Neurociencia

El dolor crónico no es un tema de histéricos, mentirosos o simuladores

El neurólogo español Jordi Montero publica ‘Permiso para quejarse’, un libro para entender a aquellos que sufren de dolores crónicos: un tema más complejo de lo que se cree.

2 de febrero de 2018
El neurólogo y escritor Jordi Montero fue uno de los invitados especiales al Hay Festival de Cartagena este 2018. | Foto: Esteban Vega

Jordi Montero lleva más de 40 años ejerciendo como neurólogo y sus aportes sobre los límites del dolor han logrado vislumbrar muchos de los interrogantes que existían sobre el tema. Uno de sus grandes aportes a la ciencia ha sido su investigación sobre el dolor crónico, una realidad incuestionable que, según el científico no tiene cura, pero resulta ser dramática para millones de personas en todo el mundo. SEMANA habló con él durante el pasado Hay Festival.

SEMANA: En los últimos años usted se dedicó a investigar sobre el dolor crónico, el que mucha gente no sabe cómo explicar. ¿Cómo llegó a la conclusión de que ese dolor era real y que estaba ligado principalmente a las emociones?

Jordi Montero: El dolor crónico es una realidad incuestionable y los que lo sufren tienen derecho a entender cuál es el origen. El avance de las nuevas técnicas, así como los grandes conocimientos que conforman ya en el siglo XXI la llamada “neurociencia cognitiva”, han ayudado a un conocimiento profundo sobre los mecanismos cerebrales del dolor. La aparición del concepto de “memoria de dolor” en la neurología alemana ha sido definitivo. Y en cuanto a las emociones podemos resumir que a ellas está ligada toda nuestra actividad cerebral. Son el centro decisivo en todos nuestros actos. Su importancia en el dolor es fundamental. Pero también en nuestros actos, decisiones, intuiciones y funciones de memoria. Creo que estamos entrando en una cultura del siglo XXI en la que veremos desarrollarse el conocimiento progresivo de las emociones, tanto en su definición como en su estudio científico.

SEMANA: ¿Cuál es la diferencia entre el dolor crónico y el agudo?

J.M.: El dolor agudo es un sistema de defensa fundamental en todos los animales. En este sentido es comparable, por ejemplo, al miedo o al asco. Sin dolor agudo, el animal no puede sobrevivir. Son los sistemas de defensa básicos lo que preservan la existencia de los genes, quienes son los únicos persistentes sobre la tierra y “construyen animales” que les permitan sobrevivir y reproducirse. La lesión física del cuerpo despierta una alarma defensiva que es el dolor “nociceptivo”. El dolor agudo, además, es tratable mediante fármacos adecuados (analgésicos opiáceos y antiinflamatorios), de modo que los humanos de las dos últimas generaciones hemos adquirido el derecho “constitucional” a no sufrir dolor.

SEMANA: ¿Y el crónico?

J.M.: Es aquel que persiste más de 6 meses (generalmente años) y en el que no existe evidencia de daño, de lesión en el cuerpo. Es el tipo de dolor más frecuente en una consulta médica o en una unidad de dolor. Los pacientes, que suelen haber sido estudiados de manera extensa sin hallar enfermedad, no mejoran con tratamientos médicos y sufren su dolor con poca comprensión social. Reciben diagnósticos que son poco más que una simple palabra y se sienten confusos y abandonados.

SEMANA: En una reciente entrevista afirmó que el dolor crónico nunca se cura…

J.M.: El dolor crónico no es más que un “error” en nuestros sistemas cerebrales automáticos (inconscientes”) de memoria. Generalmente tras un dolor agudo, con gran participación de nuestro sistema límbico (emocional), se genera una sensibilización de determinadas redes neuronales relacionadas que memorizan esta sensación. Esta grabación es capaz de hacer vivir de nuevo el dolor, de una forma real, ante el recuerdo inconsciente, ansiedad, tacto sobre la zona o cualquier anticipación del fenómeno. Pueden establecerse condicionamientos con otros fenómenos (redes neuronales) en las sensaciones o pensamientos racionales o inconscientes. El dolor por tanto aparece de forma continuada, persistente e inevitable durante todo el tiempo consciente. Respeta el sueño y disminuye con la ocupación o la actividad. Aumenta con la atención o con los estados de ansiedad. Los analgésicos son absolutamente ineficaces.

