“Mamá, es que yo veo pasar personas a mi lado”, le confesó un día Daniel a su madre, la escritora colombiana Piedad Bonnett. Aunque fue la única vez que lo escuchó decir algo sobre las visiones que lo perturbaban, Bonnett no pensó que su hijo fuera a quitarse la vida, lo que sucedió el 14 de mayo de 2011 cuando tenía 28 años. En su más reciente libro Lo que no tiene nombre, la autora narra el doloroso proceso de aceptación que ha vivido desde aquel fatídico día y habla sobre la enfermedad que originó su tragedia: la esquizofrenia, un mal que afecta a cerca del 0,5 por ciento de la población mundial.
Pese a que la incidencia en la población es baja, esta enfermedad es una carga difícil de llevar para el paciente y sus familias. Se trata de un desorden mental que altera el juicio y el raciocinio de una persona y le hace tener delirios y alucinaciones frecuentes acompañados de ataques de ansiedad y depresión. Una conducta que “a todas luces es vista por los demás como anormal y fuera de la realidad”, dijo a SEMANA Cristian Muñoz, psiquiatra especializado en Psicofarmacología. Estos episodios, asociados con la locura, por lo general le ocurren a personas entre los 18 y 25 años, especialmente a los hombres.
Algunos de ellos sufren frecuentes alucinaciones, pero el enfermo conserva su memoria, concentración y motivación. Otros en cambio sufren delirios y tienen dificultades para llevar una vida normal. No en vano ocupa el puesto número diez entre las patologías que mayor discapacidad genera en el mundo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). A pesar de esto, gente como el matemático John Nash, ganador del premio Nobel, y el músico Syd Barrett, primer líder de la banda de rock Pink Floyd, han sido celebridades a pesar de ser esquizofrénicos.
Varios estudios científicos han demostrado que la genética es un factor determinante en el desarrollo de la esquizofrenia. Por eso son más propensos quienes tengan antecedentes en su familia. Sin embargo, el entorno también es determinante, pues si alguien tiene predisposición genética y ha tenido que lidiar con estrés severo, va a estar en mayor riesgo, así como quien consume sustancias psicoactivas como la marihuana o el alcohol.
Lo preocupante es que el nivel de exigencia y la competitividad del siglo XXI están haciendo que los esquizofrenicos sean más vulnerables al suicidio. “La ansiedad y el estrés se convierten en un detonante para entrar en crisis recurrentes”, explicó a SEMANA Jorge Forero, presidente del Instituto para el Desarrollo de la Salud Emocional en Colombia.
Otro punto que dificulta el tratamiento es que la esquizofrenia es difícil de diagnosticar. A diferencia de otros males no puede detectarse con pruebas de sangre o mapeos cerebrales, sino “únicamente por medio de síntomas o manifestaciones clínicas, que además son muy variables”, señaló a esta revista Neel Burton, profesor de Psiquiatría de la Universidad de Oxford y autor del libro Living with Schizophrenia. Hay pacientes que tienen alucinaciones, pero no consultan porque no saben que la padecen o porque los síntomas son intermitentes.
En algunos casos la gente comete el error de asociarla con la bipolaridad. Y aunque hay cuadros como el esquizoafectivo, que padecía Daniel, en el cual ambos trastornos comparten algunas características “el bipolar tiene variaciones del estado de ánimo que oscilan entre la manía y la depresión. En cambio el esquizofrénico se sale de la realidad y construye un mundo aparte”, afirma Muñoz.
No reconocer la enfermedad a tiempo es grave porque el diagnóstico temprano es crucial para mejorar el pronóstico de cualquier paciente. Hoy existen tratamientos efectivos para controlarla que combinan psicoterapia con fármacos antipsicóticos. “Estos últimos tienen menos efectos secundarios que las drogas que se suministraban hace 20 años”, señaló Muñoz. Según cifras reveladas en un encuentro sobre esquizofrenia y bipolaridad celebrado en Bogotá en 2012, el 60 por ciento de los pacientes diagnosticados que reciban un tratamiento adecuado que incluya psicoterapia, formulación de fármacos y rehabilitación, puede llevar una vida satisfactoria.
Otra de las claves para tener éxito en el tratamiento de la esquizofrenia es que el paciente al igual que sus familiares la acepten. Y según Néstor Ortiz, psiquiatra de la Asociación Colombiana de Personas con Esquizofrenia y sus Familias esto se debe a que “genera un estigma en la sociedad”, dijo a SEMANA. El experto lleva 15 años trabajando con estos enfermos y afirma que el obstáculo más grande es pensar que se trata de un mal pasajero y por eso algunos abandonan el tratamiento. “Es muy importante que el paciente y sus allegados conozcan a fondo en qué consiste y cómo pueden combatirla”, añade Ortiz.
Se estima que entre el 9 y 13 por ciento de los invididuos diagnosticados con esquizofrenia se suicida, como le sucedió a Daniel. Aunque la cifra es alta, estudios recientes han revelado que en los últimos años la tasa ha disminuido. Sin embargo, el desafío es conseguir que bajen aún más. Anteriormente, quien fuera diagnosticado con este mal estaba condenado a estar recluido en un centro psiquiátrico, pero ahora “los esquizofrénicos tienen una oportunidad de tener calidad de vida. Todo depende de que reciban un tratamiento integral”, concluye Burton.