Bogotá
En Bogotá se pueden encontrar 100 cervezas en un solo lugar
El bar El Monje ofrece una variedad de la popular bebida haciendo un recorrido por los principales países del mundo.
Cuenta la leyenda que los mejores fabricantes de cerveza en el mundo son los monjes, que se refugian en sus abadías milenarias para producir la bebida fermentada y entregarle al mundo selectas producciones que vienen desde Francia, Alemania, Bélgica o Países Bajos, principalmente. La costumbre de aquellos monjes de fabricar esta bebida de los dioses tiene su origen en la necesidad de tener un alimento para consumir en cuaresma.
En Colombia no hay ningún monasterio que haga su propia ‘pola’, pero sí que hay un lugar escondido en el sector de Unicentro en Bogotá que tiene toda la magia de esos sitios milenarios donde usted puede encontrarse con más de 100 cervezas del mundo. El Monje se define como una chichería europea, pero es básicamente un escenario para activar dos sentidos: el del gusto, para catar la variedad de cervezas y el del oído, para conocer de primera mano la historia detrás de cada una que se toma.
Gustavo Gamba Fernández es el hombre detrás de esta historia, que más allá de un bartender consagrado desde hace 37 años, se ha convertido en un historiador y un arqueólogo de la cerveza; narra con viveza e ingenio el origen y la razón de ser de las botellas que lo rodean en su bar y al mismo tiempo guarda como un tesoro los vasos, regalos especiales y otros objetos de mercadeo de cada una de las marcas.
“Acá siempre había un monopolio el berraco de cervezas y solo se conseguían entre ocho y nueve cervezas”, recuerda don Gustavo sobre los inicios del bar que él y su esposa compraron a un hombre que se había inspirado al tener a sus hijos estudiando en Alemania, pero no había tenido mayor éxito. Cuenta que en aquel entonces en el país se conseguían solo algunas marcas como Erdinger, Heineken y Corona.
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Sin embargo, para él hubo un antes y un después desde que SAB Miller entró al país tras la compra de la centenaria colombiana Bavaria. Según él, al nuevo jugador mundial con más de mil fábricas por todo el mundo no le importaba controlar el mercado y fue cuando empezamos a probar en el país sabores y experiencias diferentes. En El Monje hubo, entonces, una explosión de variedad.
“La gente comienza a tener más poder adquisitivo y a conocer más, así que se traen unas cervezas raras pero espectaculares. Fue cuando nos dimos cuenta que cada cerveza tenía su historia, hoy aquí tenemos 10 enciclopedias de cervezas”, dice Gamba. De esas primeras que llegaron “raras” como él las define y que deben seguir siéndolo para la mayoría de consumidores colombianos, están la Duvel y Maredsous de Bélgica y la Paulaner de Alemania, que cuenta él es producida por los monjes paulinos.
Aunque en las vitrinas de piso a techo que hay en el bar se encuentran botellas de colección que don Gustavo no alcanza a calcular cuánto pueden costar -algunas de ella avaluadas en 100 dólares cada una- y hay cervezas industriales de países de la región, lo cierto es que en su bar no se vende cualquier bebida. “Detrás de cada cerveza estaba el cuento de dónde sale, por qué son especiales y con el tiempo fuimos teniendo solo cervezas ganadoras”, explica mientras sostiene una botella pequeña que contiene Chimay, fabricada por los monjes trapenses de la Abadía de Scourmont de Bélgica. Actualmente solo hay 11 cervezas avaladas como producidas por estos legendarios monjes: Orval, Rochefort, Westmalle y Westvleteren de Bélgica; La Trappe y Zundert de Países Bajos, la Engelszell de Austria, la Spencer de Estados Unidos, Tre Fontane de Italia y la inglesa Tynt Meadow.
En medio del viaje al pasado que hace Gamba por Europa, la conversación es interrumpida por un par de jóvenes que entran pidiendo una Corona. Él los atiende y revisa en su nevera si tiene la cerveza mexicana que se ha popularizado mucho en Colombia desde que AB InBev compró a la dueña de Bavaria. Finalmente no encuentra ninguna botella pero les dice que hay otras 100 cervezas que pueden probar, ellos simplemente responden “vale, muchas gracias” y se van. Gamba voltea a mirarme y me dice: “Este bar no es para todo el mundo”.
Y tiene razón, las cervezas no son baratas y la idea de ir a El Monje no es emborracharse con un ‘petaco’ como lo puede hacer en la tienda de la esquina o en un pub. Después de la venta frustrada, Gustavo sigue su viaje por el mundo para señalar al frente, bien alto en su vitrina derecha que allá tiene la Westvleteren, considerada la mejor cerveza del mundo con 12 grados de alcohol y tres fermentaciones y, claro, fabricada también en un monasterio a 200 kilómetros de Bruselas, la capital belga.
“Usted va allá y solo le venden máximo cuatro cervezas, después de haber pedido cita dos meses antes”, cuentan con su esposa que ha visitado más de 30 fábricas en todo el mundo para conocer historias que después cuentan sus meseros y traer botellas y vasos que se enmarcan en su museo-bar. “Es que a los monjes no les interesa el billete”, explica sobre la venta limitada de la bebida, y agrega que esa es una de las botellas que en lo que él llama el mercado negro se puede conseguir a 100 dólares, unos 430.000 pesos colombianos al cambio de hoy.
Justamente el precio del dólar, la pandemia e incluso la guerra en Ucrania, tienen más limitada la variedad de marcas que se venden en el bar de Gustavo, su esposa e hijo. Cuando ha habido épocas en que ofrece una carta de casi 200 botellas diferentes, hoy ese número está en aproximadamente 107. Mientras sirve unos nachos con salsa de cerveza y pide preparar unas empanadas de carne adobadas también con la maravillosa bebida, Gamba se recuesta en la barra para contar que su mayor reto es responderles a esos clientes que se volvieron amigos y que cada cada tanto llegan preguntando “¿qué de nuevo tiene?”. A ellos les gusta sorprenderlos con una botella y un vaso desconocidos, que se convierten en un viaje por el mundo mientras están sentados en el norte de Bogotá.