Desde la otra orilla
“A los 77 años pienso que no vale la pena perder el tiempo en una pelea estúpida”: Isabel Allende
Alegre, sincera, generosa, extrovertida y moderna, así es Isabel Allende una de las autoras de habla hispana más leídas del mundo. En esta entrevista habló del azar, el amor y confesó que tiene una urgencia por vivir cada día plenamente.
Entrevistar a Isabel Allende (Perú, 1942) es como leerse uno de sus libros, no pone límites, es cercana, culta, cosmopolita. Le gusta contar su vida, sus penas y alegrías. Sus amores, sus pasiones. Es clara y consecuente con respecto a lo que defiende e impulsa y orgullosamente feminista. En 1995 creó la Fundación Isabel Allende que presta apoyo a mujeres y niñas con el fin de empoderarlas en diferentes campos y con inmigrantes en la frontera de Estados Unidos con México.
Allende se dedicó al periodismo en Chile donde trabajó a partir de 1967 en la revista Paula y en distintos programas de televisión, hasta que llegó el golpe militar que la obligó a exiliarse en Venezuela.
Saltó a la fama con su libro La Casa de los Espíritus, que nació en 1981 como una larga carta a su abuelo. A partir de entonces ha escrito 24 libros que han sido traducidos a más de 42 idiomas y ha vendido más de 74 millones de ejemplares. Además, es miembro desde 1989 de la Academia de la Lengua de Chile; y ha recibido múltiples reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de Literatura de Chile en 2010.
Tras La casa de los espíritus llegaron De amor y de Sombra, Paula, La suma de los días y El amante japonés. Acaba de lanzar su más reciente libro de ficción Largo pétalo de mar (editorial Plaza & Janés), una historia inspirada en el viaje del Winnipeg, un barco con más de 2.000 exiliados republicanos españoles fletado por el poeta Pablo Neruda en 1939.
SEMANA: ¿Busca hacer llegar algún mensaje con su obra?
Isabel Allende: No busco enviar ningún mensaje, lo que quiero es contar una historia. Ahora, si esa historia tiene algún significado especial para algunos lectores o encuentran en esa historia algo que les sirva, está bien. Pero no es mi intención. Cuando uno escribe ficción y trata de enviar un mensaje o de predicar algo, por lo general se arruina la historia. Cuando yo leo una novela yo veré que descubro entre líneas, pero, por favor, que no me lo digan de frente.
SEMANA: Con cuales personajes de su obra se identifica más?
I.A.: En mis libros siempre hay mujeres fuertes, mujeres que tienen que sobreponerse a muchos obstáculos y que salen delante de alguna manera. Siempre yendo contra la corriente, contra las convenciones y me gusta ese tipo de personaje porque es mucho más interesante que una persona privilegiada o una persona que tiene una vida fácil. En una vida fácil no hay nada que contar. Mi padrastro me decía: por qué yo no estoy nunca en tus libros, en tus novelas y yo le decía: bueno porque tú tienes sentido común. La gente con sentido común no sirve para personaje. Los que sirven son los extraordinarios, los que hacen cosas que están fuera de lo que se espera de la normalidad. En el caso de Largo pétalo de mar hay dos personajes que me encantan, uno es Roser, porque tiene una fuerza tremenda y sabe exactamente lo que quiere y no se deja nunca aplastar por las circunstancias, es optimista. Y el otro personaje que me gusta es el de la abuela paterna, esa vieja es formidable.
SEMANA: Y la niñera también…
I.A.: Si, la Juana. En muchos de mis libros hay una nana así, y la nana está basada en Juana Riquelme que es la nana que me crio a mí. Los primeros años de mi vida tuve una nana que era un monstruo y me odiaba, pero después tuve a la Juana Riquelme, que era una mujer maravillosa. Es como un homenaje a ella, a ese tipo de mujer sabia, dedicada, leal, fuerte.
