Testimonio

“Así se siente cuando te dicen mogolla con patas”

La periodista Natalia Martínez relató recientemente en twitter su drama con la comida. Semana.com recóge la serie de trinos por considerar que reflejan no solo su lucha sino la de muchos ante la tentación de la comida. Estas personas, de postre, sufren la discriminación social por ser gordos. Esta es su conmovedora historia.

26 de septiembre de 2018
| Foto: SEMANA

“Tengo ganas de ponerme ‘jarta’ con un tema mamón, pero que ocupa 60% de mis pensamientos, deseos y frustraciones: la ansiedad por la comida y el sobrepeso. Quiero contarles porque conocí el caso de una compañera del colegio que me dejó perpleja. ¿Los aburro un ratico? Les cuento el caso: una excompañera del colegio está en la clínica porque intentó suicidarse después de darse cuenta de que un tipo de la oficina que amaba en secreto, le decía “Mogolla con patas”. La pelada en el colegio estaba pasadita. Como todas a esa edad. Pero era una lumbrera, guapa y súper divertida. Cuando me contaron quedé en shock porque la veía muy bien de fuerza emocional y caí en el prejuicio. “¿Qué pasa con la inteligencia emocional de estas peladas? ¿Intentar matarse por un tipo?”, pensé y dije. Pero recordé que eso de la autoescuela y la fuerza emocional no se construye así, fácil.

Les cuento mi historia y mi batalla corporal. Yo soy alta, curvilínea. Tengo culo, puchecas y cintura. Muy latina. Y siempre fui así. Pero no era gorda. A los 16 años, con el desarrollo, exploté. Entré a la universidad y comía fatal, pero la realidad es que siempre he comido mal y ya les cuento qué: En 11 me volví adicta a las gomitas porque las vendía. Todas las ganancias me las comía. Mis delitos son el pan y las harinas caseras: arroz con guiso, papa salada, yuca... ¡Todo en cantidades importantes!

Siempre fui muy golosa, desde pequeñita (si hay un sicólogo por ahí que me cuente por qué). Me servían comida y apenas se iba mi mamá, o mi papá, o mi abuela, me metía a la cocina a comer de las ollas, así fuera comida guardada. Un problema grave, pienso ahora. Mis regaños eran por eso. ¿Quién se comió la carne que le guardé a su papá? Y yo callada. Pero obvio sabían que era yo. Horrible. Así crecí y exploté. Por cosas de la vida usé puro jean descaderado y me sacó el famoso flotador.

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Y a los 16 con ganas de tener novio, siendo feita de cara, alta (mucho), y gorda, me empecé a desesperar. Mis ganas de comer no llegaron jamás a vomitar o dejar de comer, pero sí tenía los atracones de comida. Me volvía loca. Me agredía y era una mamera. Conocí el sentimiento de asco por uno mismo. Eso es fatal. Y es incontrolable. Tiene que haber un cambio muy grande para dejar de sentirse así. En la universidad salí con un amigo que era mucho más bajito y delgado. Yo era la más insegura.  Me sentía Godzilla. Las cosas no funcionaron y conocí a uno perfecto. Alto, bello, hermoso... en fin. El tipo es tan especial que yo me sentía una reina. Una reina gorda, pero reina, al fin y al cabo. Pero la inseguridad me volvió loca. Celos, destrucción, dolor... Y ya tenía poder adquisitivo. Entonces tragué todo y me engordé el doble, el triple... la vida en pareja ENGORDA.

No se aburran.

¿Están ahí mis vidas? ¿Me escuchan? ¿Me oyen? ¿Me sienten?

Continúo. Llegué a pasantías en Adn de El Tiempo. Me enloquecí con el cigarrillo y comía en el casino de allá. Me llegó lo que yo llamo “la depresión”. ¡Me subí 15 KILOS, 15! Y renuncié.

¡15 kilos en CUATRO MESES! Fue la peor época de mi vida. Me sentía fea, que no servía para el periodismo. Me iba mal en el amor. Fatal. Y llegué a trabajar en una agencia de publicidad gomela en donde todos eran lindos y yo fea. Esto es 2015. Conocí dos tipos de mi oficina, de 26, 27 años que hablaban mal de mí. Pero se referían a mi peso: "¿Esa vieja cómo se consiguió a ese tipo si es una ballena?”

