Diversidad
“Estamos viviendo un apocalipsis”: la bióloga Brigitte Baptiste habla de su más reciente libro y la actual crisis ambiental que vive el país
Brigitte Baptiste presenta en el Hay Festival ‘El mundo según Brigitte’, un relato íntimo en el que expone sin filtros su lucha personal como mujer trans y sus reflexiones sobre el medioambiente. La bióloga y científica, rectora de la EAN, conversó con SEMANA.
SEMANA: En este libro usted interpreta lo ambiental desde su propia transición de género para convertirse en Brigitte Baptiste. ¿Cómo entender esa analogía?
Brigitte Baptiste: A medida que vivimos y experimentamos nuestro cuerpo, aprendemos que, al igual que la naturaleza, nos transformamos continuamente. Hay cosas que nos gustan, otras que no y otras con las que aprendemos a vivir. Eso mismo vive el mundo con el cambio climático, cosas del planeta que podemos replantear y otras con las que tenemos que convivir. Y si en términos ambientales viviéramos tan honestos como lo hacemos con nuestro propio cuerpo, no estaríamos en una situación tan crítica. Esas cosas que no hemos cambiado para cuidar al planeta nos obligarán a cambiar, no hay otro camino. El gran aprendizaje será cómo nos adaptamos a esos cambios. El libro invita a arriesgarnos a experimentar, pero entendiendo que debemos habitar del mejor modo nuestro cuerpo y el mundo en el que vivimos.
SEMANA: ¿Qué la animó a elaborar un relato tan íntimo, mostrar el mundo según Brigitte?
B.B.: Cuando uno se convierte en figura pública, le debe eso a la gente: mostrarse de la manera más genuina. Quién es uno y por qué dice lo que dice y hace lo que hace. Este libro fue un ejercicio para invitar a las personas a abrir el diálogo sobre la diversidad así la discusión sea compleja. Y que la gente entienda también mi posición sobre temas ambientales y de género. No son posiciones ligeras, sino largamente configuradas.
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SEMANA: Colombia ha sido un país muy conservador. Ahora, con luchas como la suya, ¿está más preparado para hablar de diversidad?
B.B.: Sí, indudablemente, a medida que han llegado nuevas generaciones y visiones más globalizadas de lo identitario, ha habido mayor flexibilidad e interés en la diferencia; menos miedo. Y eso hace que muchas expresiones de la diversidad circulen sin recibir tantas críticas. En los ochenta se hablaba de hacer visibles y respetar comportamientos homosexuales. Hoy, de otras diversidades sexuales y de género y de la configuración de nuevas formas de familia.
SEMANA: ¿Qué falta? En las redes sociales, por ejemplo, el diálogo es aún muy ofensivo.
B.B.: Falta más diálogo en las instituciones educativas. Una discusión más abierta para retar los estereotipos y determinismos biológicos que la gente esgrime cuando se pone tan visceral en sus ataques. A una mujer trans, por ejemplo, se le ataca por no ser mujer biológica. Pero ¿qué significa ser mujer? ¿Es solo una representación veterinaria de la feminidad humana o una construcción cultural? Hay gente que hace interpretaciones muy básicas y se casa para siempre con eso. Todo el tiempo tengo esa conversación en las redes, donde me dicen que no soy mujer porque no tengo vagina. Como si ese solo hecho definiera a la mujer. La invitación es a complejizar más las conversaciones.
SEMANA: Hablemos de su lucha, de los años de soledad iniciales a esa enorme visibilidad actual. ¿Cómo describiría tal camino en la diversidad?
B.B.: Ha sido sobre todo una lucha larga conmigo misma para, primero, entenderme y saber quién soy, mi posición e insatisfacción en el mundo. En dónde radicaba la incomodidad y cómo podía abordarla sin autodestruirme ni romper las relaciones afectivas. Todos nos vemos enfrentados a eso, en muchos niveles, en un mundo que categoriza tanto y que es tan duro: “¿Usted qué y quién es? Defínase para saber si tengo algo que ver con usted o si lo quiero mantener lejos”. En mi caso, esa lucha fue de mucha soledad, autoflagelación y autocrítica. Luego vino una lucha de tejer una nueva trama de relaciones en las que uno se da la posibilidad de existir y de contarles a otros de esa transformación. Cuando voy a talleres, hay niños que me preguntan por qué me pongo aretes, y ese acercamiento genuino es lo que abre el diálogo para hablar sobre la diferencia.
SEMANA: En el libro usted dice que nunca pensó que Brigitte tendría una oportunidad.
B.B.: Hasta cierto momento de mi vida, me acostumbré a disfrutar el presente para no pensar lo imposible. Pero la oportunidad de brillar te la dan las demás personas en la medida en que uno plantea su realidad y los demás responden de manera asertiva. Ellos entendieron, cuando me convertí en Brigitte, que había sufrido mucho. Y no quisieron ser un obstáculo para mi felicidad.