SEMANA: En el libro Largo pétalo de mar usted dice que todos los círculos se cierran si uno vive lo suficiente. ¿A cuáles círculos se refiere?
I.A.: Me refiero a los círculos de la vida. Digamos que de repente una persona te hace algún daño y si tú vives lo suficiente las cosas se dan la vuelta y te toca a ti enfrentar de nuevo a esa persona y estar tal vez tú en la situación de hacerle un favor o hacerle daño. Te voy a dar un ejemplo: mi madre cuando estaba soltera no tenía ni un peso, tenía tres niños y mi padre la había abandonado, había anulado su matrimonio, y le dio apendicitis y fue al hospital a operarse y el médico le dijo “esto va a costar tanto”. Entonces mi madre le dijo que no tenía dinero y le pidió una facilidad de pago y él dijo que no, que esa no era una clínica de beneficencia. Pasaron 20 años y el hijo de ese médico se presentó al Ministerio de Relaciones Exteriores para estudiar la carrera diplomática y la persona que tuvo que atenderlo fue mi padrastro, y quiso decirle “lo siento mucho este Ministerio no es una institución de caridad”, pero mi padrastro era mucha más generoso que todo eso y no lo hizo. El círculo se cerró, pudo hacerlo. Esas son las cosas que desde el punto de vista literario a mí me encantan, por eso me encanta escribir sagas de familias que viven muchos años, porque si tú vives lo suficiente alcanzas a ver el final de las cosas.
SEMANA: El amor está muy presente en todos sus libros. ¿Qué es el amor? ¿Cómo lo definiría?
I.A.: Y tantas clases de amor que es muy difícil definirlo. Pero yo diría que el verdadero amor entre las personas existe cuando la otra persona es más importante que tú. Cuando quieres que la otra persona esté bien aunque tengas que sacrificarte para eso, como hacen las madres, o la gente enamorada. El amor se da cuando el otro pasa a ser tan importante o más importante que uno mismo.
SEMANA: ¿Cómo vive el amor en esta etapa de su vida?
I.A.: Igual que lo viví a los 18 años, pero con una sensación de urgencia, de que no tengo tiempo que perder. ¿Cuántos años voy a poder estar con Roger? Probablemente pocos porque los dos tenemos 77 años y esperemos que podamos estar sanos y lúcidos por unos cuantos años más. Cada día de esos años cuenta, hay que cuidar cada día, no vale la pena perder un día en una pelea estúpida, o en una acción mezquina. Si yo hubiera tenido esta sensación de urgencia siempre, si cuando era joven hubiera pensado: este es mi último día, lo voy a vivir a fondo, no voy a permitir celos, ni envidia, ni mezquindad, ni rabietas tontas porque el otro dejó tirados los calcetines, probablemente no me hubiera divorciado dos veces. Lo aprendí tarde.
SEMANA: ¿Cómo se conocieron?
I.A.: Roger vivía en Nueva York. Él me oyó por la radio mientras conducía a Boston y escribió a mi oficina y empezó a escribirme todos los días en la mañana y en la noche. Yo al final le contesté. Durante cinco meses me escribió dos veces al día sin falta. Un día tuve que ir a Nueva York a trabajar y dije: bueno, voy a conocer a este señor, y ahí nos conocimos y a los tres días ya quería casarse.
SEMANA: ¿Y había visto alguna foto antes de conocerlo en persona?
I.A.: No, ni siquiera habíamos hablado por teléfono, nada. Bueno en su página web había una foto pequeñita, pero no se veía mucho. Y tampoco te puedo decir que la viera y dijera “oh, qué hombre tan guapo”. No fue así tampoco. Es un abogado de Nueva York, un señor normal. Es adorable.
SEMANA: ¿Cree en la magia?