Para ese entonces, me pasó una cosa fatal. En un cumpleaños de un equipo de acá, dos barristas (de las barras bravas del fútbol) me manosearon en la NQS y yo quedé muy mal. Hablé con mi jefe y le conté. Me dijo que me tomara unos días y lo que supe fue que los tipos decían que quién me iba a querer tocar. Que era mentira. Que nadie me iba a manosear y yo pensé en suicidarme. En realidad, me quería matar. Y comprendí que solo me iba a salvar el trabajo y la pilera. Fui mucho más fuerte que el bullying. Y me consagré como la payasa de la oficina y me hice amiga de uno de los tipos de la oficina... que por mera pendejada decía vainas que no pensaba. Que yo era muy linda y bla... hoy todavía nos hablamos. Entré a la rumba y al traguito y cigarrillo. Me adelgacé porque no comía por estar rumbeando. Me pasó la cuenta y me maluquié del hígado.

Y aquí empiezo a contar todo lo que he hecho para adelgazar y por qué salió mal: hice una dieta de balines. Una dieta basada en carnes. No se come fruta, no se come avena, no comía tomate. Me bajé 13 kilos y me costó un estreñimiento de un mes que me hacía llorar. Hice una dieta de piña, atún y uvas. Bajé seis kilos en una semana. Volví a mi alimentación normal. Y subí 9. Ja, ja, ja, Hice la dieta del huevo, de la berenjena, del perucho, del cigarrillo, de la cerveza, en fin. ¡Nada me sirvió! ¡Nada! Llegué en 2016 a Publimetro. Y el día que llegué y me presentaron, una niña llamada Pamela me soltó un comentario que me dolió con la vida: “Bienvenida. Otra plus size en la oficina”. La pura verdad y me dolía.

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Y pues en oficina, por ocho horas sentada y con sueldo fijo, me he engordado más. Empecé un reto y me inscribí a un gimnasio. ¿Alguien se acuerda? Yo lo publicaba por acá en twitter. Bajé como cinco kilos, pero llegó mi temor a la báscula y empecé un trabajo de reconocimiento como mujer grande y con curvas… y con obesidad. Empecé a aceptar que no podía y aunque esto suene fatal, me resigné y me reconcilié conmigo misma. Dije: “no puedo, pero sí me puedo aceptar y querer” y me he enamorado de mí. De a poco. A veces me pone mal que voy a comprar y no hay opciones, que me veo redonda, pero han pasado cosas.

Estoy en una oficina de muchas mujeres empoderadas y donde las plus size hablan todo el día de eso. Pero...un día, tragando como marrana, me dije “yo no voy a comprar jeans para plus size, yo no voy a empezar a seguir a mujeres gordas para aceptarlas como modelo”. Y dejé de fumar y me metí a nadar. Encontré mi ejercicio y he bajado. No sé qué tanto, pero sé que he bajado. Le tengo miedo a la báscula. Pero me falta el componente de la alimentación.

En este momento de mi vida estoy en un proceso de aprendizaje de relacionamiento con la comida. En las tardes me da ansiedad y me compró un ponquecito, no desayuno bien, y no como a horas, solo al almuerzo, entonces ahora estoy comiendo mejor, trato de no comer dulce, pero como deje de fumar hace poco, eso ha sido complicado. Deje el azúcar en los tintos, estoy tratando de no ponerle salsas a las comidas. Con el ejercicio, soy buena para nadar, lo hago para relajarme.  Yo tengo una frase y es que no hay nadie que sepa más de nutrición y ejercicio que una persona obesa. Nos hemos pateado todos los blogs, todos los programas alimenticios, sabemos lo que hace esta dieta, y esta pastilla, pero no lo practicamos.

Pero necesito ayuda con el ejercicio, alguien que me guie, pero los gimnasios son carísimos. En la EPS me ha pasado una cosa muy chistosa y es que me dicen que estoy lo suficientemente gorda como para estar bajo tratamiento, pero muy flaca para ponerme en una clínica de obesidad. Estoy en un punto medio. Estoy jodida”.