MOTIVACIÓN
Estudiar en Harvard no es un sueño imposible
La nueva generación de colombianos en esta prestigiosa universidad rompe el mito de que allí solo estudian delfines, ricos y genios. Esta es la historia de superación de algunos de ellos. La clave, dicen, es atreverse a aplicar.
A William Sierra lo reconocen todos en la glorieta de San Rafael, en Manizales, por su gorra roja con el nombre de Harvard grabado en la parte frontal. Desde hace 20 años este manizaleño de 56 años tiene un local donde vende comida rápida. Antes de eso fue administrador de granero, camionero, carnicero y cultivador de papa. Todo lo hizo en un sector de la ciudad conocido como La Galería adonde llegaron sus padres desde Boyacá. Allí trabajó, se casó y enviudó cuando su hijo Valentín tenía 11 años. Valentín, precisamente, le regaló en 2016 la gorra que hoy lleva con orgullo: “Yo vivía en Manizales, pero me fui de mochilero a São Paulo, cuando me avisaron que yo había sido aceptado para estudiar en la prestigiosa escuela de gobierno Harvard Kennedy School. Lo primero que hice fue llamarlo. Le dije llorando que la primera cosa que haría sería comprarle una gorra de Harvard porque había que celebrar”, recuerda Valentín.
William sabía que su hijo entraba en las grandes ligas porque él ya le había instruido en la materia: que de allá se han graduado 32 presidentes del mundo, incluido uno colombiano, Juan Manuel Santos, y que por sus aulas han pasado más de 40 premios Nobel. “Yo me sabía todas las cifras porque desde pequeño soñaba estudiar ahí”, dice Valentín, quien hizo su primaria y parte del bachillerato en un colegio público. Valentín volverá a Colombia en 2019, una vez termine su maestría de política pública que paga con un préstamo de Colfuturo.
De extracción humilde pero de familia muy trabajadora, Valentín Sierra es uno de los 109 colombianos que estudian en alguno de los programas de la universidad, la más prestigiosa en el mundo y la más antigua de Estados Unidos, fundada en 1636, más de un siglo antes de la Independencia. También es la más rica, con un capital que asciende a 36.000 millones de dólares, un presupuesto que supera al de muchos países en el mundo.
Según la Oficina Internacional de Harvard, en total hay 10.022 estudiantes extranjeros provenientes de 137 países. La cifra ha aumentado desde 2011, cuando eran 8.700, y la población de colombianos también lo ha hecho. En 2011 eran apenas 58 y el número no solo se ha doblado –hoy hay más colombianos que mexicanos y argentinos– sino que provienen de orígenes más diversos. “Ya no llegan solo los ricos y los miembros de la élite”, dice Isabel Londoño, coach en educación y graduada de esa alma máter.
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Antonio Copete, otro de ellos, un astrofísico de Bogotá, hizo su pregrado en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), el máster en Harvard y ahora adelanta estudios posdoctorales en el centro de astrofísica de esa universidad. Cuando pensó en hacer su pregrado allá, muchos creyeron que no lo lograría, pero sus padres lo apoyaron. Su papá nació en Tadó, Chocó, y su mamá en Guamal, Magdalena. Ambos hicieron el bachillerato en su región y luego fueron a la universidad en Bogotá. Allí encontraron trabajo en el sector público, donde se conocieron. “Hace poco estuvimos en Tadó y hoy hay una vía por la que se llega desde Quibdó en un par de horas”, dice Antonio. Pero en las épocas de estudiante de su padre el viaje tomaba casi todo un día, y como en Tadó solo había primaria, el padre tuvo que hacer su bachillerato en Quibdó con los obstáculos que esto suponía. Su madre tiene una historia similar. En ese contexto, Antonio pensó que “si mis padres dieron ese gran paso, yo también tenía que dar un gran salto”.
Soledad Rueda, de San Gil, Santander, es becaria Mason en administración pública y asegura que para llegar a Harvard no requirió tener plata, porque su familia no es adinerada, sino con ambiciones. Su mamá, cabeza de familia, educó a sus tres hijas convencida de que lo más importante es la educación. “Mi mamá, que es médico y se especializó como internista después de los 50 años, me decía que la falta de dinero no podía limitar mis sueños ni servir de excusa. ‘Tu mundo es tan grande como quieras que sea’, me decía”. El resultado es que ha hecho su carrera académica con becas. “Este año va a ser muy normal”, dice, porque antes de ir a Harvard pasó los últimos 12 años en medio del conflicto y la violencia: Gaza, Liberia, Somalia, Sudán del Sur y Myanmar, todo ello con el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
Posible, pero difícil
Es que a Harvard, como dice Londoño, no llegan los que no tienen recursos, sino lo más destacados en su área. Y todos ellos lo son. Jorge Cuartas, quien hace un doctorado en educación, no se siente genio, sino una persona disciplinada y estudiosa. “De hecho, no pasé en muchas universidades en Colombia para el pregrado”. Esto se explica a que en Harvard el proceso de selección es integral y además de los puntajes de los exámenes importan cómo escriben, su capacidad de liderazgo y las oportunidades que han aprovechado para ser mejores.
