Bienestar

¿Es posible pagar impuestos y ser feliz?

Algunos estudios sobre felicidad señalan que se puede hacer la declaración de renta sin estrés y pagar sin amarguras. ¿Qué hay de cierto?

Silvia Camargo*
14 de septiembre de 2018
| Foto: Istock

A nadie le gusta pagar impuestos. Eso lo saben todos los colombianos que por estos días preparan su declaración de renta y lo hacen amargados y con rabia. “No veo lo que pago reflejado en lo público”, dice una madre de tres que trabaja por proyectos y se siente perseguida por la DIAN. Además tiene que pagar por salud privada y por el colegio de sus hijos porque no considera que estos servicios públicos sean de calidad. Por eso, la idea de que pagar impuestos da felicidad, como lo afirman algunos estudios, resulta difícil de digerir. Aún más, para la mayoría, esas dos palabras son antónimas.

Pero según Benjamin Radcliff, sociólogo de la Universidad de Notre Dame, quien ha investigado a fondo el tema, en Europa occidental, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, y aquellos países considerados democracias industriales, el nivel de carga total de impuestos (el total de la economía que el gobierno recauda como porcentaje del PIB)  está asociado positivamente a la satisfacción de vida. De hecho, el World Happiness Report, un reconocido sondeo que establece el escalafón de los países más felices del mundo, señala que hay una relación entre pagar impuestos y felicidad. Los ejemplos son Finlandia, Noruega y Dinamarca, los países más felices del planeta que también son los que más pagan impuestos, hasta 60 por ciento de sus ingresos.

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Los expertos dicen que se deben diferenciar dos procesos, el primero es el hecho de pagar. A nadie le gusta hacer ese papeleo ni hacerle un cheque al gobierno.  “Pero otro asunto es que la gente sí aprecia las cosas que los impuestos traen a la sociedad como distribución de la riqueza, salud y  educación para todos”, dice Radcliff a esta revista.  Para que esto sea posible, aclara, es necesario que el método utilizado para imponer impuestos sea progresivo, es decir, que la mayor carga no recaiga en los más pobres sino en los más ricos, y de alguna manera el tributo se distribuya de una manera equitativa. También se requiere que la corrupción no sea un gran problema. Además para que haya dicha al pagar impuestos es requisito que el gobierno administre los fondos de manera profesional y eficiente, de modo que el dinero se gaste en el beneficio de los ciudadanos y no se desvíe a los corruptos o se malgaste. En otras palabras, “los impuestos altos hacen al mundo mejor en el contexto de baja corrupción y alta eficiencia en la administración del gobierno”, dice el experto.

Eso explicaría la insatisfacción de muchos colombianos al hacer esa contribución obligatoria. Las quejas de la mayoría son precisamente esas: sienten que pagan mucho pero ese aporte no se ve reflejado en beneficios para ellos. Además les parece injusto que no todos paguen.  Creen además que esa plata es perdida debido al alto nivel de corrupción. En Colombia la clase media trabajadora se siente más golpeada porque, a diferencia de otros, que logran esconder sus aportes debido a que reciben sus ingresos en efectivo o se aprovechan de las deficiencias del sistema para no reportar su verdadero patrimonio, este grupo sí tiene que tributar.

¿Tienen razón de estar infelices? Los expertos señalan que algunas de esas quejas son infundadas. Según Juan Ricardo Ortega, ex director de la DIAN, creer, por ejemplo que no todos están en la cama a la hora de contribuir con el fisco no es tan cierto. “Impuestos paga el pueblo con un I.V.A del 19 por ciento, más impuestos al consumo y aranceles y el 4 x1000. Los colombianos pagan 65.3 billones en I.V.A por gasolina, las rentas de las personas naturales, la mayoría asalariados y no ricos, son de 7 billones y 70 por ciento de las empresas pagan 50 billones”, dice a SEMANA. Y, para Ortega, todo aquel que tributa contribuye. Maneras en que se reflejan los impuestos que los colombianos pagan son los colegios públicos, los hospitales públicos, los parques naturales, las vías, los servicios públicos domiciliarios, los subsidios y los programas sociales como familias en acción, para nombrar solo algunas.  “Uno va al barrio El Tunal, en Bogotá, y claramente ve lo importante que es lo público”, dice.

