Ciencia
Esto es lo que pasaría si una fuerte tormenta solar golpea la Tierra
Si cree que la humanidad atraviesa una tragedia, está equivocado. En la lista de las amenazas que enfrenta, este fenómeno causaría un caos tal en la vida cotidiana que la covid-19 parecería un juego de niños.
Al despertarse en la mañana sería imposible conectarse por Zoom para la clase diaria de yoga, el mensaje a su colega por WhatsApp quedaría sin enviar y las llamadas por celular también. Sería inútil intentar hacer una transacción bancaria o poner su reloj inteligente para calcular el ejercicio que está haciendo. El Uber que lo lleva al trabajo no podría contar con Waze para circular por la ciudad. No habría Netflix y, en general, no habría internet. El mundo estaría paralizado porque los satélites que hacen posible este tipo de comunicación habrían desaparecido.
Todo eso sucedería si la Tierra sufriera una tormenta solar abrupta y fuerte. Estos eventos descargan una energía equivalente a 100 veces el arsenal nuclear mundial, pero usualmente se esparce en la inmensidad del espacio.
No obstante, a veces alcanza la atmósfera terrestre, con resultados hoy insospechados. Los científicos han incluido a las tormentas solares entre los mayores riesgos para la humanidad, junto con los meteoritos, las pandemias, la explosión de un supervolcán o de una supernova.
Los expertos conocen sus riesgos porque ya han sucedido. La tormenta solar de 1856, por ejemplo, fue reseñada por científicos e historiadores como un gran espectáculo de luces. Y de hecho creó la aurora boreal más grande que se haya registrado. El campo magnético del planeta se deformó por completo y los aparatos eléctricos más sofisticados de la época, los telégrafos, dejaron de funcionar.
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Pero si ese mismo evento sucediera en 2020, la vida moderna sufriría una catástrofe enorme. Con más de 2.218 satélites artificiales en la órbita terrestre para facilitar las comunicaciones digitales, una fuerte tormenta solar acabaría, temporalmente al menos, con el mundo moderno. No sería mortal para el ser humano como un cometa o una guerra nuclear; sin embargo, afectaría tanto la infraestructura electrónica que podría hacer tambalear la supervivencia de la especie.
Las líneas de transmisión de electricidad quedarían inservibles, lo cual detendría el desarrollo de la economía, incluso más que con las cuarentenas provocadas en una pandemia. La sociedad perdería lo avanzado en más de 100 años y regresaría la economía del trueque. Prevén caos y anarquía mientras llegan los arreglos, que, en los escenarios más optimistas, tardarían meses. El mundo se recuperaría mucho más lentamente que con la crisis actual.
Hay divergencias entre los expertos frente a qué tan alto es el riesgo de que vuelva a ocurrir el evento Carrington, llamado así porque el astrónomo inglés Richard Carrington fue el primero en avistarlo.
Para algunos científicos, esa probabilidad apenas alcanza el 1 por ciento. Consideran que quienes advierten de esta amenaza hacen una tormenta en un vaso de agua. Pero otros observan lo sucedido con la pandemia este año, cuando ningún país estaba preparado para enfrentarla. Con ese ejemplo, piden recalcular estos riesgos para que no tomen a la humanidad con la guardia abajo.
El Sol, la estrella del sistema solar, está a 77 millones de kilómetros de la Tierra. En su superficie gaseosa hay continuamente una degradación de átomos en electrones y con frecuencia se producen impresionantes explosiones que disparan chorros de partículas energéticas al espacio. Los campos magnéticos de la Tierra, por fortuna, la protegen de este convulsionado clima espacial. Gracias a eso existe el espectáculo maravilloso de las auroras boreales o australes, según del hemisferio donde se observen.
Algunas veces, no obstante, como en los periodos de alta actividad solar, el astro emite miles de millones de toneladas de plasma y material de campo magnético de la corona del Sol. En esos casos, como sucedió en 1856, esas ráfagas alcanzan a llegar a la Tierra y afectan ese escudo magnético. Los expertos miden su intensidad en una escala en la cual G-1 sería la más leve y G-5, la más fuerte.
