Sexo
¿Es necesario tanto sexo? Hablan los expertos
Hacer el amor con mayor frecuencia no necesariamente hace más felices a las parejas.
El sexo es uno de los grandes placeres de la vida y, por tanto, impera la creencia de que son más dichosos quienes lo disfrutan con mayor asiduidad. Mil mujeres encuestadas recientemente en Estados Unidos lo ubicaron en el primer lugar de las actividades que las complacen.
Años atrás, cuando se estudiaron las relaciones entre ingresos, actividad erótica y felicidad, con la participación de 16.000 voluntarios, la conclusión fue que aumentar las relaciones sexuales de una vez al mes a una por semana, acrecienta la sensación de felicidad, del mismo modo en que lo hace tener un excedente de 50 mil dólares en la cuenta bancaria.
“Unos creen que lo hacen mucho y otros que muy poco”, apunta el doctor Robert Weiss, magíster en bienestar social de la University of California en Los Ángeles, UCLA, y experto en la adicción al sexo, quien además asegura que la preocupación por la frecuencia en la práctica del sexo es muy legítima y puede producir estrés, depresión, ansiedad, problemas de autoestima y hasta el fin de una relación.
Ahora, los científicos están empeñados en remover un poco las aguas para probar que la ecuación ‘a más cama, más gozo’ no es tan directa. Quizá, alegan algunos, las parejas más contentas tienen más sexo, pero, ¿cómo saber si su acoplamiento en la alcoba es la causa de su buena relación? ¿No será, se preguntan otros, que es su buen avenimiento lo que los lleva a hacer vida marital más a menudo y no lo contrario?
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Para despejar estas dudas, la Carnegie Mellon University, de Pittsburgh, Pensilvania, emprendió el primer examen científico (los anteriores solo se basaron en encuestas) sobre la conexión entre sexo y felicidad y las conclusiones, publicadas en The Journal of Economic Behavior and Organization, desvirtuaron lo que se tenía por obvio.
El proyecto reclutó a 64 parejas adultas entre los 35 y los 65 años, casadas y heterosexuales. Los investigadores las interrogaron sobre cada cuánto tenían sexo, qué tanto lo disfrutaban y qué tan felices eran, a partir de cuestionarios estándar que evalúan el estado de ánimo. Luego, los matrimonios fueron divididos en dos grupos, al azar. A una mitad se le pidió que siguiera con su vida sexual normal, mientras que a la otra se le solicitó que la incrementara. Así, los matrimonios que hacían el amor una vez al mes (el mínimo para ser incluidos en el estudio) debieron hacerlo dos. Y aquellos que procedían tres veces a la semana, debían subir la frecuencia a seis.
La práctica duró tres meses y los voluntarios, además, debían responder diariamente un temario sobre cómo estaban viviendo la experiencia y el modo en que ello afectaba su humor.
Al final, varias parejas cumplieron con el pedido de doblar sus encuentros y hubo en promedio 40 % de incremento en las relaciones de todo el grupo. Pero, según sus respuestas, esto no los hizo más felices, sino que, al contrario, se sintieron bajos de energía, menos entusiastas. Hombres y mujeres refirieron que los coitos adicionales no fueron tan buenos como los acostumbrados, de modo que no les prodigaron mucha satisfacción.
El director de la investigación, George Loewenstein, dijo que este desenlace no debería causar sorpresa, si se tiene en cuenta un principio simple: “Nada puede ser más desalentador que convertir algo en una obligación”. Si las parejas se mostraron menos alegres por tener más sexo, explicó, fue porque lo estaban haciendo a pedido de otros. “Parece que hacer el amor por una razón distinta a que te gusta o que quieres hacerlo, puede minar la calidad de ese momento y el humor resultante de ello”, explicó Loewenstein, economista y una autoridad en economía conductual y neuroeconomía, campo interdisciplinario que busca explicar cómo se da la toma de decisiones en el ser humano.
Para este doctor en Economía de la Universidad de Yale, es posible que los estudios que asocian frecuencia sexual con felicidad hayan soslayado el real vínculo entre los dos: el deleite. Quienes se entienden en la cama, disfrutan más y es ese placer del acto lo que mejora su estado de ánimo y no cuán a menudo sucede, le declaró a The New York Times.
Tamar Krishnamurti, otra especialista que participó en la indagación, le dijo a The Guardian que “el deseo de tener sexo disminuye mucho más rápido que su goce, una vez que este se ha iniciado”. ¿Qué se puede hacer? “En vez de enfocarse en incrementar la frecuencia de las relaciones, para retomar el nivel que lograban al comienzo de su relación, las parejas pueden más bien trabajar en crear un ambiente que detone y haga más divertido su erotismo”. En fin, hay que concentrarse en la calidad más que en la cantidad si se quiere tener una vida sexual plena, puntualiza Loewenstein. No obstante las revelaciones de su trabajo, él piensa que los matrimonios de hoy hacen muy poco el amor y que volverse más fieles a ello, de la manera correcta, puede resultar benéfico.
En efecto, cifras de la General Social Survey señalan que en Estados Unidos las parejas casadas hacen el amor 58 veces al año, en promedio, lo que es visto como bastante poco si se tiene en cuenta que los recién casados y los veinteañeros lo hacen un promedio de 111 veces anualmente.
Al respecto, el doctor Robert Weiss, autor de libros como Always Turned On: Sex Addiction in the Digital Age, recomienda, para comenzar, liberarse de los tabúes y de los prejuicios. “No se es hipersexual si se está por encima de las cifras, ni atrofiado si se está por debajo de ellas”, aclaró en un mensaje electrónico para este artículo. También recordó que cada persona y pareja son diferentes y que no hay una norma para la conducta sexual, mientras esta no sea ilegal ni afecte la autoestima o a los demás.
Weiss fue enfático en que la excitación sexual humana es influenciada por múltiples factores, como la edad, la salud física y emocional, la presencia de niños en el hogar, pérdidas recientes, medicamentos, desbalances hormonales, abuso de alcohol y drogas, recarga laboral, estrés, traumas por abuso y disminución de la atracción física, entre otros. “Así es como somos y no hay nada inherentemente bueno o malo en eso”, advierte, y recuerda que menos sexo no significa obligatoriamente menos amor. “Para muchas parejas que han estado juntas por largo tiempo es más significativo el sentido mutuo de confianza que las noches tórridas de sexo”. Sin embargo, si la poca frecuencia se convierte en una seria preocupación, insta a hacer un poquito de esfuerzo. “Eso ayuda”, dice, “en especial si la conexión emocional sigue siendo fuerte”. También aconseja buscar la causa del problema y la ayuda de un consejero de parejas.
*Este artículo fue publicado en la revista Fucsia.