I.A.: Creo que el mundo es muy misterioso y pasan cosas que son casi mágicas, hay coincidencias, cosas que se dan en el aire y que uno no las puede calcular, creo que uno tiene muy poco control sobre los acontecimientos. Yo no he tenido ningún control sobre las grandes cosas que me han sucedido en la vida: el abandono de mi padre, el que mi madre se casara con un diplomático, el golpe militar en Chile, el exilio, la inmigración a los Estados Unidos, los divorcios, sobre todo la muerte de mi hija Paula, o ahora la aparición de Roger en mi vida. Yo no he tenido ningún control sobre eso. Uno tiene control sobre cómo reacciona ante los hechos, pero los hechos ocurren. Hay un elemento mágico en que las cosas te pasen. La gente dice que yo tengo una vida melodramática, que a mí todo el tiempo me están pasando cosas. Roger dice que desde que está viviendo conmigo (un año y ocho meses) todos los días pasa algo. Cada uno crea su propia leyenda, y yo he creado una leyenda tecnicolor para mí.
SEMANA: A pesar de que hay grandes tragedias en sus libros, también siempre hay mucha luz, ¿Es intencional dar esperanza al lector o usted es una optimista?
I.A.: Yo soy una optimista irracional. Yo siempre creo que las cosas van a salir bien, nunca tengo miedo del futuro: si tengo que hacerme un examen médico, no pienso que puede salir mal. No me preocupo porque pienso que en general las cosas van a salir bien. Estoy casada ahora con Roger, y él es exactamente lo contrario, es una persona que se preocupa por todo, si se cae una teja del techo él ya está pensando que se va a desmoronar el techo completo. No se puede vivir así. Yo por suerte puedo compensarlo y hacerle ver que la vida no es así, que la mayor parte de las veces nos preocupamos por cosas que no suceden.
SEMANA: ¿Entonces, tiene usted esperanza en la posibilidad de un mundo mejor?
I.A.: Por supuesto, si no la tuviera no hubiese trabajado toda mi vida con ese fin. He sido feminista toda mi vida porque creo que las mujeres podemos cambiar el mundo, y que tenemos la obligación de hacerlo. Y creo que ya hemos conseguido mucho, aunque falta mucho por conseguir. Mis nietas y mis bisnietas van a vivir en un mundo mucho mejor que el mío, yo ya viví como mujer en un mundo mejor que el de mi madre, y que el de mi abuela.
SEMANA: ¿Qué es ser feminista?
I.A.: Tener clara conciencia del rol que ha tenido la mujer históricamente: como ha sido sometida, subyugada, silenciada, ignorada, y como la mitad de la población -que son mujeres- tiene que empoderarse para participar en la gerencia del mundo en iguales términos o en mejores que los hombres. Y entonces podemos empezar a pensar en valores femeninos incorporados al manejo del mundo. En vez de que lo que mueva al mundo sea la violencia, la competencia, la supremacía, o la codicia, que lo sea la compasión, el cuidado del planeta, las relaciones interpersonales, o el respeto. Valores femeninos que no se aplican en la sociedad patriarcal en que vivimos hoy. Estos valores tienen que incorporarse, y lo están haciendo, pero falta mucho.
SEMANA: ¿Cómo la marcó ser familiar de Salvador Allende?
I.A.: Mi padre desapareció de mi vida y la única persona de la familia Allende que estuvo cerca de nosotros fue Salvador Allende, con su mujer y sus tres hijas y después cuando él fue presidente nombró embajador en la Argentina a mi padrastro que era muy amigo suyo. Entonces había una relación de amistad de ellos más que nada, y yo -que era de una generación más joven- participaba si había un almuerzo familiar o cosas así, pero no participé en política. No creo que por aquél entonces por llamarme Allende estuviera en peligro en Chile, sino por ser deslenguada y por haberme metido a asilar gente y haber hecho cosas que estaban prohibidas durante los primeros tiempos de la dictadura, hasta que el miedo me obligó a salir. Si yo me hubiera llamado Rodríguez habría sido lo mismo. Tal vez te observan más por llamarte Allende, pero yo creo que era más visible porque tenía programas de televisión, porque trabajaba en la prensa, había hecho obras de teatro…
SEMANA: ¿Cuál es la clave de su éxito?