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Según Sebastián Rodríguez, experto en finanzas personales,  los impuestos no traen felicidad ni se pagan con gusto porque la gente no los tiene previstos. En sus charlas recomienda ahorrar para siete cosas, entre las que están los imprevistos, pero también para las necesidades a corto y largo plazo, grupo en el que se encuentran los impuestos, que llegan una vez al año, sin falta. La gente, dice Rodríguez, debe tener un ahorro para esas necesidades como el Soat, el impuesto de renta y para el contador, si es de los que usa los servicios de este profesional para hacer el trámite. Pero la mayoría, sin embargo, no proyecta estos gastos ni se programa. “Si uno no tiene la plata da mucha más rabia porque tiene que recurrir a la tarjeta de crédito y pagar con intereses”, dice. El otro motivo de infelicidad a la hora de pagar impuestos, añade, es que la gente siente que al hacerlo le da de comer a los corruptos. “Por herencia cultural la gente en Colombia siente que hacerlo es equivalente a que lo están robando”, dice el experto.

No hay duda de que entre la felicidad de pagar impuestos se interpone la corrupción de un país. Según Ortega, en ese caso los colombianos tienen toda la razón de sentir rabia porque “dan asco la impunidad y mediocridad de las instituciones”.  Para Andrés Hernández, director de Transparencia Internacional Colombia, es imposible calcular cuánto cuesta la corrupción de cualquier país porque es un delito cuya actuación es “opaca e ilícita”, dice.  Hay algunos reportes como el de la Universidad Externado, en el que se pudo comprobar que en un año la corrupción le cuesta al país 9 billones de pesos del erario, pero la Contraloría General de la Nación maneja otra calculo y es de entre 50 y 60 billones.  “Nosotros hacemos otras aproximaciones, pero es posible que esas cifras no sean fieles”, afirma Rodríguez.

No conocer la dimensión del problema hace que muchos tengan la percepción de que la corrupción está desbordada y que pagar impuestos es botar la plata. Pero no es así. “Todo lo que tenemos alrededor cuesta: las vías, el alumbrado público, las escuelas y si se robaran todo no habría nada. En gran medida el estado funciona con los impuestos”.  No pagar impuestos con la excusa de que se los roban es caer en un círculo vicioso en el que se combate un acto ilícito con otro. “Pero si entiendo que el que paga lo haga con rabia y le duela”, dice Hernández, y explica que esa es la razón de la desconfianza en las instituciones públicas. Sin embargo, piensa que hay que cambiar la cultura y los comportamientos sociales. Lo primero que anota es dejar de pensar que los impuestos son plata que se perdió o que ese dinero no es de todos. “Hay que exigir y pedir cuentas de esos recursos porque en muchos lugares el cálculo del corrupto es ‘no me van a sancionar’ y ‘socialmente nadie me pide cuentas’”.



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Algunos opinan que los ciudadanos deben aprender los conceptos básicos sobre impuestos para que el nivel de las discusiones se eleve.  Eso dice Marjorie Kornhauser, experta en impuestos de la Universidad de Tulane, quien puso en marcha en 2013 un curso denominado TaxJazz para estudiantes de colegio,  en el que aprenden los fundamentos de la tributación. “Si sabemos más, probablemente tendremos desacuerdos pero al menos las discusiones podrían ser más racionales y producir políticas más coherentes”.

La ciencia ya tiene la fórmula para hacer que los ciudadanos vivan más felices, aún pagando sus impuestos. Para Radcliff es claro que los gobernantes deben generar confianza entre la  gente, “al menos lo suficiente para que vean que son eficientes y justos en el gasto y no corruptos”, dice. Cuando eso sucede sube la moral tributaria, un concepto que indica el grado de aceptación que tiene la gente a la hora de pagar y de ver su aporte como una contribución a la sociedad. “No es una creencia, es lo que realmente sucede. A la gente no le importa pagar impuestos cuando ve que la inversión de ese dinero mejora la vida de la mayoría”, explica. Añade que todos se benefician de un gobierno que gasta. Un gran sistema de bienestar, por ejemplo, reduce el crimen e incrementa el capital social al punto que hay más cohesión entre los miembros de la sociedad.

Mientras se reduce la corrupción y se logra que todos los colombianos contribuyan lo justo, señor contribuyente, ahorre y pague a tiempo, y mire alrededor para confirmar en hechos palpables como ese pago que hizo ayuda a sostener el funcionamiento de la ciudad en la que vive. Eso lo hará un poco más feliz.  Y como dicen los expertos, cuando vea actos de corrupción o de malgasto del presupuesto, no solo en el presupuesto general sino en los concretos como el gasto en la escuela, quéjese y denuncie. Pagar impuestos le brindará ese derecho a protestar, y un poco más de satisfacción.

*Editora Vida Moderna SEMANA. 

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