasgos básicos de la personalidad descritos en la psicología. Aunque ella acepta la crítica, piensa que la disciplina encierra otros conceptos diferentes al temple como el orden, la puntualidad y la confiabilidad. El temple sería una faceta más de la disciplina y la que mejor predice el éxito en los logros exigentes y significativos.
El problema es que la sociedad ha estado enfocada en los conceptos de talento y el coeficiente intelectual y ha pasado por alto el del temple. Pero en sus experimentos ha visto que “el hecho de que un individuo sea talentoso para las matemáticas no hace que logre ser el mejor en esa materia”. También ha habido más interés en la parte de perseverar del coraje y no en la pasión, pero es la mezcla de ambas la clave del éxito.
El problema es reconocer cuál es la pasión. En los niños es fácil hacerlo cuando se les deja escoger con libertad sus áreas de interés. En dichas circunstancias el adulto debe apoyarlos para que exploren esos intereses. Otro reto es no volverse testarudo ante una situación que no está dando frutos, pues no se trata de seguir apostándole a un negocio quebrado o querer ser el mejor jugador de básquet si no se tiene la talla mínima.
El ejemplo de Duckworth es el de Polaroid, una empresa exitosa que tercamente siguió invirtiendo en cámaras de fotos instantáneas cuando el mundo viraba hacia la fotografía digital. “El temple es muy bueno si se aplica a las metas correctas pero en algunas situaciones la pasión ciega puede llevar a malos resultados”, dice. Por lo tanto aconseja que si a pesar de todo el esfuerzo no hay progreso, hay que darse por vencido. Sin embargo, ella tiene la convicción de que hay límites pero no caminos cerrados. “Si llega a quedar atrapado en un callejón sin salida, retroceda y observe otro camino que lo lleve hacia adelante. Vuelva esas calles ciegas desvíos hacia el éxito”.