Salud mental

Insatisfacción, depresión y ansiedad: los costos invisibles de hacer un doctorado

Según una reciente encuesta de la revista ‘Nature’, 40 por ciento de los estudiantes no quedan satisfechos con los programas que cursan, en cambio, deben sacrificar mucho dinero y tiempo con sus familias.

20 de noviembre de 2019
| Foto: SEMANA

Los resultados de la quinta encuesta de la revista Nature a estudiantes de doctorado confirman lo que ya se sospechaba: sacar adelante un doctorado expone a las personas a altos niveles de presión, al punto de que podría desarrollar ansiedad, depresión o tendencias suicidas. Según el trabajo, que encuestó a 6.300 aspirantes de doctorado de todo el mundo, el 40 por ciento expresó frustraciones relacionadas con el equilibrio entre el trabajo y la vida, incidentes de acoso, hostigamiento, y una preocupación constante por encontrar un buen trabajo a futuro. 

Si bien casi tres de cada cuatro personas (75 por ciento) no se arrepienten de haber tomado la decisión, 45 por ciento reconocen que la emoción cayó progresivamente a medida que profundizaron en su programa. Este hallazgo coincide con otra investigación hecha en 2018 que demuestra que la satisfacción por alcanzar este logro académico tiende a disminuir con el tiempo. 

No es un secreto que hacer un doctorado no es fácil, pero el foco de la salud mental sobre el campo cobró relevancia en los últimos años debido a recientes estudios. Uno de ellos, realizado con estudiantes de Flandes, Bélgica, descubrió que quienes aspiraban a un doctorado tenían más del doble de probabilidades de sufrir problemas de salud mental que el resto de la población educada. Y otra encuesta, realizada a estudiantes de doctorado en la Universidad de Arizona en Tucson, Estados Unidos, encontró que alrededor de las tres cuartas partes de los aspirantes sufrían un estrés mayor al del promedio de la población. 

Según la investigación de Nature, las razones del pesimismo varían pero la principal causa podría estar relacionada con la decepción. Casi el 40 por ciento de los encuestados dijo que su programa no cumplió con sus expectativas, y solo para el 10 por ciento las superó. “La cifra representa una fuerte caída desde 2017, cuando el 23 por ciento de los encuestados dijo que su programa superó las expectativas”, escriben en el reporte.

Las largas horas de trabajo son otra queja persistente. Casi la mitad de los encuestados estuvo de acuerdo con la afirmación "hay una cultura de largas horas en mi universidad, incluso a veces trabajando toda la noche". El mismo porcentaje informó que trabajaba más de 50 horas extra cada semana. Entre los que trabajaron más de 41 horas a la semana, 85 por ciento afirmó no estar satisfecho con su horario.

Temas más complejos como el acoso laboral y el hostigamiento también están dentro de las causas mayores de insatisfacción. Una estudiante de Bélgica aseguró a Nature en una selección de la encuesta en la que podían exponer sus casos libremente: "He sido testigo y objeto de intimidación por parte de un supervisor académico... La impunidad absoluta de los principales profesores es asombrosa y la mayor amenaza para los jóvenes investigadores (incluida su salud mental)". De acuerdo a la investigación, al menos el 57 por ciento de los estudiantes han experimentado acoso académico y tienen dificultades para discutir la situación sin temor a repercusiones.

Los expertos también ponen sobre la mesa las dificultades económicas y sacrificios que hacen muchos estudiantes por obtener un doctorado. Nature relata, por ejemplo, el caso de Marina Kovacevic, estudiante de química de tercer año en la Universidad de Novi Sad de Serbia, que pasó casi cuatro años tratando de reunir los fondos para comenzar su doctorado. Para reunirlos tuvo que aceptar trabajos paralelos de barman y camarera. Ahora invierte todo su tiempo entre el trabajo y el laboratorio, y personifica el típico caso del estudiante de doctorado con exceso de trabajo y un futuro incierto.

Al preguntarle a Kovacevic por qué se aferra a la idea de sacar un doctorado pese a estos niveles de estrés, dice que se siente profundamente comprometida con su proyecto, que consiste en buscar formas de frenar la propagación de la rabia en su India natal. Aun así reconoce que a menudo se enfrenta al síndrome del impostor, un estado mental en el que las personas que lo sufren tienen la sensación de no estar nunca a la altura o de no ser lo suficientemente buenos, competentes o capaces.  "Cuanto más aprendes sobre algo, más te das cuenta de que todavía hay mucho que entender", dice. "Todavía no me considero una experta en perros y rabia, pero estoy mejorando".

Nadie niega la importancia que tiene la formación académica para el desarrollo, pero esta encuesta de Nature podrían ayudar a tener una visión mucho más realista y consciente de lo que significa. También es una alerta a las instituciones académicas sobre la necesidad de fomentar mejores ambientes de trabajo en estos espacios.

Una de las conclusiones del trabajo es que los estudiantes ya no están del todo seguros de si invertir todo ese tiempo y horas  en el grado académico vale la pena. Matt Murray, estudiante de doctorado en medicina molecular en la Universidad de Yale en New Haven, Connecticut, le dijo a Nature que no sabe a dónde conducirán todos sus esfuerzos. "Todavía tengo dudas de que tomé la decisión correcta", afirma. "Hay días en los que odias todo y solo quieres ir a casa". Igual que su caso, debería preocupar que solo el 26 por ciento de los encuestados sintió que su programa los estaba preparando "muy bien" para su carrera. 

Según la OCDE, el número de estudiantes de doctorado viene en aumento en todo el mundo en las últimas dos décadas. Estados Unidos, líder en este campo, tiene al rededor de 67.500 doctores, el doble de egresados que Alemania, su rival más cercano. Colombia, aún está resagado. Para el año 2014, se hablaba de que habían 356 doctores, una cifra muy pequeña teniendo en cuenta que países como México y Argentina manejan números de 5.782 y 2.088 respectivamente.