Nadie sabe aún por qué suceden, pero ciertamente pasan con cierta frecuencia y a veces pueden causar un impacto devastador. La razón es que estas tormentas son asimétricas y se producen en la medida en que el Sol rota mientras orbita el centro de la Vía Láctea. Por eso, el objeto que esté en dirección de la ráfaga puede resultar afectado.
La Nasa y la ESA enviaron el Solar Oritger para estudiar la superficie de este astro y entender, entre otras cosas, la causa de estas tormentas. Los astrofísicos piensan que si logran comprender el fenómeno, el mundo podrá defenderse mejor. Por ahora saben que las ráfagas estallan en la corona y salen eyectadas mientras el astro rota en una trayectoria fija. Eso significa que los demás planetas pueden resultar afectados en cualquier momento. Hay muchos registros de tormentas, pero las más recientes tuvieron lugar en 2012, en 2019 y en agosto de 2020. En estas oportunidades, como en tantas otras, la Tierra se salvó de milagro.
El día que tenga menos suerte, a los ocho minutos del estallido llegarían los rayos X, que viajan a la velocidad de la luz, e interrumpirían las señales de alta frecuencia usadas primordialmente en las comunicaciones transoceánicas. Así, muchos barcos quedarían a la deriva.
Una hora después arribarían las partículas cargadas que producirían auroras en la atmósfera superior de la Tierra. Será un espectáculo maravilloso, aunque no inocuo, pues dejaría una estela de destrucción al quemar prácticamente todos los circuitos electrónicos de los satélites. Algunos se dañarían por completo, y otros quedarían prácticamente inservibles. La navegación aérea y terrestre no podría ser posible por fallas de GPS. También colapsarían los mercados financieros, las tarjetas de crédito y los teléfonos móviles.
Lo peor llegaría un día después. Entre las primeras 24 horas y los siguientes cuatro días (según la velocidad a la que vaya), los físicos prevén que la masa emitida en la corona solar llegaría a la Tierra. Sobre las consecuencias de esto, la ciencia se encuentra en un terreno desconocido y, por lo tanto, en medio de una diversidad de opiniones. Para algunos, en el escenario más catastrófico, la corriente llegaría a los cables de alto voltaje de la red eléctrica y quemaría todos los transformadores, lo cual produciría un apagón general. “¿Qué vamos a hacer en ese corto tiempo de cuatro días?”, dice Ilan Kelman, profesor de desastres y salud de University College London, quien se toma muy en serio este riesgo. “Con ese aviso tan corto y sabiendo que las comunicaciones se van a dañar, ¿cómo reaccionará la gente?”, agrega.
Es fácil imaginar la respuesta ahora que el mundo ha vivido una emergencia por la pandemia: las personas arrasaron con los víveres de tiendas de mercado ante el anuncio de la llegada del coronavirus, y la economía y la vida cotidiana quedaron interrumpidas para proteger la salud. Por eso, muchos creen que ante un evento así, habría caos, pérdidas millonarias, incertidumbre y la humanidad tardaría años en recuperarse del golpe.
El orbitador solar es una de las soluciones al problema, pues conocer sobre el Sol permitirá entender los intríngulis del clima espacial que crea esta estrella. Aunque también es importante monitorear estas tormentas, como hacen los científicos hoy con los huracanes. Algunos satélites hacen dicho trabajo, pero podrían advertir una tormenta en dirección a la Tierra a apenas seis horas de llegar, margen demasiado corto para prepararse. Otras estrategias incluyen trabajar con Gobiernos y compañías privadas a fin de garantizar la manera de obtener energía suplementaria, al menos para cosas urgentes como las medicinas y la comida. Es posible que en estos años aumenten dichos eventos debido a que el Sol comienza un nuevo ciclo. Así, la pregunta no es si sucederá sino cuándo. ¿Estará el mundo preparado?