SALUD
Hepatitis C y depresión: ¿cuál es la relación?
La hepatitis C puede ser aguda o crónica y derivar en enfermedades como cirrosis o cáncer.
La hepatitis C y la depresión son dos afecciones completamente diferentes que pueden ocurrir al mismo tiempo. De hecho, vivir con hepatitis C crónica aumenta el riesgo de que la persona pueda experimentar depresión.
Según la Biblioteca de Medicina de Estados Unidos, esta enfermedad puede ser aguda o crónica. En el primer caso, es una infección de corta duración. Los síntomas pueden durar hasta seis meses y el cuerpo es capaz de combatir la infección y el virus desaparece. No obstante, la mayoría de las personas con una infección aguda llegan a una crónica.
La hepatitis C crónica puede salirse de control si no se trata, pues puede durar toda la vida y causar graves problemas como daño al hígado, cirrosis (cicatrización del hígado), cáncer de hígado e incluso la muerte.
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Así se contagia
Este tipo de hepatitis se propaga a través del contacto con la sangre de alguien que tiene el virus y ese contacto puede ser por compartir agujas u otros materiales de drogas con alguien que tiene VHC, sufrir un pinchazo accidental con una aguja que se usó en alguien que tiene el virus o ser tatuado o perforado con herramientas o tintas que no fueron esterilizadas después de haber sido utilizadas en alguien con el virus.
También se puede contagiar una persona por compartir artículos de cuidado personal que puedan haber estado en contacto con la sangre de otra persona, como máquinas de afeitar o cepillos de dientes, o tener relaciones sexuales sin protección con alguien que tiene VHC.
¿Pero qué tiene que ver esta enfermedad con la depresión? Según el portal especializado Healthline, la depresión suele caracterizarse por sentimientos de tristeza y fatiga, entre otros síntomas, y hay varios factores que explican por qué el riesgo de depresión aumenta después de un diagnóstico de hepatitis C.
El vínculo con el diagnóstico
De acuerdo con este sitio web, varios estudios han demostrado que las personas que reciben un diagnóstico de hepatitis C tienen tasas más altas de depresión en comparación con otros grupos. “En un informe, los investigadores señalaron que una persona con hepatitis C puede tener de 1,4 a 4 veces más probabilidades de experimentar depresión, en comparación con las personas con hepatitis B o la población en general”.
Los investigadores no saben con certeza por qué la hepatitis C y la depresión están vinculadas, pero una teoría se centra en los efectos directos de la afección. Es común que las personas que se enteran de que tienen hepatitis C experimenten una gama de emociones sobre el diagnóstico. Para algunos, esto puede incluir el miedo a los efectos de la enfermedad y la culpa por contraerla o transmitirla a otros.
Cuando la hepatitis C es crónica, puede causar síntomas que pueden ser difíciles de manejar, como agotamiento, dolor y náuseas.
También hay evidencia científica de que algunos medicamentos para este tipo de hepatitis pueden causar depresión como efecto secundario del tratamiento. Por ejemplo, un informe de investigación señala que el interferón, un tratamiento común para la hepatitis C, se asocia con 30 % y 70 % de riesgo de depresión como un efecto secundario, precisa Healthline.
Los medicamentos más nuevos para la hepatitis C, conocidos como medicamentos antivirales de acción directa, tienen menos efectos secundarios comunes que el interferón.
Según el Instituto Mayo Clinic, anticipar los posibles efectos secundarios para la salud mental antes de comenzar el tratamiento para la hepatitis y analizarlos con el médico para saber cómo actuar cuando se presenten, puede ayudar.
Los expertos recomiendan tomar un antidepresivo durante todo el tratamiento y durante unos meses después del mismo, evitar la cafeína si la persona se siente ansiosa o irritable, caminar o ir al gimnasio con regularidad para hacer ejercicios suaves y contar con un acompañamiento profesional.
Dentro de los síntomas de la depresión están: irritabilidad, sentimientos continuos de tristeza, nerviosismo, desesperación, estar cansado o fatigado, sentimientos de inutilidad, culpa o impotencia, perder interés en actividades y pasatiempos, pérdida de peso o poco apetito, problemas para dormir, dificultad para tomar decisiones y pensar en la muerte o el suicidio, entre otras.