El hecho de que más personas del común y no solo los de la élite lleguen a Harvard tiene que ver, según Sierra, con la existencia de Colfuturo, del fondo Colombia-Harvard y al convenio Uniandes-Harvard. Los tres facilitan la ayuda financiera con préstamos y becas para sufragar el alto costo de estudiar y vivir allí, que asciende a unos 90.000 dólares al año, cerca de 270 millones de pesos. Cuartas explica que también ayudó el apoyo de otros que llegaron primero, no solo a Harvard, sino a otras universidades en Estados Unidos. “Yo nunca me hubiera imaginado venir aquí, pero un profesor de mi maestría me dijo que era posible y eso me ayudó”, dice. Jonathan Romero, un químico de la Universidad Nacional que desde 2014 es candidato a un doctorado, agrega que internet facilitó el acceso a la información sobre cómo aplicar y sobre el sistema de becas. “Todos tuvimos acceso a la información sobre la universidad en forma directa y pudimos soñar con la idea”.
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Cuando aplicaron casi todos creían tener una posibilidad en un millón. Jorge Tamayo, un paisa egresado de Eafit, fue a hacer el doctorado a la universidad del sur de California y al graduarse le dijo a su esposa que preparara las maletas para devolverse, pues solo un milagro lo dejaría en Estados Unidos. El milagro ocurrió. Aplicó a una convocatoria de investigador en el Harvard Business School. Nunca pensó que lo aceptarían porque competía con egresados de Yale y de Stanford, otras universidades privadas muy prestigiosas de ese país. “Pero pasé, y ahora seré profesor asistente en temas de competitividad en la mejor escuela de negocios del mundo”, dice.
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En Colombia a veces no les creen que estudien en Harvard o les dicen que estudiar allí es igual que ir una universidad colombiana porque usan los mismos libros. “Pero cuando los autores de esos libros o las personas que han propuesto sus ideas fundamentales dictan la clase, yo si veo una gran diferencia”, dice Copete. Romero agrega que en el departamento de Química hay tantos premios Nobel que “nos acostumbramos a verlos pasar por el campus. Es posible que te cruces con ellos sin saberlo”. Juan Pablo Herrera, un médico que trabaja en el Hospital Brigham and Women, también adscrito a Harvard, está en un proyecto de investigación con el cirujano que hizo el primer trasplante de cara en Estados Unidos.
Convivir con los grandes
Allí, dicen ellos, se aprende tanto de los profesores como de los alumnos. Copete conoció a Stephen Hawking en una conferencia organizada por investigadores de Harvard. Pero Juan Arrendo, un fotógrafo colombiano que ganó la beca Nieman en periodismo, cree que una ventaja de estar allí es conversar con sus colegas becados que a su vez ya ganaron el Pulitzer, o con periodistas transformadores “como una colega que reveló el genocidio de los rohingya en Myanmar”. Tomás Guerrero, el más joven del grupo y el único del Harvard College, es decir, en el pregrado, hizo unos semestres en la Universidad Javeriana antes de que lo aceptaran en Harvard. Siente que la gran diferencia es que los profesores son líderes reconocidos y la carga académica es más pesada. El próximo año planea entrar en el curso de psicología de Steven Pinker.
Para tener este gran privilegio ellos pagaron un precio alto, porque aplicar a esta universidad es como prepararse y correr una maratón. Muchos no lo logran. Al pregrado se presentan 3.500 estudiantes y solo reciben 1.000. En el caso de Manuel Patiño, un médico de la Universidad del Rosario, le tomó casi cuatro años lograrlo porque hay que tomar cuatro exámenes muy difíciles que solo se ofrecen en un momento del año. Quería ir al Massachusetts General Hospital, adscrito a la universidad, y se fue a investigar allá para hacer una hoja de vida más atractiva y tener más oportunidad. “Harvard es Harvard en todas las áreas, pero este es reconocido como uno de los mejores hospitales del mundo. Aquí se inventó la anestesia y mi sueño era trabajar ahí”, dice hoy cuando después de mucho esfuerzo fue aceptado para su especialización en radiología.
Valentín también aplicó varias veces. Otros lo lograron en el primer intento, pero tuvieron que luchar por conseguir los recursos para poder estudiar. Pero eso es más fácil porque una vez adentro, Harvard ayuda a los aceptados. Por eso hoy recomiendan a los interesados no solo aplicar a esta universidad, sino perseguir su sueño profesional y no rendirse ante el primer fracaso. Una gran dificultad es el inglés. Si bien todos deben hablar el idioma, les cuesta ganar confianza para participar en clase en forma relevante. También hay una gran presión porque los profesores son exigentes y los compañeros muy competitivos. “En los primeros semestres uno debe aprender a lidiar con ese deseo común de ser el primero porque es como si todo alrededor tuyo te exigiera ser el mejor aunque nadie te lo está pidiendo”, dice Jose Luis González, quien hace una maestría en salud pública.
Pero todo eso vale la pena, dice Soledad, porque las oportunidades son infinitas. “Siempre hay personas famosas o que te inspiran entre los profesores, los invitados o los compañeros de clases, ¡esa es la norma aquí!”. Ellos los encuentran en los eventos, en las clases o simplemente cruzando el corredor. El placer de verlos en carne y hueso, como si fueran vecinos, dice ella, “hace que su imagen deje de ser lejana y se convierta en un ejemplo real”.