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¿Se equivocó de chat? Desembárrela

Errar es humano, pero equivocarse de destinatario en un mensaje de texto se ha convertido en la vergüenza más grande de la era digital. Los expertos aconsejan cómo salir del apuro.

9 de septiembre de 2017

"¿Causa de muerte? Vergüenza luego de enviar un mensaje de chat equivocado”. Así define @hHannaveija, en un tuit de abril de este año, una de las más frecuentes metidas de pata del mundo digital actual. Le ha pasado a casi todo el mundo en mayor o menor medida. En un sondeo de AOL, 32 por ciento de los participantes admitieron haber enviado por error un correo o un texto a un destinatario diferente al pensado alguna vez. Pero los expertos creen que son más. Según Mauricio Jiménez, director de impacto TIC, “no sé si es el error más grave, pero sí el más frecuente de la gente hoy”. Tanto es así que en las conferencias de los gigantes de internet, como WhatsApp, se discuten estrategias para evitar este tipo de equivocaciones.

Ángela es una de las víctimas de este fenómeno. Al final de una agotadora jornada de trabajo le envió un mensaje de buenas noches a su marido que estaba de vacaciones con sus hijos. Decía “Hola gordito lindo, mi amor, te mando muchos besitos espero que estés bien raspando la olla”. Este, sin embargo, nunca llegó al celular de su esposo, sino al de su jefe. Ni los famosos se han librado de la tendencia. Se dice que el embarazo de Serena Williams se conoció antes de tiempo gracias a un error de ella en Snapchat. Josh Marshall, reconocido periodista político de Estados Unidos, con una cuenta de 164.000 seguidores, publicó un link con un comentario que decía “dijeron que estaban apuntando a los socios más cercanos”, en referencia a las investigaciones sobre Rusia y su participación en las elecciones estadounidenses. Pero el enlace que acompañaba el texto redireccionaba a una página porno conocida como Angela & Strawberry.

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Para no ir más lejos, Jiménez tiene un registro de este tipo de embarradas de personajes colombianos. La más graciosa, sin duda, salió de la cuenta del entonces senador Germán Vargas Lleras, quien impulsaba la Ley de Derechos de Autor, “pero en Twitter puso un enlace de Cuevana, un sitio que distribuía películas ilegalmente”. También tiene ejemplos de errores similares en cuentas de la Gobernación de Antioquia que consistían en “enviar mensajes privados y románticos a través de este canal público”, relata Jiménez.

Muchas de estas equivocaciones no tienen mayores consecuencias, pero otras generan una vergüenza que perdura por un buen tiempo. Eso le pasó a Catalina, filósofa de 23 años que un día se estaba probando vestidos de baño con su mamá. Ante la indecisión de cuál escoger, ella le pidió que le tomara una foto y se la enviara a su hermana para que ayudara a elegir una opción. Su mamá acogió la orden, pero, sin darse cuenta, envió las fotos al taxista que las había llevado al almacén con un mensaje: “Opina”. “La foto era horrible y tenía un espejo detrás, o sea que la vista era completa. Mi preocupación era que se la enviara a todos sus colegas”.

Otros ponen en peligro el puesto. Gloria, una experta en relaciones internacionales que debe lidiar a diario con embajadas, tuvo una vergüenza similar con un chat del trabajo mientras solucionaba un tema urgente con un funcionario diplomático. Ella sintió que su destinatario no estaba respondiendo con la celeridad que merecía el caso, y sin pensarlo mucho tomó un pantallazo de la conversación y se lo envió a una amiga con el comentario “¡qué tal este tipo!”, con tan mala suerte que se lo envió al propio funcionario. Antes de que lo leyera tuvo que llamarlo y ofrecerle excusas, pero solo logró que las aceptara tras soportar un regaño sobre cómo las conversaciones diplomáticas debían permanecer en total confidencialidad.