I.A.: No lo sé. Hay tanta gente que escribe. Yo escribo sobre relaciones humanas, sobre sentimientos, emociones, y eso son comunes a la humanidad. Mis libros se publican en 42 idiomas, y si funcionan en 42 idiomas es porque las historias son comunes a la humanidad, una persona en Afganistán siente miedo, amor, amistad, lealtad, de la misma forma que una persona en Finlandia, no tiene porqué ser distinto. Las diferencias que nosotros vemos son a veces culturales, uno ve diferencia en el color de la piel y cree que la otra persona es distinta y no, somos iguales.
SEMANA: ¿Cómo gestiona el éxito?
I.A.: Yo no soy ninguna cantante de rock. Es muy distinto cuando tú tienes éxito como escritora -que es una cosa casi secreta- donde se trabaja en un ático por allá arriba con una computadora. Esto es muy distinto a estar en un escenario constantemente haciendo un acto público. Mi vida privada nunca ha sido tocada por la celebridad de afuera. Si tú vinieras a mi casa verías cómo vivimos. Yo vivo en una casa muy pequeña, con un solo dormitorio, tengo un auto chiquito, rojo para que se vea. Trabajamos en la oficina con un equipo mínimo de la manera más eficiente y más cariñosa posible.
Todos los días almorzamos todos los que trabajamos aquí, incluido Roger, que trabaja en lo que antes era la cochera, y que rehabilitamos para ese fin. Hay un ambiente totalmente relajado, completamente flexible, amoroso. No hay excesos de ninguna clase. Mi hijo que podría estar gastando dinero, comprándose digamos un gran coche es una persona modesta porque se crio así. Nosotros nos criamos en la sobriedad chilena, yo fui pobre por mucho tiempo. Uno aprende que lo que uno necesita no es tanto, todo el exceso pesa, tienes que ocuparte del exceso. Tienes que tener cuidado, tienes que cuidarlo, debes poner llave a la casa porque si tienes monedas de oro te las van a robar. ¿Para qué?
SEMANA: ¿Cómo nace la idea de un nuevo libro?
I.A.: Es como un calorcito en la barriga que empieza a veces con años de anticipación, una especie de inquietud que es a nivel orgánico, no es algo mental. Yo no me propongo escribir sobre un tema: no digo ya que estamos con el tema de los refugiados en el mundo entonces voy a escribir sobre el Winnipeg y los refugiados de la guerra civil española. No me lo planteo así. Hace 40 años me contaron la historia del Winnipeg y de repente, 40 años más tarde, comienzo a sentir en la barriga el llamado y vuelvo a pensar en el Winnipeg, comienzo a prestar más atención a los mensajes que recibo de un amigo que fue uno de los pasajeros de dicho barco. No es una decisión consciente de que voy a escribir sobre eso, espero tener en la barriga la necesidad, la obsesión de escribir sobre algo.
SEMANA: ¿Y ahora está gestando un nuevo libro?
I.A.: No. Acabo de terminar un libro corto que no es de ficción, sobre las mujeres. En breve lo voy a enviar a mis agentes y vamos a ver qué pasa con ese libro.
SEMANA: Las cartas han marcado su vida, ha mantenido una gran y larga correspondencia con madre.
