VIDA MODERNA
El síndrome de los hijos ‘Bon Bril’
Les dicen mantenidos e inmaduros por vivir con sus padres, pero ellos tienen cientos de razones para quedarse en casa, aun cuando ya son más viejos que jóvenes.
Raúl Pachón Miranda les dice a sus amigos, medio en broma medio en serio, "si mi mamá está muy aburrida conmigo, pues que se vaya... ¡ella ya está grandecita!". A sus 39 añitos, como él los llama, es gerente comercial de una empresa y no siente vergüenza cuando dice que vive en la casa de sus padres. Por el contrario, esto lo hizo célebre cuando escribió un artículo en la revista SoHo en donde describía las ventajas de haberse dejado consentir por sus progenitores durante toda la vida. "Gracias a esta condición no tengo ni la menor idea de cómo se cotiza el kilovatio-hora, el centímetro cúbico de agua... y aun menos cómo se calcula eso de la recolección de basura... Una camisa usada el lunes aparece el martes al medio día lavada y perfectamente planchada, y los calzoncillos resucitan limpiecitos al tercer día de entre la ropa sucia", decía por aquel entonces.
Hoy, después de la muerte de su padre, sigue con su madre y reconoce que está viviendo un matrimonio muy extraño con ella y que por eso ahora sí se le ha cruzado por la cabeza la idea de irse. Lo dice con convicción dudosa, porque para él la comodidad de vivir en la casa no se cambia por nada. "El factor económico pesa mucho, porque uno se acostumbra a vivir muy bien como para hacer lo que hicieron muchos amigos de uno que a los 18 años se fueron a vivir a unos dizque ‘loft‘, que son unas pocilgas de 40 metros cuadrados", dice.
Y sobre todo pierde el impulso cuando conocidos suyos que se organizaron hace rato y ya tienen un matrimonio e hijos le dicen que no hay derecho a que él viva mejor que ellos.
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Raúl reúne todas las condiciones para encarnar lo que en Colombia se conoce como un ‘Bon Bril‘, un personaje que a pesar del paso de los años, se resiste a abandonar el hogar de los padres. Este rótulo salió del comercial de una esponjilla para lavar platos, en el cual aparecía un padre resignado atendiendo a su hijo cuarentón y diciendo que éste duraba más que la longeva esponja. "Si dura mucho, es Bon Bril", era el eslogan de la campaña, que pronto se convirtió en el epígrafe con el que hoy son señalados aquellos que se demoran más de lo que se considera normal en independizarse. Esto es, pasados los 30 años, aunque incluso hay quienes piensan que a todo el que pase de 25 ya lo está cogiendo la noche.
Los que son llamados así son sobre todo hombres, ya que si bien hay mujeres ‘Bon Bril‘, en ellas es aceptado socialmente. Esto porque las reglas machistas todavía están en la memoria colectiva y para la gente es normal que una mujer se quede en casa de los padres, a menos que se case. Pero paradójicamente, con ellas está sucediendo un fenómeno contrario. Cada vez es más común que salgan temprano de la casa para reafirmar su independencia y los logros sociales de su género.
El fenómeno de los ‘bonbriles‘ es mundial. El encarecimiento del costo de vida, el desempleo, los bajos salarios y la falta de estabilidad laboral hacen que se piense dos veces a la hora de emprender vuelo. Muchos prefieren el ‘hotel mamá‘, ya que así pueden ahorrar y seguir manteniendo un estilo de vida mucho mejor que el que podrían alcanzar por su cuenta.
La sicóloga María Helena López piensa que "los adultos jóvenes hoy tienen muchas expectativas, quieren tenerlo y vivirlo todo y eso cuesta. Vivir con los papás les permite salir, viajar, rumbiar. Esta generación es la del no sacrificio, quieren tener una vida fácil, y vivir con los papás ciertamente lo es".
Leonardo, un ‘Bon Bril‘ de 33 años, director de ingeniería de una compañía, opina que "las ventajas son muchas. Llegar cansado y encontrar comida y muchas veces hasta la mamá se levanta a calentarla... tener lujos que los padres lograron tras muchos años: buen computador, banda ancha, DirectTV, pantalla plana de 50 pulgadas, suscripción a revistas y periódicos. Para qué someterse a gastos y sufrimientos pudiendo aprovechar el camino y la experiencia de ellos", afirma.
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Al ser una generación de cómodos, también les da pereza tener que afrontar responsabilidades como las relaciones de pareja. Estas son complejas y difíciles y como ya saben convivir con los papás y conocen sus rabietas, pues aplican el viejo adagio de más vale malo conocido que bueno por conocer. Por su parte, a la mayoría de los padres les gusta mantener a sus hijos consigo el mayor tiempo posible y fomentan esta situación.
No se trata sólo de comodidad. Según el profesor de sociología Jorge Enrique González, "desde el punto de vista de los grupos étnicos hay variaciones. En el Mediterráneo y Suramérica hay una fuerte presencia del poder de los padres y el respeto que se les debe", explica. En la familia encuentran un apoyo sicológico que hace del hogar paterno un buen lugar para permanecer.
Pero para los ‘bonbriles‘ no todo es color de rosa. Aparte de tener que aguantar bromas acerca de su inmadurez o de ser vistos como holgazanes a pesar de que muchos tienen trabajos y ganan su propio dinero, el mayor problema es el de las relaciones de pareja. Ellos han optado por darle privilegio a la comodidad sobre la privacidad. Y si bien es cierto que para algunos ya no es problema que los hijos duerman en sus cuartos con sus novias, la mayoría siguen siendo conservadores al respecto.
Por eso se vuelven expertos en sexo furtivo. Empiezan a practicarlo en la pubertad y lo perfeccionan durante el resto de la vida. Como adolescentes tienen relaciones silenciosas y lo más increíble de todo, con la ropa puesta, para que nadie se dé cuenta. O deben buscar otros espacios para la intimidad.
Por supuesto, eso no les causa felicidad a sus parejas y se puede convertir en un dolor de cabeza. En eso coinciden Raúl y Leonardo. El primero dice que ser cliente VIP de los moteles de la ciudad no es tan chévere, y el segundo está aburrido de tener que salir a las 3 de la mañana a llevar a la novia porque en su casa no puede quedarse a dormir con él.
Liliana es una novia que considera que su pareja es un ‘Bon Bril‘ porque tiene 28 años y sigue en la casa paterna, mientras ella, a sus 22, ya es autónoma. Aunque reconoce que el asunto tiene ciertas ventajas, como que él pueda ahorrar o que a ella también le toquen algunos consentimientos de sus suegros, cree que su novio está aplazando su adultez y que cuando le toque vivir solo se va a estrellar con la vida real.
Para María Helena López la cosa no debería generar mayor preocupación, ya que si bien estos adultos jóvenes viven con sus familias, en la mayoría de casos son personas muy independientes y sus decisiones no obedecen a la voluntad de los padres. "Su adultez no se puede medir sólo por el hecho de que vivan con ellos", dice. Eso sí, la sicóloga advierte que en algunos casos se puede dar que los padres sean muy dominantes y que sus hijos sean incapaces de tomar decisiones. Ahí es cuando deben encenderse las alarmas.
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Ante los señalamientos, los ‘bombriles‘ hacen oídos sordos. Al fin y al cabo, no les toca responder por nadie ni pagar cuentas como lo hacen quienes se vanaglorian de su independencia, por lo que las críticas les suenan a pura envidia. Y, como responde Leonardo al preguntársele cuándo se va ir de la casa, todos parecen contestar al unísono: "El próximo año".
*Este artículo fue publicado en la edición impresa de Revista Semana.