SEMANA: Las emociones son definitivas…

J.M.: Sí, porque las emociones condicionan la intensidad y el carácter de lo que nosotros calificamos como “dolor”, lo que lo convierte en inmedible de forma cuantitativa. Un cerebro alterado emocionalmente puede amplificar como un gran dolor lo que es en realidad una sensación de daño poco intensa. Es comparable a las grandes “sirenas” que un pequeño mosquito (dolor) causa en los aparadores de una joyería repleta de potentes alarmas sonoras muy sensibles.

SEMANA: ¿Por qué es importante quejarse y por qué está mal visto ese gesto en nuestra sociedad?

J.M.: La “queja” forma parte de las expresiones de nuestras emociones y tiene una base cultural. Creo que profundizar en su estudio tiene un gran interés humanístico. En el caso del dolor puede representar una llamada de atención. Probablemente introduce un factor de amplificación de la molestia en el paciente con dolor crónico. En el título de mi libro intenta expresar la razón que tienen los pacientes de expresar algo que ellos notan verdaderamente. Lo que sufren es cierto. Tan cierto como todo lo que percibe nuestra conciencia, ya sea un sueño, un delirio, una fantasía o el mundo que percibimos y consideramos “realidad”; a pesar de que no es exactamente igual para cada uno de nosotros.

SEMANA: Pareciera que es una enfermedad del siglo XXI…

J.M.: Probablemente el dolor crónico, como la obesidad, las adicciones sociales o determinadas “hipocondrias” o miedo a la enfermedad, son “miserias” de las sociedades culturalmente avanzadas. Sin duda, las sociedades primitivas tenían y tienen problemas distintos, más graves y que limitan la esperanza de vida. Es evidente que las empresas farmacéuticas que venden determinados medicamentos dirigidos al dolor crónico, la depresión, el déficit subjetivo de memoria, etc, no lo hacen en países subdesarrollados. Cada cultura desarrolla sus propios “errores” en las redes neuronales de sus cerebros.

SEMANA: ¿Puede un paciente crónico aprender a controlar sus emociones para disminuir el dolor?

J.M.: No existen medicamentos en la actualidad que sean efectivos para el dolor crónico como sucede con el dolor agudo. Solo podemos esperar, en este caso, sus molestos problemas secundarios. Los conocimientos actuales, muy recientes, sirven tan solo para explicarnos lo que sucede. Esto es muy importante. Por un lado estamos obligados a explicar bien a los pacientes con dolor crónico cual es la causa de su dolor: este conocimiento puede disminuir la ansiedad, evitar la “hipervigilancia” y calmar la intensidad de la percepción. Por otro lado evitará extender exploraciones y exámenes inútiles que solo alimentarían la memoria de dolor.

SEMANA: ¿No hay otras opciones?

J.M.: Por ahora, el manejo del dolor crónico queda limitado a insistir en el movimiento y la fisioterapia, que son analgésicos. También debemos incidir en terapias cognitivas con sentido y en el cuidado de los problemas emocionales, que tanta importancia tienen en el desarrollo del problema. Por último, debemos ser optimistas en el desarrollo de técnicas de “neuromodulación” que modifiquen la excitabilidad de redes neuronales. Estas se basan en técnicas de estimulación cerebral eléctrica o magnética, invasivas o no, y con nuevas moléculas que modifiquen específicamente la actividad de determinados receptores neuronales como la optogenética, actualmente en desarrollo de investigación.

SEMANA: ¿Pero, entonces, hay forma de tratarlo?

J.M.: No existiría dolor crónico si no existía el agudo. Las unidades de dolor y el tratamiento adecuado y precoz del dolor agudo son esenciales. Para los pacientes con cierta predisposición, como sucede en determinadas situaciones emocionales o personales, una medicina de familia próxima y eficaz, que acompañe los pacientes, con profesionales que saben “ponerse en el lugar del otro” es lo más básico.

SEMANA: Durante años a los que se quejan de dolores crónicos los han llamado histéricos, mentirosos y simuladores…

J.M.: Lo más importante, en mi opinión, es llevar la nueva neurociencia, como parte de la cultura del siglo XXI, no solo a todos los profesionales sanitarios, sino también a la población general y especialmente a los que sufren dolor crónico. El doctor Arturo Goicoechea, un neurólogo vasco que fue el pionero en el conjunto de ideas que intento transmitir y mantiene un fecundo blog en Internet sobre este tema, nos explica la necesidad de convertir a los que sufren dolor crónico de “pacientes” a “alumnos”. Es lo más digno y es lo más eficaz.