SEMANA: ¿Encontró resistencia en la academia?
B.B.: No, porque mi transición fue tardía, a los 35 años, cuando tenía una carrera construida, un puesto ganado por mis méritos académicos.
SEMANA: Usted es Brigitte Luis Guillermo Baptista en la cédula. ¿Dónde quedó Luis Guillermo?
B.B.: No es que tenga dos identidades. Convertirme en Brigitte fue la oportunidad de sanar una herida, un acto, un ritual de paso. La posibilidad de poder ser libre y autoconstruirme sin restricciones sociales, sin el arnés de las convenciones de los demás.
SEMANA: En este libro recoge también su historia de amor con Adriana, una muy particular construida desde la diferencia.
B.B.: La relación con Adriana ha sido fundamental en mi vida y ha servido para desmitificar muchas perspectivas de lo que hoy significa ser mujer. Enamorarme de Adriana nos obligó a una conversación profunda en medio de la complejidad. Brigitte no existiría sin Adriana, y ella tampoco sería la que es hoy sin Brigitte. Yo no esperaba tener hijos biológicos porque mi expectativa como mujer y con un cuerpo que no podía gestar era muy frustrante. Y hoy sé que muchos hombres trans gestan con una pareja que entiende que dar a luz no es lo que nos convierte en mujeres.
SEMANA: ¿Cómo fue ese camino con sus hijas? En el libro cuenta que había gente que los amenazaba con llamar al ICBF por no ser una familia tradicional.
B.B.: Ellas tienen una expresión de sus identidades tremendamente gozosa, espontánea, autónoma. Con todas las garantías de que siempre tendrán un respaldo afectivo en cada una de sus decisiones. Son privilegiadas, pues continuamente conozco a jóvenes que están en una situación de tortura por sus identidades y la dificultad de expresarse con libertad. Eso me duele mucho. En mis redes me escriben estudiantes de mi universidad y otras partes del mundo y me cuentan esas experiencias dolorosas. Aún nos falta construir un espacio seguro para que los jóvenes que crecen con esos miedos se puedan expresar. Espacios para las infancias trans, a las que no les permiten expresarse libremente y donde el Estado tiene visiones muy duras. En mi caso, ya era una mujer en mi infancia y siempre lo he sido, pero no se me permitía manifestarlo ni experimentarlo. Hoy muchos pasan por eso mismo.
SEMANA: Esta conversación se da mientras vemos imágenes apocalípticas: el río Míchigan congelado y kilómetros de cerros colombianos ardiendo. ¿Estamos un punto de no retorno?
B.B.: Mientras respondo esto, veo arder desde mi ventana un eucalipto de 40 metros en los cerros orientales de Bogotá. Creo que esto que está pasando es la ratificación de que se acabó una era. Sí hay un fin de los tiempos y un apocalipsis. Pero el reto ahora es crear el mundo del futuro. Al ser del mundo de la academia, trabajo desde una perspectiva propositiva, en la que espero que ayudemos a crear el mundo del mañana. Lo que vivimos es una transición entre un modo de vida insostenible y un mundo que deberá vivirse de otra forma. Sí es cierto que el mundo se está acabando y toca adaptarse.
SEMANA: ¿Le duele su corazón de ambientalista?
B.B.: Mucho. Sobre todo cuando la escala de los eventos es dolorosa: cada vez que hago un sobrevuelo sobre el Amazonas y veo la deforestación, me deja triste. Me duele la destrucción injustificada de la vida. Frailejones quemados por la negligencia de personas que creen que pueden quemar un páramo porque tienen el derecho de hacerlo para luego poner sus vacas y apropiarse de la tierra. Pero, al ser bióloga, entiendo que la evolución de la vida requiere muerte, cerrar ciclos. Somos seres de paso que damos paso a nuevas vidas. Miro la quema de los cerros y no me parece desastre: es lo que tiene que pasar a menos que nosotros logremos reemplazar unos árboles que, de todos modos, tienen que morir por unas nuevas comunidades biológicas. Los frailejones vuelven a crecer y el mundo seguirá regenerándose a pesar de nosotros. Le tengo confianza a la naturaleza, no a los humanos.
SEMANA: Este Gobierno ha planteado acabar con la explotación de combustibles fósiles. ¿Eso es lo que salvará al país del extravío?
B.B.: Para nada. En Colombia detener la explotación de combustibles fósiles implica poner en riesgo nuestra capacidad adaptativa hacia el futuro. Nos dejará sin recursos para invertir en conservación y restauración. Hagamos lo que hagamos como colombianos, no vamos a cambiar el contenido de CO2 en la atmósfera. A escala mundial, ya hay unas rutas para que el mundo se dirija hacia el fin de los combustibles fósiles en unos 30 años. El cambio climático se causó desde los años setenta, y todo esto que vivimos es consecuencia de unos daños que se han venido causando desde hace más de medio siglo. Entonces, todo es cuestión de tiempo, eso no va a pasar de la noche a la mañana.