PSICOLOGÍA
Los casados felices también son infieles
Muchos creen que las aventuras surgen de los matrimonios disfuncionales. La sexóloga Esther Perel revela en su nuevo libro por qué algunos con relaciones estables lo arriesgan todo por un ‘affaire’.
Las relaciones de pareja han sufrido un cambio extremo: hoy no solo es permitido tener relaciones sexuales antes del matrimonio, sino que quienes nunca se casan han logrado derechos legales idénticos a los que sí lo hacen. Los casados, además, pueden optar por divorciarse, lo que demuestra que el matrimonio ya no va hasta que la muerte los separe, sino hasta que el amor se acabe. A pesar de esas nuevas libertades, la infidelidad sigue intacta, generando el mismo estigma de siempre. Las parejas se prometen exclusividad y transgredir ese pacto es una traición que puede acabar el vínculo afectivo a un costo emocional muy alto. Aun las mentes más liberales la condenan, y eso quedó claro en un sondeo de Gallup en el que 91 por ciento de los encuestados consideran la infidelidad moralmente mala.
A pesar de eso, Esther Perel, una sexóloga belga radicada en Nueva York y autora del libro Mating in Captivity, calcula que 80 por ciento de los seres humanos ha estado en algún momento de su vida directamente afectado por una traición de este tipo. Y a pesar de ser tan común, la ciencia aún no ha logrado entender del todo a la infidelidad. Se conoce, por supuesto, la devastación que causa en la pareja ofendida y la compasión que el cornudo genera en los demás. Pero poco se sabe sobre los motivos que llevan al infiel a cruzar ese terreno prohibido y arriesgarlo todo.
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En su nuevo libro The State of Affairs, la psicóloga dice que muchos creen que la infidelidad proviene de un matrimonio disfuncional. “La idea es que si usted tiene todo en casa, como promete el matrimonio moderno, no es necesario salir a buscar algo. Por lo tanto, la infidelidad es un síntoma de una relación defectuosa”, dice. En efecto, muchos señalan ser infieles para llenar un vacío ya sea de soledad o falta de sexo; o también como una puerta de escape a un matrimonio al que ya le han echado los santos óleos. Pero esa teoría, según ella, tiene el problema de dar por sentado que existe un matrimonio perfecto. Además, no resuelve el interrogante de por qué muchos en relaciones estables y felices también tienen aventuras amorosas. A partir de 1990 el adulterio en las mujeres ha aumentado 40 por ciento, y así como los hombres, ellas son adúlteras por causas que no encajan en los argumentos de siempre.
En estos 30 años de consulta con sus pacientes, Perel señala haber visto un motivo poco explorado, que nada tiene que ver con la estabilidad del matrimonio ni con los defectos del otro. “Es la necesidad de autoconocerse, la búsqueda de un nuevo yo o de una identidad perdida”, dice. Para Perel esta es una de las verdades más incómodas de la infidelidad, porque mientras para la víctima es una dolorosa traición “para el infiel, una aventura involucra crecimiento, exploración y transformación”. Es el caso de una mujer llamada Priya, de 40 años, con una vida envidiable: casada con un hombre encantador, con quien tiene dos hijos en un hogar sin afugias económicas. Aun así, ella tiene un amante con quien nunca se casaría, pero, como se lo ha confesado a Perel en varias ocasiones, la hace sentir viva.
A diario Perel se encuentra con hombres y mujeres que, como Priya, le dicen “amo a mi pareja. Somos grandes amigos. Tenemos una vida feliz juntos” para luego rematar con un “pero tengo una aventura”. Esas personas han sido fieles por años y hasta décadas, se ven maduros y balanceados, comprensivos y muy comprometidos con la relación. Todo esto indica que un buen matrimonio no garantiza la fidelidad.