I.A.: Las cartas han tenido mucha importancia en mi vida. Mi mamá se murió hace poquito (de 98 años) y me escribió la última carta dos horas antes de sufrir el ataque. Cuando ella se murió traté de seguir escribiéndole porque es un hábito de décadas, nos escribíamos todos los días, y no me resultó, necesito al interlocutor, la necesito a ella. Ahora estoy leyendo las cartas que ella me escribió, que tengo 40 años de cartas diarias, fíjate que están en cajas por año, y como a veces nos escribíamos más de una carta al día, y yo tengo guardadas las de ella y las mías, cada caja tiene entre 600 y 800 cartas. Imagínate. Según mi hijo son como 24.000 cartas. Es como un diario de vida pero con un interlocutor, es conocer la vida de ella a fondo y que ella conozca la mía a fondo. Ese tipo de relación nunca lo he tenido con nadie más, la echo terriblemente de menos.
SEMANA: Hay en su obra escenarios recurrentes (Chile, Venezuela, California) en este sentido ¿son autobiográficas todas sus obras?
I.A.: Hay muchas cosas que son autobiográficas, porque son experiencias personales o lugares donde he estado, que me han impactado por alguna razón. Puedo visitar algún lugar del Amazonas o de África, y ese lugar es tan ajeno a mí que pienso: yo nunca voy a poder escribir sobre esto, y muchos años más tarde por alguna razón inesperada terminó escribiendo algo que tiene lugar en ese lugar. Nunca se para qué me va a servir un lugar, pero los lugares que mejor conozco, que más conozco, son Chile, Venezuela y California.
SEMANA: Usted tuvo que salir de Chile con la llegada de la dictadura, ¿cómo ve la democracia chilena hoy? ¿Es sólida?
I.A.: Muy sólida. Los chilenos aprendimos la gran lección de que hay que defender la democracia como sea. El peligro de un golpe militar es que tú sabes cómo empieza y no sabes cómo termina. Además una dictadura cuenta con total impunidad: pueden hacer lo que les dé la gana, no hay control, no hay consecuencias, es muy peligroso. Entonces cuando la gente dice: lo que este país necesita es un golpe militar, hay que tener mucho cuidado. Chile tiene estabilidad política, social y económica. Tenemos problemas, como los hay en todas partes, pero comparado con el resto de América Latina, Chile está muy bien.
SEMANA: ¿Cómo ha afectado a su obra su condición de inmigrante?
I.A.: El hecho de ser una eterna desterrada como decía Pablo Neruda me ha servido porque me obliga a adaptarme. No doy nada por sentado. Observo, escucho, pongo atención en las cosas porque tengo que adaptarme, tengo que entender. Me acuerdo que cuando llegué a los Estados Unidos hablaba muy poco inglés, no entendía las normas de esta sociedad, no entendía las relaciones. Metía la pata todos los días, y lo mismo me pasó cuando llegué a Venezuela, uno aprende cuando es extranjera a andar con cuidado por el mundo y a observar. Y de ahí salen las historias, observando y preguntando.
Yo pregunto lo que mucha gente no pregunta porque ya lo conoce, lo da por sentado. Pero como yo no sé, yo pregunto y ahí salen historias extraordinarias. Te doy un ejemplo, cuando llegué a California me maravilló San Francisco, esa ciudad diversa, cosmopolita, donde caminas sus calles y hueles comida de todas partes, escuchas acentos de todas partes, ves gente de todas partes. Preguntando me enteré que en ese entonces, la ciudad no tenía ni 150 años de existencia. Era una ciudad formada por la fiebre del oro, allí nadie se pregunta qué fue la fiebre del oro, porque lo leyeron en el libro de historia de cuarto grado, pero como yo no sabía lo que era, pregunté y de ahí salió el libro Hija de la fortuna.
SEMANA: ¿Qué significa California para usted?
I.A.: Es mi casa, pero Chile también. Creo que tengo un Chile inventado, un Chile del pasado, un Chile mitológico, donde tengo las raíces más profundas que son las de la infancia y las de la lengua. En California he vivido 30 años, aquí está mi fundación, mi hijo, mi nuera, mis nietos, y ahora Roger y mis dos perras. Entonces para donde me voy a ir con todo este equipo, me quedo aquí.
*Periodista colombiana radicada en España.