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Algo similar le sucedió a Iván, arquitecto de 30 años, mientras chateaba por WhatsApp con una clienta y ella le pedía insistentemente que se reunieran. El grabó un mensaje de voz a su amigo diciendo “oiga, hermano, qué cansona esta vieja con el tema de las reuniones, que no moleste más y me mande un ‘mail’”. Pero le mandó el audio a ella y cuando se dio cuenta de su error “quería salir de este planeta”. Hasta el sol de hoy sigue apenado con ella porque ninguno se atrevió a decir nada. Por eso las charlas son más tensas.

Todos estos usos incorrectos de la tecnología tienen consecuencias en las relaciones interpersonales. Laura, por ejemplo, dejó de hablarse con una amiga luego de que ella puso equivocadamente un mensaje en un chat grupal que discutía sobre discriminación racial. “Ella le tomó un pantallazo a mi comentario y escribió ‘esta tonta qué se cree, si es más blanca que la leche y hablando de racismo’ y por error lo envió al grupo”. Muchos han revelado sin querer sus infidelidades a sus propias parejas y otros tantos han quedado involucrados en escándalos de corrupción. Dicen que Facebook es el culpable de 28 millones de divorcios en el mundo, pero Jiménez se pregunta si realmente la tecnología es culpable o el problema está en la hipocresía de la raza humana.

De acuerdo con los expertos en tecnología este tipo de errores sucede por varias razones. Jiménez señala que “un gran factor de riesgo aparece al tener abiertos tres chats grupales en simultánea, en tiempo real, en lugar de conversar con cada uno en exclusiva”, señala. A esto se une la inmediatez y la falta de concentración, características de los usuarios que tienen en sus manos dispositivos móviles. Según Jiménez eso sucede porque la gente aún es novata digital y no conoce las reglas del juego de estos dispositivos.

Por eso, el primer mensaje es prevenir, y en este frente la regla de los tres segundos es infalible. Tomarse ese tiempo para revisar el mensaje y cerciorarse del destinatario es crucial antes de hacer clic, porque obliga al usuario a enfocarse en lo que está haciendo y además puede ayudar a corregir otro problema: el que proviene de la herramienta de autocorrección de estas aplicaciones digitales.

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En efecto, Fernando, un administrador de empresas de 26 años, quería preguntarle un día a su jefe, una mujer, cómo iba un asunto en el trabajo y escribió “¿cómo va la vaina?”, pero su autocorrector en su aplicación se lo cambió a “¿cómo va la vagina?”. “Aún me debato entre la risa y la pena”, dice el profesional. María Martínez cuenta que acababa de conocer a una socia potencial para un proyecto, y en un chat por WhatsApp está dijo que estaba “puyando” para que saliera el contrato. María le contestó “dale, puya”, pero el autocorrector cambió la ‘y’ por ‘t’ en la segunda palabra. “La acababa de conocer y sentí tanta vergüenza que tuve que excusarme”. Después de este incidente María dejó de usar esa palabra en las redes sociales.

WhatsApp instaló recientemente otra medida preventiva consistente en la posibilidad de eliminar los mensajes. Pero esa estrategia funciona mientras la otra persona no esté en línea y no haya visto el texto. Si ya lo hizo, es posible que ya no haya más que hacer que, como recomiendan los expertos, hacerse responsable del error y ofrecer disculpas. “La gente lo respetará más por su honestidad que por salirse del asunto sin decir nada”, dice Richie Friedman, un experto en etiqueta digital.

El psicólogo Camilo Mendoza recomienda descargarse de los problemas en espacios confidenciales, pero nunca ventilarlos por las redes sociales, ni siquiera en conversaciones privadas.

Lo peor es hacer nada. Según Brenna Ehrilich y Andre Bartz, autoras del libro Cosas que los hípsters odian, siempre hay que actuar pronto, pedir disculpas y “dependiendo de la situación, rezar y prepararse para empacar sus cosas”.

Jiménez agrega que más que evitar hacer capturas de pantallas o comentarios soeces, hay que tener un código de comportamiento y evitar decir cosas en las redes de las que luego se arrepentirá. “La regla general es no publicar cosas de las que luego no se sentirá orgulloso, así sea una foto inapropiada, o una frase negativa que puede afectar la reputación de otro. Así, si manda algo por error, no será dramático”.