Aunque el afectado recibe la aventura del otro como una agresión personal, en la mayoría de los casos su comportamiento no tiene nada que ver con su media naranja ni con la relación. Perel dice que cuando estas parejas buscan amante no lo hacen para alejarse de su pareja, sino de la persona en que se han convertido. “No buscamos a otro, sino a otra versión de nosotros mismos”, explica. En otras palabras la gente escapa de su papel en la relación: ser el que gana menos, o el que siempre evade los conflictos. O simplemente huye de lo que ella llama la gradual fusión del ‘yo’ al ‘nosotros’ que sucede en todo matrimonio y hace perder la individualidad.
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Para Perel la infidelidad no es un síntoma ni una patología, sino una crisis de identidad. Pero es más fácil que los infieles se justifiquen con las falencias del matrimonio que aceptar este comportamiento como una reorganización interna de la personalidad. El escritor mexicano Octavio Paz llama al erotismo la sed de la otredad y, según Perel, el otro más intoxicante en una aventura no es la nueva pareja, sino el nuevo yo. Por eso en un affaire el sexo no excita tanto como la idea de sentirse deseados. En el caso de Priya, ese universo paralelo con su amante la transportó a una adolescencia que por diversos motivos ella no pudo vivir a plenitud, pero para otros es un viaje de vuelta a su yo anterior al matrimonio. Incluso para algunos es la oportunidad de ser personas que nunca habían podido ser.
Como habla de la infidelidad sin juzgar, muchos creen que la apoya. “Yo les aseguro que no tomo una infidelidad a la ligera”, dice, y explica que su papel de terapeuta es encontrar un espacio para que la experiencia de ambos, el infiel y el afectado, se pueda analizar con compasión. “Analizo el amor ilícito para entender las grietas del corazón”.
El gran dilema es cómo lograr ese nuevo yo sin necesidad de sufrir los altos costos de una infidelidad. Perel siempre pregunta “¿cuándo se sienten más atraídos por su pareja?”. Y la respuesta más común es “cuando ella atrae a un tercero”. Esto sucede porque el triángulo es altamente erótico. Por eso, la primera propuesta de Perel es hablar sin tapujos de los deseos de cada uno, aunque no tengan que ver con su media naranja. La segunda es invitar a ese otro, “con la imaginación, con su representación, observando, acompañando o disfrutando de un reporte completo”. Según ella, aceptar la existencia de un tercero, así sea como una posibilidad, confirma que cada uno tiene una eroticidad separada y que las parejas no se pertenecen, sino que están en préstamo, renovable o no.
En su opinión la infidelidad no necesariamente debe llevar a la ruptura, sino a un aprendizaje para tener una relación más sólida. La mayoría de las aventuras son utópicas por naturaleza, idealizadas porque sus protagonistas las viven de manera limitada y sin responsabilidades cotidianas. Muchas comienzan y terminan como lo que son. Y de aquellas que pasan de la clandestinidad a la luz solo unas pocas logran sobrevivir. “En mi experiencia los ‘affaires’ siempre terminan así acaben con el matrimonio”, dice Perel.
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Ella aconseja hablar claro desde el comienzo sobre temas como la monogamia, las mentiras y la transgresión, y de las fantasías eróticas. Porque de los romances clandestinos se aprende que la mayoría siente una gran atracción por lo desconocido y lo prohibido. “El reto de las parejas es encontrar vías para colaborar en la transgresión en lugar de transgredir al otro o a la relación. Solo cada cual puede saber esas cosas que le dan energía erótica a su relación”. Para algunos de sus clientes esto significa ir a un bar a observar a su esposa sin hacer contacto, como si fuera la mirada de un extraño. Otros se dan licencia para flirtear hasta cierto límite. Estas parejas en lugar de ignorar lo prohibido lo han invitado a su relación para el beneficio de ambos.
Con estas tácticas ambos fortalecen su relación, y cuando ese vínculo es fuerte, dice ella, es menos probable un engaño. Eso no significa que queden protegidos de la infidelidad. No se puede perder la curiosidad por el otro, ni hacer compromisos flojos, ni repetir rutinas tediosas y nunca caer en la desalentadora resignación. Porque asi como“la muerte del amor es una crisis de la imaginación, el ‘affaire’ es una inmersión en la más creativa historia de la mente”, dice Perel.